(Curso de composición de relatos y microficciones, nivel intermedio, UNED de Ponferrada, impartido por Manuel Cuenya)
−Traición, no fue más que una sucia traición. Me tenían miedo, tenían miedo a la verdad, al juicio. Se pensaban que no tenía ni idea de lo que estaba pasando. ¿Cómo no iba a verlo? Me miraban, se reían, hacían comentarios… Sus risas, sus risas hienunas, rapiñeras. Todavía las escucho. ¡Y soy yo el loco! ¿Es que no se daban cuenta de que los veía siempre? ¿Creen que podrían haberme traído hasta aquí si yo no los hubiera dejado? El doctor, él lo sabe todo. Necesito verlo, necesito verlo, ahora. Me prometió que lo contaría. Él sabe quién soy. Les escupiré la verdad a la cara y no tendrán más remedio que tragársela. Me suplicarán. Y acabarán ellos también aquí. Reirán para todos, los verán todos.
¡El doctor!, pregúntele a él. Con su bata blanca y su pluma en el bolsillo. ¿Pero es que no os dais cuenta de quién es? Llamaron a la ambulancia mientras dormía. Estaba soñando con un perro al que estaban apaleando. Era yo, podía ser cualquiera, pero era yo. Tenía mis ojos. Y luego, esas sombras, las voces, manos agarrándome, aquel enfermero sudoroso aprisionándome contra la pared, el codo en mi nariz y las sábanas llenas de sangre, las correas apretándome las piernas. El vecino mirando por la mirilla. Escuchaba su respiración. Y tras la puerta, sus risas, sus risas de hiena, sus risas rapiñeras, sus risas... desconsoladas y tristes. Como llantos, pero eran risas. Las conozco bien. Eran risas…
El loco, con angustiosa cordura, rompió a llorar mientras repetía:
−Tenían que serlo, lo eran. No eran llantos…
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