Mañana viernes,
día 25, cita con Hitch, a las 20h15, en el Benevivere de Bembibre. Os
esperamos.
Considerada por
algunos como una de las mejores películas de Hitch -no en balde
estuvo nominada a los Óscar en varias categorías, como la mejor dirección,
guión, sonido y fotografía en color (superada y mejorada, ahora
sí, la iluminación de La soga, con la que el maestro del
suspense no había quedado satisfecho), La ventana indiscreta se
nos revela como la expresión más pura del cine, como nos revela su propio
director.
Por una parte,
tenemos al protagonista, un fotógrafo profesional inmovilizado, con una pierna
escayolada a resultas de un accidente, recluido en su apartamento que
mira hacia afuera; por otro lado, se nos muestra lo que ve este hombre (a
través de prismáticos y el teleobjetivo de su cámara, con singulares planos
subjetivos, lo que nos hace partícipes, como si fuéramos los espectadores
quienes miráramos) y finalmente se nos enseña cuál es su reacción ante lo
que observa. Algo parecido a lo que nos contó el maestro ruso Kulechov en
su famoso experimento, que llevado al terreno de esta peli sería: vemos un
primer plano del prota, su actor fetiche (James Stewart), que mira por la
ventana (indiscreta) y ve un perro que alguien baja al patio del
vecindario en un cesto, volvemos a ver a Stewart sonriendo. A continuación, en lugar
del chucho que baja en el cesto, vemos a una chica desnuda que se retuerce
ante su ventana abierta; volvemos al principio de la secuencia: entonces vemos
el mismo primer plano de Stewart sonriente y... puro efecto Kulechov, que
nos revela la importancia del montaje cinematográfico, o el arte
de sugestionar al espectador, y aun de hacerle desear lo que quiere
el director. El deseo del ser humano es el deseo del Otro, que diría el
psicoanalista Lacan.
Se nota que Hitch
estaba bien familiarizado con el cine soviético y los planos dialécticos, los
planos-choque, etc., tan propios en las pelis de Eisenstein, discípulo de
Kulechov, que logran involucrar al espectador como alguien activo, como un ser
pensante, que a la vez consigue emocionarse con lo que está viendo.
El prota es un
voyeur o mirón, cuya pulsión escópica o deseo de mirar lo lleva a
observar las intimidades de su comunidad de vecinos, y en
especial se centra en uno de ellos, cuyo comportamiento
le resulta harto extraño.
Como está sujeto a
una silla de ruedas, se distrae mirando a sus vecinos -algo habitual en
nuestra sociedad de cotillas, también en la americana, a tenor de la
peli- como si estuviera viendo la cinta real de la vida, fisgando las
conductas de unos personajes (cual si fueran monos de feria en un Gran Hermano
cualquiera), desde una solterona y un compositor hasta una bailarina
o una pareja de casados cuyas disputas son cada vez más violentas, hasta la
misteriosa desaparición de la mujer (aquí se podría hablar de la influencia de
esta cinta en Misterioso asesinato en Manhattan, de Allen). A
partir de ese momento, el prota (Stewart) convence a su novia (la espléndida
Grace Kelly, que luego llegaría a ser princesa de Mónaco) para que le
ayude a desentrañar el entuerto. En el fondo, cada ventana (indiscreta) y cada
mirada, que acaba siendo acariciadora, le proporciona al prota (y por ende a
nosotros, los espectadores) la posibilidad de un relato sobre cada uno de los
personajes.
La obsesión de
Hitch por tener todo bajo control le lleva, una vez más, a rodar en
estudio, después de un intento fallido de rodar en exteriores y quedar
descontento con la iluminación obtenida, con la consiguiente construcción de un
gran decorado, tanto del apartamento como las viviendas de sus vecinitos y vecinitas
de enfrente.
Se me antoja que
esta película es una referencia clave en No amarás, de
Kieslowski, por la que siento verdadera devoción, y en la que vemos a un joven
espiando con prismáticos a la vecinita de enfrente porque le resulta
atractiva. Ver sin ser visto, como en los antiguos peep shows (véase la
poderosa secuencia de París, Texas, de Wenders, entre Travis y el
personaje interpretado por la mágica Nastassja Kinski).
Creo que fue
Hitch, a él que le apasionaba mirar, quien aseguró que nos hemos convertido
en una raza de mirones, interesados -me atrevería a decir- más por las vidas
ajenas que por las propias, quizá porque somos unos perversos o bien porque nos
produce morbo. De ahí que funcionen tan bien programas como el Gran Hermano,
entre otros.
En realidad, Hitchcock, a través de la humorística
enfermera que atiende a Stewart, es quien dice eso, tan bien
traído, de somos o nos hemos convertido en una "raza de
mirones", y en su afán moralista añade: "lo que deberíamos mirar es
nuestra propia casa".
"¿Merece la pena perder un ojo por una rubia
como ésas en bikini?", le previene la enfermera al escayolado.
Ahora que
recuerdo, a los holandeses no les preocupa ni les importa que los
espíen porque no utilizan persianas ni siquiera cortinas en las ventanas
de sus casas.
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