La Naturaleza, que es divina, como venero de inspiración para esta gran pintora y dibujante que es la asturleonesa Cristina Masa, a quien me une la amistad desde hace tiempo y con quien he podido colaborar poniendo textos a sus cuadros, lo cual me resulta ilusionante, porque sus obras se me antojan estimulantes.
En esta exposición Cristina no sólo se atreve con la Naturaleza, pintando bellas flores y sugerentes paisajes nevados, sino que se adentra en la plaza de la ciudad, en la diversión que procura un carrusel o tiovivo (los caballitos de nuestra infancia), en el rostro humano a través del cual se percibe el alma, incluso nos muestra con destreza su propio autorretrato. Con un estilo realista impregnado de poesía. Un estilo a caballo entre el impresionismo, el postimpresionismo y el paisajismo romántico.
Sobrecoge la poderosa mirada de una mujer que nos está hablando, casi tocando, con sus bellos ojos, tras un velo en el que asoman altas montañas, como si estas brotaran de un fondo marino o lacustre, o bien como si emergieran de su mismo rostro en un fundido encadenado que nos remite a un sueño, tal vez a una pesadilla, la que quizá está viviendo Ella, una mujer sin voz, que sólo puede hablarnos con la mirada para contarnos su historia de vida.
Siento cómo el frío penetra en mis entrañas ante este paisaje invernal. Pero a la vez deseo adentrarme en su bosque, respirar sus fragancias, caminar hasta alcanzar la cumbre de la montaña, y, desde ahí arriba, sentir la belleza del mundo.
El colorido de este espacio, de esta plaza, acaso de abastos, nos devuelve la ilusión, que es lo último que deberíamos perder los seres humanos. Ese trasiego de gentes en este mercado al aire libre nos procura una energía saludable, invitándonos a disfrutar de lo cotidiano, de las pequeñas/grandes cosas que conforman nuestras vidas.
El carrusel o tiovivo nos devuelve a una infancia feliz. Y por instantes nos hace sentir que aún podemos cabalgar a lomos de un caballito, continuar por la senda, incluso volar.
Los caballitos de las
fiestas, en concreto de las fiestas del Cristo, son el recuerdo emocional de un
padre (también una madre) que siempre estarán con nosotros.
Ese contraste de colores cautiva nuestra mirada. Y nos hace creer que la explosión otoñal comienza a dar paso a la estación de invierno, que habitualmente nos sumerge en un letargo. Mientras, disfrutemos de la belleza de esta postal casi navideña, donde a lo mejor nos esperan Papá Noel y los Reyes Magos de Oriente.
La fragancia de estas plantas y estas flores penetra en nuestras entrañas con tal fuerza que nos hace sentir alegres, dispuestos a degustar la belleza sensorial, porque la belleza, como dijera el genio Dalí, será comestible o no será.
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