Confieso mi devoción por las películas de Sorrentino, aunque he de aclarar que sólo he visto tres de sus obras, las dos últimas Parthenope-2024 y La juventud-2015 (aparte, claro está, de La gran belleza, que he reseñado en este blog: https://cuenya.blogspot.com/2017/02/la-gran-belleza.html).
Hoy, ahora, me apetece dedicarle unas palabras a La juventud, que acabo de ver o visionar después de la conversación que tuve ayer mismo con el amigo Javi, que es un gran cinéfilo y me la recomendó. Hace poco veía también Parthenope, de la que hablaba Azu, una exalumna brillante de los cursos de escritura que imparto en León. Curiosamente, Parthenope, que trata sobre una joven napolitana, cuyo nombre nos remite a la mitología de una sirena, también aborda el tema de la juventud (como lo hace en La juventud) en la sugerente ciudad de Nápoles, además de la belleza, la búsqueda de la belleza, una constante en las tres películas que he visto del genio Sorrentino, el Fellini de la época actual, aunque este singular director italiano tenga su propio sello cinematográfico. Si La gran belleza nos remitía a La dolce vita, La juventud (que dedica al cineasta Francesco Rosi) nos hace rememorar Ocho y medio de Fellini. En otro momento me centraré en Parthenope.
Sólo por la belleza, incluso la sensualidad y/o sensorialidad que nos muestra en cada uno de sus planos, algunos bien cercanos, como cuando se aproxima al rostro de sus personajes, sobre todo a sus protagonistas, ya merecerían ser vistas estas películas a las que me he referido al inicio. Sus imágenes, en fusión armónica con la música, me enhechizan. Me resultan hipnóticas, porque este director napolitano, con la ayuda de su director de fotografía y su montador, logra plasmar la belleza para que los espectadores la sintamos como una emoción intensa, también a través de los contrastes de lo superficial y lo trascendental. A menudo la belleza reside en la sencillez. Sobre emociones nos habla precisamente Sorrentino en La juventud, una película filmada desde las entrañas, que penetra en nuestros poros hasta hacernos reflexionar acerca de los grandes temas como paso del tiempo, de la juventud y la vejez, la creación artística, el amor, el sentido de la vida, la crisis existencial ante el duelo, el eros y el thánatos en definitiva (con un trasfondo poderoso, crudo como la vida misma) a través de unos personajes que encarnan los míticos actores Michael Caine (Fred Ballinger como músico melancólico) y Harvey Keitel (Mick Boyle como cineasta desconsolado), con sus historias yuxtapuestas pertenecientes a un mismo drama, además de la relación que mantiene la estupenda actriz Rachel Weisz (brutal el monólogo donde nos cuenta los fantasmas de su padre, interpretado por Michael Caine), o el futbolista que nos hace recordar a Maradona en su última etapa de vida (Sorrentino se ha declarado entusiasta de este fenómeno del fútbol mundial), o bien esa miss universo que se pasea desnuda, incluso el actor que interpreta a Hitler, o la diva encarnada por Jane Fonda, que nos hace rememorar a la Gloria Swanson en Sunset Boulevard, de Billy Wilder.
La música (a través de Fred) y el cine (a través sobre todo de Mick, aunque también de Jane Fonda o el célebre actor interpretado por Paul Dano) como artes esenciales en La juventud, película ambientada en un bello balneario suizo donde se nos muestra a toda una galería de personajes célebres a la deriva, en su decadencia, tal vez en busca de autor, por decirlo a lo Pirandello, con escenas impactantes como cuando vemos a una pareja ya entrada en edad que goza de un modo casi animal (bueno, los seres humanos somos emocionales, animales, antes que racionales) practicando sexo en el bosque, o con escenas surrealistas, impregnadas de realismo mágico, oníricas (los sueños y/o pesadillas están bien presentes) como cuando vemos a las vacas en medio de un paisaje bucólico escuchando la música de Fred (un concierto extraordinario el de las vacas), o bien cuando se nos muestra a un monje levitando.
Una obra de arte, La juventud, de Sorrentino, que nadie pude perderse porque es pura belleza, tras la que se esconden profundas reflexiones acerca de los grandes temas que tanto nos preocupan y ocupan a los seres humanos, entre ellos, la vejez.