(Curso
de composición de relatos y microficciones, nivel intermedio, UNED de
Ponferrada, impartido por Manuel Cuenya)
Aquella playa, rebosante de hermosos cantos
rodados, la mayoría de diversos colores y texturas que arropaban al mar en la
orilla, fue testigo de nuestro encuentro.
La intensidad del olor a salado, en
medio de aquellos valles y colinas de color verde, resultó estimulante y
provocador.
Aquel día el cielo se había tornado
grisáceo y las nubes habían decidido ponerse a jugar en modo tormenta.
Entonces, comenzó a llover torrencialmente, con intensas gotas de lluvia, que
consiguieron que nos refugiásemos en el mismo paraguas, porque yo no lo
llevaba.
Éramos dos desconocidos en medio de una
tormenta e íbamos descalzos, intentando caminar despacio para sentir en los
pies el masaje de la arena.
No sé si creer en el destino, pero
reconozco que fue divertido e inesperado.
Cuando ya estábamos bien empapados,
nuestras miradas se cruzaron con pasión, en sus ojos veía un mar de tono azul
en calma, mi mirada desprendía sabor a miel.
La lluvia consiguió que mi vestido de
lino blanco transparentara mis pechos, y él sin disimulo me hizo una
radiografía, aunque reconozco que me incomodó ese instante.
Decidimos caminar deprisa hasta
alcanzar la carretera, y él se ofreció a llevarme a casa. Cuando llegamos a la finca comenzaba a
ponerse el sol. Una casa unifamiliar se asentaba en medio de una parcela. Las
rosas, camelias, bocas de dragón, hibiscus y también dos magnolios, uno blanco
y otro morado, adornaban el lugar.
Las flores son para mí una fuente de
energía, sus colores penetraban en mi retina y sus perfumes me embriagaban,
siendo el único tipo de alcohol que podía degustar a través de mi nariz.
El olor a hierba recién cortada y
húmeda me excitaba. Fue espectacular cuando al alzar la vista divisamos al hijo
concebido entre el sol y las gotas de lluvia, un deslumbrante arco iris. La
tonalidad del cielo era digna de una fotografía.
Nos cambiamos de ropa y la atracción
rozó lo fatal.
Un beso apasionado, de película, no fue solo un entremés, sino el primer plato, el segundo y hasta el postre, es decir, un menú a la carta.
Su lengua penetró casi hasta mis
amígdalas. Es difícil expresar con palabras mi sensación de placer. No sé por
qué recordé por un instante las náuseas que me daba el depresor en la consulta
del otorrino cuando me lo introducía en la boca, en cambio, con este hombre,
que tenía unos labios carnosos de textura blanda, azucarados y aromáticos,
estaba sintiendo algo especial. Y me
entretuve mordisqueando sus labios como una niña cuando juega con su juguete
favorito. Y mi cuerpo se convirtió en su mapa cartográfico. Su lengua siguió
lamiendo mis orejas, mientras nos reíamos a carcajadas, que casi rozaban la
histeria. Cuando las papilas gustativas llegaron a mis pezones, éstos se
endurecieron con prontitud. Yo solía cerrar los ojos porque las sensaciones se
intensifican al abrigo del resto de los sentidos. Y nuestros cuerpos abrazados
formaban uno solo.
Cuando sus manos comenzaron a
deslizarse por mis caderas, éstas se contorneaban inconscientemente a ritmo de
bachata. Sus manos, fuertes y a la vez delicadas, consiguieron tocar en mi
cuerpo una melodía como si fuese una guitarra. Entonces, jadeamos y gimoteamos
hasta quedarme exhausta. El resultado de la aventura fue un plácido y profundo
sueño. Pero cuando desperté él ya no estaba.
En la mesita de noche figuraba un folio
blanco doblado por la mitad y al lado una orquídea blanca, símbolo de
inocencia, elegancia, belleza, amor, afecto y perfección. En aquel trozo de
papel figuraba un poema y aparecía firmado con su número de teléfono:
Extraño
tu ausencia
Entro
a la madrugada como un soplo
de
música por el tragaluz,
rastreo
ese cuarto como un ánima en pena
percibiendo
tu ausencia
deambulando
en silencio
persiguiendo
tu sombra
ronroneo
a tu lado
sintiendo
inusual placer.
Acaricio
tu cuerpo con notas melódicas
sembrando
en mi alma secuencia de acorde
formando
cadencias
siguiendo
algún canon
llegando
a un crescendo,
acabando
en rapsodia.
Cuando mis lágrimas rozaron el papel se desdibujaron las
letras, comprendí entonces que él no desvistió solamente mi cuerpo, sino que
también me desnudó el alma.
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