Después de una temporada en tierra canadiense, vuelvo al Bierzo como un zombi. Y es que los jet lag nos dejan apijotados y luego no hay quien a poner orden y concierto al espíritu, que se habitua en poco tiempo a lo bueno/bello, o sea, a pasear con entrega por el ancho mundo, con sentido de la libertad, y todo eso que los nómadas saben hacer como nadie. Pero ahora toca otra realidad, el día a día en un entorno más conocido, etc. Lo post se convierte en añoranza de algo que pudo ser y tal vez se perdió, y así en este plan morriñoso, que para eso uno es berciano. ¿Qué es ser berciano?, se plantea a menudo Valentín Carrera, gran viajero y amigo, que presentó su último libro en Bembibre mientras uno andaba danzando por los Vancouveres. Desde que regresé hasta el día de hoy, siento que algo se ha movido en mi yo, porque el viaje acaba siendo iniciático, transformador. La fiesta de la Encina pasó, el Cristo idem de lienzo, pero uno sigue agarrado a sus sueños, no tiene ganas de regresar a la realidad, a una realidad que se impone, por cierto, como una apisonadora. Vivir en el Bierzo quizá no sea del todo fácil, tampoco en otros lugares se atan los gatos con longanizas, pero uno descubre o redescubre su tierra y la ama por encima de todo. Hay olores, colores y sabores que no se pueden olvidar. Y los amigos, y la familia, y todo eso que uno quiere de veras, y por lo que daríamos todo, llegado el caso. Uno viaja no sólo para ver mundo, como se decía antaño, sino para conocerse mejor, para entender más y mejor al otro, a ese ser humano que tenemos delante, que sueña y piensa parecido a nosotros, porque en el fondo no somos tan diferentes, aunque unos algunos sean más iguales que otros, y todo eso que ya sabemos o deberíamos saber. Tanto tenemos que aprender, que podríamos estar varias vidas viajando, conociendo el mundo y los humanos, y no acabaríamos por saber más que "el solo sé que no sé nada" socrático. Ahora estoy elaborando algo sobre Vancouver, y me está costando más de lo que creía, quizá porque no me he puesto de verdad, tal vez porque aún sigo en Canadá, viviendo una aventura mientras escucho a The pretenders en el Stanley Park, o saboreando la cocina coreana en Robson Street, o paseándome por Chinatown, o descubriendo, de la mano de alguna oriunda, Commercial Drive, en el Broadway de Vancouver. Tantas vivencias que ya pertenecen al recuerdo, al pasado, pero ahora toca el presente, las Tardes de Cine en Bembibre, etc. Sigo vivo, amiga Orfelina, o eso creo. Y estoy dispuesto a vivir más que nunca. Carpe diem. A sentir más que nunca. A ser mejor que nunca. Lo intentaré, al menos. Y leeré todo lo que pueda. Y seguiré amando la vida por encima de todo, porque sólo creo en ésta, y el tiempo pasa, mientras nos entretenemos en otras cosas, como diría John Lennon, icono libertario, músico mgnífico al que un mal día segaron la vida. Vivamos, pues, cada instante, cada minuto, y dejémonos de idioteces. Disfrutemos con nuestros seres queridos, sobre todo ahora que siguen a nuestro lado, porque a final lo que nos quedan son los afectos, más allá de cualquier cosa material...
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