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miércoles, 29 de junio de 2022

Bruselas, mestiza, magrebí y europarlamentaria

Esta vez me alojo en el barrio de Molenbeek Saint Jean, o sea en el arroyo del Molino de San Juan, que es un barrio magrebí en toda regla.
Molenbeek
Me siento como si me hubiera bajado al moro talmente, esto es, como en casa.
La verdad es que Bruselas está llena de magrebíes por doquier. Y a este ritmo acabará siendo una ciudad mora.
Molenbeek
El Molenbeek está al oeste de la capital, al otro lado del canal Charleroi. Relativamente cerca del Grote Markt.
Algo parecido le sucede a París, que es ciudad árabe en barrios como Saint Denis o Barbès.
El barrio Norte de Bruselas, donde está la estación de tren, también es como un gran zoco, un souk árabe. Incluso con algunos rascacielos, como si de repente uno se hallara en Manhattan.
Canal Charleroi
Me gusta esta Bruselas mestiza, donde incluso resulta difícil toparse con belgas. Porque no olvidemos que es sede parlamentaria, aunque por ahí no me he acercado. De momento.
La Grand Place y sus aledaños, como la rue de Bouchers, son lugares atestados de visitantes en busca no solo de monumentalidad sino de los consabidos moules frites en Chez Leon, gofres en todas sus variedades y deliciosas cervezas.
Curiosos siguen resultando tanto el Manneken Pis, el rapaz meón (existe también la rapaza meona) como los bares Toon y Le cercueil (el ataúd), tan siniestro que hasta parece una pesadilla. Aunque a este menda le llama la atención.
Nieuwstraat
El viajero coge el tren en Leiden en dirección a Rotterdam y desde ahí, con una espera breve en la propia estación, toma rumbo a Bruselas, Brussels, Bruxelles. Un viaje rápido. En cuanto llega a la estación norte de la capital belga (en Bruselas existe la estación norte, la central y la sur-midi), el viajero decide apearse porque le apetece darse una vuelta por el entorno. Y ver si reconoce aquellos lugares que visitara hace años. Cómo pasa el tiempo. Y esto no es sólo una frase hecha. El tiempo vuela y eso le produce vértigo. El vértigo de lo efímero. Al viajero le gustaría detener el tiempo, pero no hay modo.
Plaza Rogier

O al menos no encuentra cómo hacerlo. ¿Acaso a través de la escritura no se podría congelar el tiempo?
El viajero se pasea por los aledaños de la estación norte, se para, contempla, se siente emocionado.
Transita por la futurista plaza Rogier, por la rue Neuve o Nieuwstraat, y también por el bulevar Adolphe Max, donde llegara a estar durante algún tiempo la amiga Raque/Raquel.
La Grand Place
En ese bulevar tenía un piso el paisano y amigo euro-parlamentario Álvarez de Paz, Pepe.
El viajero recorre de norte a oeste la ciudad, sin prisas, con su mochilita al hombre, que no le resulta pesada, lleva lo imprescindible. Se acerca a la Grand Place/Grote Markt en busca de un plano que le lleve al barrio de Molenbeek, porque ese lugar aún es desconocido para él.
Manneken Pis
El viajero, en su recorrido desde la estación norte a la Grand Place, no necesita tirar de plano, pues sabe orientarse. Pero en la Grand Place, donde hay una oficina de turismo abierta, pregunta por el barrio de Molenbeek y por su alojamiento, que le indica perfectamente un chaval amable. No obstante, al final decide comprarse allí mismo un plano de la ciudad por un euro. Si después de todo, en este país hay que pagar por todo, piensa el viajero, que durante su estancia en la ciudad, al día siguiente de su llegada, mientras paseaba por el centro, le entraron ganas de ir al baño y también tuvo que recurrir a uno de pago. Qué remedio.
Galerías Saint Hubert

Recuerda que estaba al lado de las elegantes galerías Saint Hubert, de mediados del siglo XIX. Se dice que son las primeras galerías comerciales de Europa.
Pues sí, el viajero visita Bruselas después de algunos años y la ciudad sigue teniendo el encanto que recordara este nómada, al que le gusta regresar a aquellos lugares en los que se sintió a gusto o le despertaron el interés.
Le Toon
Y eso a pesar de que la vida es breve. Por tanto, convendría tal vez visitar otros lugares que el no se hayan visitado. Pero el viajero tiene sus manías y sus gustos. Qué se le va a hacer. No diría el viajero que Bruselas es precisamente una ciudad de una gran belleza, tal y como habitualmente se entiende la belleza, aunque este concepto, como se sabe, va cambiando a lo largo de las épocas. Y por supuesto la belleza tal vez resida en los ojos, en los sentidos, con los que se contempla la realidad, el mundo.
Le cercueil
Y por supuesto recordaba la comercial calle Neuve, harto transitada por oriundos y visitantes. Por desgracia, aquellos puestos en la calle de salchichas y fritangas varias ya no existen en Bruselas. O al menos el viajero no se topó con ninguno. Ni en la capital belga ni en ninguna otra ciudad de este país. Es probable que el Covid se haya llevado por delante estos puestos ambulantes. Y tantas otras cosas.
El viajero también recordaba la excelente carta de cervezas que sirven en la mayoría de bares, desde la Kriek, con el sabor agrio de la cereza, hasta la Mort Subite, que es una cerveza Kriek Lambic, de fermentación espontánea, elaborada con levaduras silvestres, con cierto parecido a la sidra astur, o bien una Jupiler, que es una de las cervezas más comunes, una cerveza suavecita, si la comparamos con la mayoría, que tienen bastante graduación.
Bélgica, la propia ciudad de Bruselas, es el paraíso de la cerveza. Y también del gofre (wafel, en neerlandés). Con todo tipo de aderezos. Aunque un gofre natural, sin nada más, hecho en el instante, está delicioso. Y la gente hace colas por llevarse su gofre.
Sea como fuera, el viajero está convencido de que desplazarse en el espacio no es precisamente viajar. Quizá viajar tenga más que ver con un desplazamiento en el tiempo. Esto convendría analizarlo con más detenimiento. ¿Qué significa viajar? ¿Y qué es lo que diferencia a un viajero de un simple turista?
Bueno, al viajero a veces le entra una vena como de nostalgia por un pasado que quizá fuera mejor, aunque el pasado, pasado es. Y no cree en el fondo que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Pues, si se echa la vista atrás, los padres de nuestros padres no vivían mejor. Ni mucho menos. Todo era más complicado. Lo tenían más difícil.
Jeanneke Pis
De repente, el viajero se enreda en disquisiciones que espera no ahuyenten a los posibles lectores de este diario de viaje, o como se quiera llamar esto.
El viajero tiene la idea, o eso recuerda, de que en otros tiempos, tampoco tan lejanos, la mayoría de las ciudades europeas que visitaba no estaban tan llenas de turistas, pero, con el transcurrir de los años, todo apunta a que el personal se ha vuelto más viajero o turista que nunca. Y todo el mundo desea desplazarse de un lado a otro. Vivimos en la era de los desplazamientos. Y todo ocurre a la velocidad de la luz, sin que apenas reparemos en lo que vemos y sentimos. Todos en el mismo barco a la deriva.
En esta visita, lo que más le llama la atención al viajero es el barrio en el que se aloja, pues nunca antes había estado en el mismo. Se trata de Molenbeek, como ya apuntara en su diario de bitácora, que ahora es el Facebook.
Molenbeek Saint Jean le sorprendió porque es como si estuviera en un barrio árabe, en una ciudad mora, con sus zocos y sus restaurantes típicos, que al viajero, por lo demás, le entusiasman. Y ha de decir que se siente muy cómodo, muy a gusto, en estos sitios porque siente que está como en su casa. La hospitalidad magrebí es un hecho. Y la comida es riquísima, además a un precio razonable, incluso barato. Y eso es de agradecer porque en la zona turística de los alrededores de la Grand Place (incluida ésta, claro) las clavadas por comer o tomar algo son considerables. O esa es al menos la impresión que tiene el viajero. En todo caso, según pintan los tiempos actuales, viajar se ha convertido en todo un lujo. Y no es posible apañárselas (bueno, o sí) con poca guita. El ingenio se agudiza ante las adversidades. Eso, sin duda.
Aledaños de la Estación norte

En esta ocasión, el viajero descubre otra ciudad, que es la parlamentaria o euro-parlamentaria, que nada tiene que ver con el norte o bien con el barrio de Molenbeek al oeste.
Al viajero sí le hace ilusión pensar que allí se pasó tiempo su paisano Pepe Álvarez de Paz, el euro-parlamentario nacido en el útero de Gistredo. Quizá hubiera estado lindo que el viajero pudiera haber platicado con su paisano y amigo acerca de las impresiones de esta Bruselas... y aun de otras bruselas.
Pues se trata de una ciudad relativamente extensa, tanto que le da pereza acercarse al Atomium que queda algo alejado. Y al final ni se acerca. No obstante, sí se pasea por esa otra Bruselas abierta, luminosa, topándose con alguna performance.
Y hasta se encuentra (bueno, después de buscarla) con la niña meona (Jeanneke) tras unas rejas, al lado del mítico bar Delirium. Lo que realmente se topa es con una estatua dedicada a Don Quijote y Sancho, que es una réplica del monumento dedicado a estos inmortales personajes cervantinos en la plaza España de Madrid. Y sin buscarlo se encuentra, entre otras, con una estatua dedicada al gran Jacques Brel, que nació en esta ciudad, bueno, en un sitio perteneciente a este ayuntamiento.
Brel
Me entusiasman, entre otras, su canción Dans le port d'Amsterdam, que dice así: "...Dans le port d'Amsterdam/ Y a des marins qui mangent/ Sur des nappes trop blanches/ Des poissons ruisselants/ Ils vous montrent des dents/ A croquer la fortune/ A décroisser la lune/ A bouffer des haubans/ Et ça sent la morue/ Jusque dans le coeur des frites/ Que leurs grosses mains invitent/ A revenir en plus/ Puis se lèvent en riant/ Dans un bruit de tempête/ Referment leur braguette/ Et sortent en rotant...".
Al viajero le entra cierta morriña (o algo extraño) cuando se percata de que ya es el día de irse de Bruselas, porque no sabe cuando volverá. En todo caso siempre genera ansiedad viajar al aeropuerto, con tiempo suficiente, aunque el vuelo de Brussels sale tarde, hacia las nueve de la tarde.
El viajero coge un bus en los alrededores de la plaza de Trône/Troon, donde se localiza el Palacio Real, y en realidad relativamente cerca del barrio parlamentario, que va directamente al aeropuerto. Y paga el billete con su Master Card, pues es como se paga, salvo que uno tenga un pase o billete específico. Llegará un momento, que no tardará, en que no se utilice cash, o sea, dinero constante y sonante.

Ayer por la tarde me despedía de la ciudad de Bruselas, no sin antes darme un voltión por la zona euro parlamentaria, el barrio Europeo, que nada tiene que ver ni en su arquitectura ni en su paisanaje con el barrio magrebí de Molenbeek, donde me alojara.
Es esta otra cara de la capital belga, que, como gran ciudad, muestra varios rostros.
Hasta la próxima.
Ahora, como ya viene siendo habitual después de viajes fuera del Reino de España a mi paso por el aeropuerto Adolfo Suárez Barajas, toca visita a los Madriles.




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