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miércoles, 23 de febrero de 2011

La ventana indiscreta


Mañana viernes, día 25, cita con Hitch, a las 20h15, en el Benevivere de Bembibre. Os esperamos.

Considerada por algunos como una de las mejores películas de Hitch -no en balde estuvo nominada a los Óscar en varias categorías, como la mejor dirección, guión, sonido y fotografía en color (superada y mejorada, ahora sí, la iluminación de La soga, con la que el maestro del suspense no había quedado satisfecho), La ventana indiscreta se nos revela como la expresión más pura del cine, como nos revela su propio director.

Por una parte, tenemos al protagonista, un fotógrafo profesional inmovilizado, con una pierna escayolada a resultas de un accidente, recluido en su apartamento que mira hacia afuera; por otro lado, se nos muestra lo que ve este hombre (a través de prismáticos y el teleobjetivo de su cámara, con singulares planos subjetivos, lo que nos hace partícipes, como si fuéramos los espectadores quienes miráramos) y finalmente se nos enseña cuál es su reacción ante lo que observa. Algo parecido a lo que nos contó el maestro ruso Kulechov en su famoso experimento, que llevado al terreno de esta peli sería: vemos un primer plano del prota, su actor fetiche (James Stewart), que mira por la ventana (indiscreta) y ve un perro que alguien baja al patio del vecindario en un cesto, volvemos a ver a Stewart sonriendo. A continuación, en lugar del chucho que baja en el cesto, vemos a una chica desnuda que se retuerce ante su ventana abierta; volvemos al principio de la secuencia: entonces vemos el mismo primer plano de Stewart sonriente  y... puro efecto Kulechov, que nos revela la importancia del montaje cinematográfico, o el arte de sugestionar al espectador, y aun de hacerle desear lo que quiere el director. El deseo del ser humano es el deseo del Otro, que diría el psicoanalista Lacan. 
Se nota que Hitch estaba bien familiarizado con el cine soviético y los planos dialécticos, los planos-choque, etc., tan propios en las pelis de Eisenstein, discípulo de Kulechov, que logran involucrar al espectador como alguien activo, como un ser pensante, que a la vez consigue emocionarse con lo que está viendo.  
El prota es un voyeur o mirón, cuya pulsión escópica o deseo de mirar lo lleva  a observar las intimidades de su comunidad de vecinos, y en especial se centra en uno de ellos, cuyo comportamiento le resulta harto extraño.
Como está sujeto a una silla de ruedas, se distrae mirando a sus vecinos -algo habitual en nuestra sociedad de cotillas, también en la americana, a tenor de la peli- como si estuviera viendo la cinta real de la vida, fisgando las conductas de unos personajes (cual si fueran monos de feria en un Gran Hermano cualquiera), desde una solterona y un compositor hasta una bailarina o una pareja de casados cuyas disputas son cada vez más violentas, hasta la misteriosa desaparición de la mujer (aquí se podría hablar de la influencia de esta cinta en Misterioso asesinato en Manhattan, de Allen). A partir de ese momento, el prota (Stewart) convence a su novia (la espléndida Grace Kelly, que luego llegaría a ser princesa de Mónaco)  para que le ayude a desentrañar el entuerto. En el fondo, cada ventana (indiscreta) y cada mirada, que acaba siendo acariciadora, le proporciona al prota (y por ende a nosotros, los espectadores) la posibilidad de un relato sobre cada uno de los personajes.

La obsesión de Hitch por tener todo bajo control le lleva, una vez más, a rodar en estudio, después de un intento fallido de rodar en exteriores y quedar descontento con la iluminación obtenida, con la consiguiente construcción de un gran decorado, tanto del apartamento como las viviendas de sus vecinitos y vecinitas de enfrente. 
Se me antoja que esta película es una referencia clave en No amarás, de Kieslowski, por la que siento verdadera devoción, y en la que vemos a un joven espiando con prismáticos a la vecinita de enfrente porque le resulta atractiva. Ver sin ser visto, como en los antiguos peep shows (véase la poderosa secuencia de París, Texas, de Wenders, entre Travis y el personaje interpretado por la mágica Nastassja Kinski).
Creo que fue Hitch, a él que le apasionaba mirar, quien aseguró que nos hemos convertido en una raza de mirones, interesados -me atrevería a decir- más por las vidas ajenas que por las propias, quizá porque somos unos perversos o bien porque nos produce morbo. De ahí que funcionen tan bien programas como el Gran Hermano, entre otros. 
En realidad, Hitchcock, a través de la humorística enfermera que atiende a Stewart, es quien dice eso, tan bien traído, de somos o nos hemos convertido en una "raza de mirones", y en su afán moralista añade: "lo que deberíamos mirar es nuestra propia casa". 
"¿Merece la pena perder un ojo por una rubia como ésas en bikini?", le previene la enfermera al escayolado.
Ahora que recuerdo, a los holandeses no les preocupa ni les importa que los espíen porque no utilizan persianas ni siquiera cortinas en las ventanas de sus casas.  

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