Dejo Oviedo con nostalgia. No en vano pasé algunos años/cursos en la Vetusta de Clarín. Y me lanzo a la aventura, es un decir, con el fin de conquistar (otro decir) la ciudad de Santander, que visitara por primera vez siendo un jovencito, con las ilusiones intactas. Me gusta decir esto de las ilusiones intactas.
Santander me devuelve a una época de descubrimientos. Y me traslada a un tiempo en que escuchaba con devoción a los Supertramp. La música de este grupo británico me hace recordar la capital cántabra. Qué curiosa asociación. La música como nutriente espiritual. Siempre. Y en todo momento. La música amansa a las fieras. Y procura emociones intensas.
Santander me devuelve, de un modo inevitable, a mi pueblo porque de esta tierra era Pilarín, vecina y casi familiar (aunque no lo fuera de sangre). Incluso llegó a ser socia de la revista La Curuja.
Siendo un rapacín, me resultaba exótico que Pilarín (simpático nombre, pues los puristas del lenguaje dirían Pilarina, supongo) fuera de Santander. Exótico o algo que se le podría asemejar.
Pilarín, quien ejerció como maestra hasta su jubilación en Santander, al igual que su marido Miguel -el cual era originario del útero de Gistredo- se pasaba los veranos en Noceda. O ese es al menos el recuerdo que tengo de ellos. Lástima que Miguel falleciera relativamente joven. Y Pilarín, con unos noventa años, nos haya dejado no hace tanto tiempo. En su última etapa de vida solía verla a menudo en el pueblo. Que fuera de Santander es un recuerdo que me marcó. También en Cantabria, en concreto en Torrelavega, vivían y siguen viviendo familiares de Miguel y Pilarín, que son asimismo oriundos de Noceda.
Y en Cantabria nació Beni, vecina de cuarenta y dos años que, a resultas de una trombosis, nos dijo adiós recientemente, a la cual le dediqué unas palabras en un post de Facebook, que bien podría recuperar para este blog. Y Beni era a su vez familiar de Miguel y Pilarín (o sea, sobrina nieta). Y podría seguir mencionando a nocedenses de algún modo han tenido relación con Santander, con lo cual esta palabra me suena desde que era un crío. Y esto deja huella. Da la impresión de que estuviera haciendo un autoanálisis, que quizá así sea. Indagando en mi subconsciente. No puedo evitarlo.
12 de julio (Facebook)
La bella y portuaria ciudad santanderina me recibe con lluvia cual si estuviéramos ya en la entrada del otoño. Este julio no parece que en el Norte vayamos a pasar calor, cuando en el Sur se están asando a la parrilla. No obstante he podido darme un largo paseo a la orilla de la mar, que es algo que un tipo de tierra adentro como uno valora mucho. El mar es pura magia. Y uno tiene tendencia a irse a los lugares con agua, ya sean ríos, regueras o mismamente playas y puertos marítimos. Tengo la impresión de redescubrir esta ciudad después de tanto tiempo.
Llego a Santander como en una nube, con la sensación de no haber puesto los pies en esta ciudad nunca en la vida. Con ojos de asombro. Como un niño que la mirara por vez primera. Esa es la primera impresión. No obstante, en cuanto pongo los cinco sentidos en su bahía es entonces cuando regresan a mí tantos recuerdos. Y sí, en ese momento reconozco la ciudad en la que estuviera hace tantos años, aunque confieso que durante los últimos años sí he visitado Cantabria, la Cantabria infinita, la Cantabria del chistoso Revilla, que por cierto está casado con una ancaresa o ancareña de Lumeras (Candín), tal y como me contara, no hace mucho, el bueno de Daniel Higinio, que hasta me dijo: "ese señor, con el que acabas de hablar, es el hermano de Aurora, la mujer del Presidente de Cantabria, el señor Revilla". Pues qué bien.
La belleza de la bahía de Santander resulta inspiradora o inspiratriz, sobre todo cuando uno la recorre en barco. Una sensación realmente agradable. Una experiencia estupenda. Se cuenta que es una de las bahías más hermosas del mundo, formando parte del Club de las bahías más bellas del mundo. Con la ensenada de El Sardinero, donde se halla la isla del Mouro (figura mítica ésta en el Bierzo) y la península de la Magdalena (con su palacio de estilo inglés, que fuera residencia de verano de Alfonso XIII) se alza como un sueño o una alucinación.
El Sardinero, con su gran hotel y casino, que es como adentrarse en alguna escena de Amarcord de Fellini. El arenal del Puntal con sus dunas. Sólo por este recorrido en barco y por acercarse hasta la Magdalena ya merecería la pena una visita la ciudad.
Sin olvidarnos, claro está, del paseo Pereda (en honor al autor, entre otras obras, de Peñas arriba), que cuenta con su estatua, con sus jardines, el palacete del embarcadero, el edificio del Santander (el banco) y el centro Botín. Aprovecho la ocasión para decir que de Quintana de Fuseros (población cercana a Noceda) es José Antonio Álvarez, el consejero delegado de este Banco.
13 de julio (Facebook)
Sólo por acercarse a La Magdalena, a la península de esta ciudad cántabra, que es un fantástico mirador al mar Cantábrico, ya merecería la pena visitar la ciudad de Santander, que estoy redescubriendo con satisfacción. Es una gran belleza este lugar. La grande bellezza. Tal vez podría ser la magdalena de Proust. Mientras me quedo hipnotizado contemplando las olas que vienen y van, rememoro un mundo pleno, tal vez el tiempo de la infancia y aun de la adolescencia. Es probable que Santander sea una de las primeras ciudades, aparte de León, que visitara siendo un tierno infante sin infantado de realeza. O tal que así.
El novelista Pereda me hace recordar, como no podía ser de otro modo, al amigo periodista y escritor (también editor, traductor, librero y músico) José Luis Moreno-Ruiz, que falleciera hace tan solo unos meses, dejándonos huérfanos a quienes, con absoluta devoción, seguíamos sus escritos y por supuesto aquel memorable, esencial, insustituible programa de radio conocido como Rosa de Sanatorio en referencia al homónimo y clorofórmico poema de Valle Inclán. Pues Moreno-Ruiz escribió, entre otras, una novela titulada Pereda Cebú. Cabe recordar que él era santanderino de origen. Y hasta llegó a tener una librería en esta ciudad. Pero creo que no le entusiasma mucho su ciudad natal, dicho sea de paso, llegando a vivir en países como Puerto Rico o México.
Recuerdo con cariño su paso por Bembibre cuando lo invité a participar en Tardes Literarias. Y, después de un paseo por la Villavieja, llegó a decirme que le parecía un buen sitio para vivir. Bene vivere. Así era él.
La bahía de Santander me ha llevado por los recuerdos. Y me ha devuelto a mi tierra. Buena suerte, Rosa, con tu hostal en la capital cántabra.
La bahía de Santander me ha arrullado con el vaivén de sus olas. Me siento impregnado de mar. Me entusiasman los espacios con agua, los ríos, las regueras y reguerinas, los lagos... me gusta el mar y todo lo que fluye. Sigamos fluyendo por la costa... hacia Santoña.
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