martes, 22 de octubre de 2024

Encuentro casual en Xagó, por Ana Rosa Gutiérrez

 

(Curso de composición de relatos y microficciones, nivel intermedio, UNED de Ponferrada, impartido por Manuel Cuenya)

Aquella playa, rebosante de hermosos cantos rodados, la mayoría de diversos colores y texturas que arropaban al mar en la orilla, fue testigo de nuestro encuentro.

         La intensidad del olor a salado, en medio de aquellos valles y colinas de color verde, resultó estimulante y provocador.

         Aquel día el cielo se había tornado grisáceo y las nubes habían decidido ponerse a jugar en modo tormenta. Entonces, comenzó a llover torrencialmente, con intensas gotas de lluvia, que consiguieron que nos refugiásemos en el mismo paraguas, porque yo no lo llevaba.

         Éramos dos desconocidos en medio de una tormenta e íbamos descalzos, intentando caminar despacio para sentir en los pies el masaje de la arena.

         No sé si creer en el destino, pero reconozco que fue divertido e inesperado.

         Cuando ya estábamos bien empapados, nuestras miradas se cruzaron con pasión, en sus ojos veía un mar de tono azul en calma, mi mirada desprendía sabor a miel.

         La lluvia consiguió que mi vestido de lino blanco transparentara mis pechos, y él sin disimulo me hizo una radiografía, aunque reconozco que me incomodó ese instante.

         Decidimos caminar deprisa hasta alcanzar la carretera, y él se ofreció a llevarme a casa.  Cuando llegamos a la finca comenzaba a ponerse el sol. Una casa unifamiliar se asentaba en medio de una parcela. Las rosas, camelias, bocas de dragón, hibiscus y también dos magnolios, uno blanco y otro morado, adornaban el lugar.

         Las flores son para mí una fuente de energía, sus colores penetraban en mi retina y sus perfumes me embriagaban, siendo el único tipo de alcohol que podía degustar a través de mi nariz.

         El olor a hierba recién cortada y húmeda me excitaba. Fue espectacular cuando al alzar la vista divisamos al hijo concebido entre el sol y las gotas de lluvia, un deslumbrante arco iris. La tonalidad del cielo era digna de una fotografía.

         Nos cambiamos de ropa y la atracción rozó lo fatal.

         Un beso apasionado, de película, no fue solo un entremés, sino el primer plato, el segundo y hasta el postre, es decir, un menú a la carta. 


         Su lengua penetró casi hasta mis amígdalas. Es difícil expresar con palabras mi sensación de placer. No sé por qué recordé por un instante las náuseas que me daba el depresor en la consulta del otorrino cuando me lo introducía en la boca, en cambio, con este hombre, que tenía unos labios carnosos de textura blanda, azucarados y aromáticos, estaba sintiendo algo especial.  Y me entretuve mordisqueando sus labios como una niña cuando juega con su juguete favorito. Y mi cuerpo se convirtió en su mapa cartográfico. Su lengua siguió lamiendo mis orejas, mientras nos reíamos a carcajadas, que casi rozaban la histeria. Cuando las papilas gustativas llegaron a mis pezones, éstos se endurecieron con prontitud. Yo solía cerrar los ojos porque las sensaciones se intensifican al abrigo del resto de los sentidos. Y nuestros cuerpos abrazados formaban uno solo.

         Cuando sus manos comenzaron a deslizarse por mis caderas, éstas se contorneaban inconscientemente a ritmo de bachata. Sus manos, fuertes y a la vez delicadas, consiguieron tocar en mi cuerpo una melodía como si fuese una guitarra. Entonces, jadeamos y gimoteamos hasta quedarme exhausta. El resultado de la aventura fue un plácido y profundo sueño. Pero cuando desperté él ya no estaba.

         En la mesita de noche figuraba un folio blanco doblado por la mitad y al lado una orquídea blanca, símbolo de inocencia, elegancia, belleza, amor, afecto y perfección. En aquel trozo de papel figuraba un poema y aparecía firmado con su número de teléfono:

Extraño tu ausencia

Entro a la madrugada como un soplo

de música por el tragaluz,

rastreo ese cuarto como un ánima en pena

percibiendo tu ausencia

deambulando en silencio

persiguiendo tu sombra

ronroneo a tu lado

sintiendo inusual placer.

Acaricio tu cuerpo con notas melódicas

sembrando en mi alma secuencia de acorde

formando cadencias

siguiendo algún canon

llegando a un crescendo,

acabando en rapsodia.

         Cuando mis lágrimas rozaron el papel se desdibujaron las letras, comprendí entonces que él no desvistió solamente mi cuerpo, sino que también me desnudó el alma.

 

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