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miércoles, 23 de octubre de 2024

La magia de un lugar sin nombre, por Fina Duet

        (Curso de composición de relatos y microficciones, nivel intermedio, UNED de Ponferrada, impartido por Manuel Cuenya)

Todas mis alarmas sensoriales se dispararon al entrar en aquel lugar; ante mí, un enjambre humano zumbando de celda en celda: olisqueando, tocando, paladeando, escrutando y la banda sonora del ajetreo habitual.

Los colores de las especias del primer puesto me secuestraron la mirada, me paralizaron ante el espectáculo sin noción del tiempo, y mi ánimo levitaba en un espacio infinito. Los recipientes dibujaban un orden cromático y geométrico que me incitaron a comprobar si la gama estaba completa, y sí, lo estaba. Un joven dependiente me sacó del éxtasis invitándome a comprar mientras indagaba mi idioma y con una dicción perfecta transmitirme: “aquí engañamos menos que los otros”. Con el gesto internacional de una sonrisa amable volví a ponerme en situación y lo dejé en su paraíso particular.

Cual zángano más, continué adentrándome en el enjambre y volví a caer en las redes de un puesto que parecía ser la auténtica cueva de Alí Babá, con las puertas abiertas y sin necesidad de conjuro entré; jamás había visto tanto dorado y en tales cantidades, estuve poco tiempo, le di poco margen de maniobra a su joven dependiente, tanto destello llegó a resultarme insultante. 


Pronto topé con otro puesto que me arrebató la voluntad, el síndrome de Aladino me poseyó y me dejé deleitar contemplando un sinfín de alfombras, todas parecidas y todas diferentes. Otro joven dependiente, cual genio sin lámpara a la vista, apareció detrás de un pequeño mostrador; en principio llegué a creer que era el mismo de siempre porque me repitió el mantra del engaño con el mismo ritual. Por supuesto, yo utilicé el mismo ardid para zafarme con elegante respeto.

El enjambre aumentaba, el tiempo pasaba sin yo percibirlo, hasta que, de pronto, el zumbido amainaba a medida que sobresalía la voz seductora de la plegaria tercera del día y acompañando su cadencia comencé a escuchar un alarmante maullido en mi estómago.

Con una nostalgia punzante salí del lugar para sumirme en la tarea rutinaria de buscar un restaurante que diera la talla del edén que dejaba a mis espaldas.

 

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