Hace tiempo que la Navidad dejó de interesarme, tal como nos la empaquetan. Me gustaba la Navidad cuando era un tierno infante. Entonces uno desconocía la crueldad en todas sus formas expresivas. En aquel tiempo era feliz como los pajaritos que trinan un himno de alegría. Me gustaba la Navidad porque iba a recoger musgo al campo y me dedicaba a montar un Belén que me invitaba a adentrarme en las fantasías. Un Belén que, a lo mejor, quería parecérsele, en chiquito, al de Folgoso de La Ribera.
También me entusiasmaba adornar el árbol, que solía ser un acebo con bolitas rojas. Me hacía mucha ilusión –supongo que como a cualquier niño- esperar a los Reyes Magos en el balcón de la casa. En aquella época la casa tenía un corredor maravilloso desde el que contemplaba el mundo entorno. Aquella era una realidad extraordinaria, para ser soñada más que para ser contada.
En aquel tiempo, que se me antojaba largo y encantador, disfrutaba mucho de la Navidad al calor de la lumbre. La Sierra de Gistredo casi siempre aparecía nevada. Y los tejados de las casas se volvían blancos en las radiantes mañanas navideñas. Entonces (nastoncias, que diría algún lugareño), la Navidad era lírica como los sueños dulces y atrevidos de un niño que tuviera todo el futuro por delante. Un lirismo tocado con el arpa de un futuro esperanzador.
Hace tiempo que la Navidad dejó de gustarme porque da la impresión de que intentaran clavárnosla por la cañería del consumismo desbocado. Consuman Navidad, parecen gritarnos los mercachifles, que ya les atizaremos por el lado más vulnerable, por donde más duele. Y encima les dejaremos más desplumados que una gallina clueca a punto de subirse al campanario de los suicidios. Como para lanzarse a la piscina helada del desamor en horas de angustia, cuando los gallos, de Nochebuena, entonan oraciones de pasión convulsa en el palenque de las riñas y navajazos, y los “peleoneros”, briagos como cubas, se trincan un barril de orujo, otro de mescalito, oaxaqueño para más señas, y aun uno más de tequila Hornitos reposado, cual si estuvieran bebiendo agua de las reguerinas.
No bien principia diciembre y ya nos están mareando y agujereando las tripas con lucecitas, anuncios de cava y comilonas en las que saltan los mariscos y vuelan las almejas por un cielo azul tinta... china. Hace tiempo, mucho tiempo, que ya es Navidad en el Corte Inglés y en los “carrefures” y aun en otros mercadonas que en el mundo son. Ante este panorama, asaz dinamitero y surreal, a uno le entran ganas de pirarse a un lugar apartado. Y de paso podría poner en práctica la meditación trascendental, el yoga, quizá. Tampoco nos vendría mal una dieta a base de lechuga y aguas medicinales. Sólo así lograríamos bajar las grasas navideñas.
cuanta razón llevas Manuel. Pero lo malo de todo esto, es que con el tiempo, en vez de volver a los orígenes, se va a peor.
ResponderEliminarUn saludo
Pd.: me prestó mucho esto: (nastoncias, que diría algún lugareño)