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sábado, 11 de mayo de 2024

De Madrid al azul celeste de la espiritualidad

Madrid desde San Isidro
Me encanta darme un voltión de vez en cuando por la capital del reino porque siempre encuentra uno inspiración en sus calles y plazas, su gastronomía, sus monumentos, sus parques y cementerios, sus bares y restaurantes, sus personajes, esos que pueblan las páginas del arte, de la cultura, así como aquellos que caminan en busca de autor, o de autora, por los subsuelos de la vida, esta vida breve y absurda, aunque bella a la vez, porque la vida está para ser vida en primer lugar y luego para ser contada. 

Vivir para contarla, como hiciera el bueno de Gabo, que nos dejó una obra extraordinaria, él que manejaba las letras como periodista, como escritor y aun como especialista en guiones en cine. 
Goya en parque de San Isidro

Vivir para contarla, como hiciera asimismo otro coloso de las letras, el genial y casi siempre sublime sin interrupción Umbral, el autor de Las palabras de la tribu, entre otros cientos de volúmenes, el cual nos contó, precisamente en este libro dedicado a los escritores españoles, que su madre era de Valencia de Don Juan, en la provincia de León.  

Para contarnos, mejor que nadie, vivió Umbral. Para contarnos ese Madrid en tantos libros y artículos de opinión, en esas sus memorias, por ejemplo en Días felices en Argüelles, que es por cierto un título que se parece a Días tranquilos en Clichy (ambientado en París), de Henry Miller, maestro que fuera de Umbral. 

Pradera de San Isidro

Madrid ha sido mucho en la literatura, asegura el autor de Las ninfas en su Travesía por la capital. "Madrid es en sí mismo un género literario o muchos. De Quevedo a Cela... Madrid es un buen material literario... El Madrid manchego de Gutiérrez Solana y el Madrid exquisito y pensante de Ortega... Madrid, más que una ciudad, es una disculpa para escribir... un Madrid que huele a anís del mono"... Es, según él, "la ciudad más abierta de Europa... Es plural, por eso admite todos los géneros literarios, todas las miradas...

Palacio de Oriente y la catedral Almudena

Es un poético trenzado de ocio y trabajo, de alegría y resignación, de carácter y tiempo", añade Umbral, quien también cree que a la ciudad de Madrid la inventaron Carlos III y un albañil de Jaén, además de la mano que echó el marqués de Salamanca.  Sí, al parecer Carlos III, "el mejor alcalde de la capital", fue un rey ilustrado que hizo mucho y bien por esta ciudad, con servicios de alumbrado y una buena red de alcantarillado, además de grandes avenidas y monumentos como la Cibeles, Neptuno, la puerta de Alcalá, el jardín botánico, el edificio del museo del Prado o el que hoy alberga el museo Reina Sofía. 

Ahora estoy terminado la lectura del libro Madrid, de Andrés Trapiello, que hace un tiempo me recomendara el amigo Javi, lo cual le agradezco, porque Andrés Trapiello también nos cuenta su Madrid con singularidad, con mucha literatura. Cabe recordar que Andrés Trapiello es de la saga artística de los Trapiello, de Manzaneda de Torío. Leonés madrileño, hermano de Luis (a quien tuve la ocasión de entrevistar: https://ileon.eldiario.es/la-fragua-literaria/luis-garcia-trapiello-dice-democratico-defender-iguales-opinion-necio-conocimiento-sabio_1_9537228.html) y de Pedro (conocido sobre todo por su Cornada de lobo, con quien tengo buen trato: https://cuenya.blogspot.com/2013/02/cornada-de-lobo-pedro-g-trapiello.html), entre otros. 

Andrés Trapiello es también primo del gran Andrés Martínez Trapiello (también incluido en la fragua literaria leonesa: https://ileon.eldiario.es/cultura/varias-ocasiones-manifestado-error-provincianos-educan-hijos-emigracion_1_9426126.html). 

El Madrid de Trapiello es la ciudad que él ha vivido y paseado desde que llegara a esta capital un 5 de mayo de 1971, acompañado precisamente por su hermano Pedro... A tenor de lo que nos cuenta, su vida no resultó nada fácil al inicio de su estancia en la capital, porque tuvo que batallar vendiendo libros por las puertas. 

"Cuando llegamos a Madrid estaba lloviendo, una de esas lluvias muy de Madrid, flojas y negras, como agua de fregar", cuenta Andrés Trapiello, el cual siente como suyo el Madrid de Galdós, de Solana o de Ramón Gómez de la Serna.  

Galdós, cementerio de La Almudena

Me alegra que hoy Andrés Trapiello haya compuesto una ingente y sustanciosa obra (ahí están también sus varios tomos de su diario Salón de pasos perdidos).  

Volveré sobre el Madrid de Trapiello cuando finalice su lectura al completo. 

Y ahora, después de este preámbulo, doy paso a mi Madrid, el que me sigue sorprendiendo, con el que aprendo cada día, que no me canso de explorar, de recorrer, porque una gran ciudad (también una ciudad grande) como Madrid, Mayrit (matriz, arroyo, lugar abundante en agua), Magerit, no se agota ni en uno ni en cientos de paseos. 

El pasado fin de semana (aprovechando la fiesta del 1 de mayo y siguientes) estuve en esta ciudad. Y me adentré en sus cementerios, acaso porque Madrid es un gran cementerio y al mismo tiempo una urbe que vibra cada segundo por los poros de su intraánima.

Larra y Ramón, cementerio de San Justo

Ese Madrid de Larra y Espronceda y también del greguerístico Ramón Gómez de la Serna, o sea de la Sorna, el cual nos ofreció magníficas greguerías de la capital del Reino, así como un libro imprescindible titulado El rastro, porque Madrid es Ramón y sus vanguardias.
Cabe recordar que Espronceda, quien fuera amigo del escritor berciano Gil y Carrasco, me marcó con El estudiante de Salamanca.
Madrid es también Mesonero Romanos, cuyos huesos no puede localizar (incluso provisto del Google maps) en el cementerio de San Isidro (en el distrito de Carabanchel) por más que lo intenté. Me decía que estaba a diez metros, pero allí no aparecía. Un milagro a la inversa.
cementerio de San Justo
Madrid es también el del romántico y librepensador Larra, el autor, entre otros, de la escalofriante Nochebuena de 1836, Delirio filosófico. Confieso que me fascina la figura y la obra de Larra, al que leí por primera vez con once años y me giró la testa.
Madrid es asimismo pasear por la plaza Mayor y que el olor a calamares fritos te haga levitar en busca del séptimo cielo.
Madrid es adentrarse en el barrio de las Letras y que se te aparezcan en cuerpo y alma, todos en uno, Quevedo, Lope y Cervantes.
Madrid es Ortega y Gasset con su España invertebrada en el camposanto de San Isidro. Un filósofo colosal, Ortega. Su España invertebrada y la rebelión de las masas, aparte de sus muchos y sustanciosos artículos, son un material valiosísimo.
Cementerio de la Almudena
Madrid es una greguería gigante, una de esas que te cautivan con su humor metafórico. Larra y Gómez de la Serna en la misma sepultura. En el panteón de los ilustres.
De Madrid al cielo. Al azul celeste de la espiritualidad.

Poetizaba Dámaso Alonso que Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres. Pues bien, he aquí algunas tumbas de algunos ilustres e ilustrados/as, que yacen en el cementerio de la Almudena, que, al decir de un tipo, tiene la extensión de Segovia. La verdad es que se me hace -hase, güey- enorme, el más grande de Europa occidental, según los entendidos en la materia. Este camposanto se halla en el distrito de Ciudad Lineal.
Ortega, en San Isidro

Resulta complicado encontrar las tumbas de grandes de la cultura, sobre todo en este 2 de mayo, que es festivo. Y esto anda deshabitado de mortales y rosa, por decirlo a lo Umbral, imposible por lo demás encontrarme con el espíritu de Umbral, y aun de otros como el escritor Onetti, el pintor Solana, el futbolista Di Stefano, el productor de cine Querejeta o el actor López Vázquez, entre muchos más. Qué nos esperen allá cuando San Isidro (ya que de santos hablamos, y este era labriego) baje el dedo.
Qué breve es esta vida, la vida, nomás por nomasito.
A dos de mayo de 2024 en Lavapiés.

Vaya aquí este poema del poeta Dámaso Alonso, quien está enterrado en el camposanto de la Almudena.
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
La Almudena, Familia Flores
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
En cementerio de la Almudena
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
Manzanares

Estamos en la antesala de San Isidro Labrador, que al parecer cultivaba las tierras de la ribera del Manzanares.
Por cierto, el río Manzanares no es -o mejor dicho, no parece- glamuroso como el Sena o el Támesis, pero es el río de la capital del Reino. "Arroyo, aprendiz de río", dijo de él el satírico Quevedo.
Y San Isidro es la fiesta más castiza y más popular de esta ciudad, el centro mismo de la piel de toro o de vaca tendida al sol, acaso un sol embotellado, que a menudo luce espléndido.
Madrid y su pradera.
El esperpéntico y genial Goya le dedicó un bello cuadro pictórico. A la pradera de San Isidro.
En el fondo, Madrid, como París -con un guiño a Hemingway-, era y es una fiesta.
Una fiesta en la que sobresalen algunos lugares para fantasear como el cerro donde se asienta el templo Debod, que es probablemente el edificio más antiguo de Madrid, o sea, todo un emblema en esta capital. Se cuenta que este templo fue un obsequio egipcio -proveniente de la presa de Asuán-. Una maravilla, que nos invita a viajar a orillas del Nilo. Y, como ya había adelantado, este templo se alza sobre una elevación con vistas al mundo: al Palacio de Oriente, a la catedral de la Almudena, a la torre Madrid, al edificio España, con el hotel Riu...
Al bosque madrileño.
A los pies de este cerro, donde vemos el templo de Debod, se halla una estatua de Sor Juana Inés de la Cruz, mística escritora mexicana del Siglo de Oro, a la que descubrí en mi etapa mexicana, gracias también al Nobel Octavio Paz. Por cierto, existe una estatua parecida de Sor Juana Inés en el bosque de Chapultepec de la Ciudad de México. Pues eso, de Madrid al país náhuatl.
Próximo al cerro donde se ubica el templo Debod está la plaza de España, en cuyo centro se sitúa el monumento de Cervantes con sus personajes Don Quijote y Sancho. Sigamos cabalgando por las praderas del presente, del aquí y ahora, mientras el mundo gira.
Desde Sacramental de San Justo

Otro edificio que invita a imaginar sin cortapisas es el Capitol, que sigue fascinando al visitante por su modernidad, como si se hubiera construido ayer mismo. Y además es un símbolo cinematográfico después de que el cineasta Alex de la Iglesia lo convirtiera en inmortal en su película El día de la bestia, que tendré que ver de nuevo.
El Capitol sobresale como un icono expresionista y aerodinámico en la Gran Vía, que podría ser asimismo una calle de Manhattan, con algún bolero mexicano lustrando los zapatos de los viandantes.
La Gran Vía es una puñalada de luz al corazón del casticismo, una mano abierta al aire, como escribiera Raúl del Pozo, el delfín de Umbral.
Me entusiasma la Gran Vía que retrató el genial Antonio López con su sol del membrillo.
como un ritual ya ensayado me acerco al callejón del Gato para darme cita con el modernista y esperpéntico Valle Inclán, un tipo al que me hubiera gustado conocer en persona.
Al menos me/nos queda su sustanciosa obra.
Sentado en un banco con el autor de Luces de bohemia -obra extraordinaria en un Madrid brillante, absurdo y hambriento- miro esos espejos deformantes como si fueran esos tiempos convergentes, divergentes y paralelos de los que nos hablara Borges en su cuento El jardín de los senderos que se bifurcan. De este modo se me aparece el azar en forma de mecánica cuántica. Al parecer, el azar sigue presidiendo nuestras vidas. Y Valle me habla con alma de visionario de un Madrid, de una España, que puedo reconocer tal cual un siglo después de que él la plasmara en sus Luces.
Qué la luz -las luces-, nos siga iluminando en esta senda de la vida.
Y para finalizar este recorrido quedo en el oso y el madroño de Sol con la amiga Carmen, a quien conociera hace un par de años en la abadía cisterciense de Cóbreces (Cantabria). Al amor de un café en la histórica cafetería La Mallorquina, en la primera planta, con maravillosas vistas a la plaza, charlamos de forma distendida. Ella ya está pensando en viajar a Berlín, que es una ciudad que gusta mucho a los jóvenes de Europa.
Berlín aparece como mapa afectivo en mis Mapas afectivos.
De Madrid a la capital germana es tan sólo un paseo.
Después del café nos damos un paseo por la Calle Mayor, que está ligada a dos de los grandes poetas y dramaturgos de las letras españolas: Lope de Vega (nacido en el número 50) y Calderón de la Barca (que vivió en el número 61). 
Con Carmen en la plaza de la Villa

Nos allegamos a la plaza de la villa y ahí nos tomamos unas foticas. Una histórica plaza con tres edificios de gran valor artístico, entre ellos la plateresca Casa de Cisneros y la barroca Casa de la Villa, que albergó hasta principios del siglo XXI el Ayuntamiento de Madrid. 
Regresamos por la plaza Mayor a Sol, donde nos despedimos. 
Y uno se despide también de Madrid hasta el próximo viaje. 

lunes, 6 de mayo de 2024

Jaén, la matria del aceite de oliva, y Granada, bajo la lluvia primaveral

Si bien ya ha transcurrido algún tiempo, algo más de un mes desde que estuviera en Jaén y en Granada, me apetece ahora (por fin, he encontrado el tiempo) contar mi viaje a Andalucía, en concreto a estas poblaciones: Jaén y Granada.

Castillo al fondo

Recuerdo haber pasado por Jaén en una ocasión (no hace tanto), pero fue como un relámpago, con lo cual no pude apreciar en su justa medida lo que de sí puede dar esa ciudad. En cambio en la pasada Semana Santa sí me adentré algo más en sus entrañas. Lástima que en esos días estuviera algo doblado, en baja forma, a resultas de una lumbalgia, que no me permitió moverme como me hubiera gustado y treparme al mirador del castillo de Santa Catalina, desde donde se disfrutan, según los lugareños, de hermosas vistas sobre la propia ciudad, además de los extensos olivares y los montes circundantes. 

Catedral
No obstante, sí saboreé su gastronomía y su aceite, que es una delicia.
Jaén es sin duda la matria del aceite de oliva. Y a este ser le entusiasma el aceite, sobre el aceite extra virgen.

Es Jaén una ciudad pequeña, coronada por el castillo, que se extiende por las laderas de un cerro. Con un centro histórico que merece la pena (mejor dicho, la alegría) ser recorrido, con unas cuantas tabernas centenarias, como La Manchega o La Barrera, entre otras muchas, las cuales me recomendó el tipo de la recepción del hotel Europa, donde puede alojarme. Un sitio confortable.

Por cierto, en esta época de Semana Santa, Jaén estaba petada de visitantes, cosa que no imaginaba, creyendo ingenuamente que no habría casi turistas.

A partir de la pandemia, todo ha cambiado. Y la gente, todos, nos hemos vuelto ansiosos por salir fuera de casa en busca de algún elixir que quizá nos procure la vida eterna. Es un decir.

Palacio de los baños árabes

En estas tabernas, como La Manchega -fundada a finales del siglo XIX-, sirven ricas tapas y raciones, como la morcilla local, con o sin migas. Algo que me hizo recordar al barrio Húmedo de la ciudad de León.

Llama la atención de esta urbe sobre todo su enorme y bella catedral, una de las más hermosas de España, la cual se eleva sobre la plaza de Santa María. Su fachada, adornada con esculturas de santos, se considera una de las obras cumbres del barroco. 

Sorprenden asimismo los baños árabes, bajo un palacio, que, al decir de algunos, son los de mayor tamaño y también los mejor conservados de Europa, los cuales permanecieron ocultos en los sótanos del palacio. Estos baños fueron construidos en los siglos XI y XII por los almohades. En sus techos abovedados podemos apreciar sus lucernarios en forma de estrella filtrando la luz.
Me gustó pasear por su judería o barrio de Santa Cruz, con ese singular callejón del Gato, entre otros. Un callejón del Gato que no es valleinclanesco, porque no percibí que tuviera, como el que existe en Madrid, espejos deformantes de la realidad, aunque pudiera tenerlos. Nunca se sabe.
Mucha vida de fin de semana con sus procesiones de Ramos. Y es que Jaén, además de aceite de oliva, huele a ramo e incienso, a morcilla y a santa semana. Con un cielo grisáceo que le da como aire de nostalgia.
Espero volver en algún momento a la provincia de Jaén para visitar las poblaciones de Úbeda y Baeza, aunque debería encontrar una época en la que no viajaran tantos turistas a estos lugares. Algo complicado.

Confieso mi debilidad por Granada desde que la descubriera en los años noventa. Ya entonces me fascinó. Y esa fascinación sigue intacta. Hasta creo que cada vez me gusta más, lo cual tiene que ver, sospecho, con que Granada se me antoja norte y sur de España, aparte de que es una ciudad árabe que a uno le permite fantasear con las mil y una noches.
Granada es asimismo la ciudad del tapeo, como León, porque tapear en esta ciudad nazarí es una costumbre arraigada.
Te tomas una cerveza Alhambra, por ejemplo, y te sirven tu tapita. También está la opción de probar la gastronomía árabe, tajine, cuscús... con esos dulces y tés morunos que te nublan la mirada de puro gusto, aunque uno no sea tan dado a los dulces.

Granada, bajo la lluvia primaveral

Árabe en la península Ibérica, Granada bajo la lluvia primaveral de finales de marzo -Graná, como dicen los oriundos- ofrece un rostro tal vez melancólico. De repente, esta ciudad sureña se revela norteña con la difuminada sierra Nevada como telón de fondo, donde sigue luciendo la Alhambra (castillo rojo) desde el mirador de San Nicolás.
Qué belleza los miradores de Granada.

En alguna ocasión, subí hasta el mirador de San Cristóbal, con vistas privilegiadas al barrio del Albaicín -el alma de Granada-, un cerro con sabor morisco, cautivador en sus cuestas y callejuelas, murallas y puertas, en sus plazas aderezadas con aljibes y alminares, en sus cármenes (el carmen es una casa con huerto y jardín), un barrio artístico, inspirador, con sus tiendas, restaurantes y teterías (el té moruno y el aroma a cachimba embriagan de poesía, de música). Un té a la menta y un tajine. Marchando. Pero que sea también con unas tapitas de jamoncito y unas cervecitas bien helodias. Vaya contraste entre lo moruno y lo católico (con las pocas procesiones semanasantinas que pudieron desfilar debido al clima lluvioso).

Me gusta pasear por las calles de Elvira, Calderería Vieja y Nueva, también aromatizadas por las mil y una noches, con sus puestos y restaurantes de comida árabe.
En la cuesta de San Gregorio, en el Albaicín, me detuve para echarle un vistazo a la casa del maestro Enrique Morente. Ahora mismo, mientras escribo, escucho su disco Omega, que supuso toda una revolución en el arte flamenco. Un trabajo que hizo en colaboración con el grupo de rock también granadino Lagartija Nick, en el que participan asimismo numerosos artistas del flamenco, como Tomatito, Vicente Amigo o Estrella Morente -hija de Enrique-, entre otros.
En Omega Enrique Morente adapta poemas de Poeta en Nueva York de Lorca y temas del cantautor canadiense Leonard Cohen, otro grande.
Me encanta la música de Enrique Morente desde que la descubriera en la década de los ochenta, tal vez en los noventa, en aquel programa de radio, Diálogos 3, que conducía el bueno de Ramón Trecet en Radio 3. Entonces la radio era una auténtica escuela de aprendizaje. Inolvidables este programa y Rosa de Sanatorio, como el homónimo poema sinestésico de Valle Inclán, cuyo responsable era el inolvidable y polifacético José Moreno Ruiz, ya fallecido desafortunadamente, el cual también hizo sus pinitos como músico con Javier Corcobado y en solitario.
Granada es también la patria indie rock de grupos musicales como Los Planetas o Lori Meyer.
Casa de Morente

Bello paseo cruzando el Albaicín hasta el Sacromonte y regresando al centro de Granada (plaza Nueva) por la cuesta de Chapiz (calle emblemática del Albaicín) a orillas del río Darro con vistas a la Alhambra.
Sólo por la Alhambra, Granada ya merecería una visita, porque la Alhambra es una bendición. Una auténtica maravilla para los sentidos.
Hacía tiempo que no me acercaba al Sacromonte. Pero en esta ocasión, incluso bajo la lluvia, me apetecía mucho darme un garbeo por este Sacromonte de soleá y seguiriyas, Sacromonte de tablao flamenco, emblemático espacio granadino de cuevas donde el flamenco (Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad) es un arte, cuyo origen diverso podría hallarse en los romances castellanos cantados y en la música morisca y la música sefardí.
Albaicín

Etimológicamente, el término flamenco podría provenir de la palabra flama o llama, la pasión desgarradora gitana, o del árabe fellah mengus (campesino errante). Incluso podría deberse a qué a los gitanos se les decía flamencos, o sea, "echaos pa' lante".
Inolvidable la película Flamenco, de Saura, con todos esos grandes cantaores, entre ellos los colosales Paco de Lucía y el propio Enrique Morente. O bien las excelentes Rocío Jurado y Niña Pastori, entre otras y otros.

La música como nutriente espiritual -ahí está también Manuel de Falla y su amor brujo-, y Granada como manantial de inspiración.
En mis paseos por Granada también descubrí que San Juan de la Cruz, uno de nuestros poetas más universales -el más poeta de los santos y el más santo de los poetas, como dijera Antonio Machado de él-, al que le ha cantado nuestro querido paisano Amancio Prada, estuvo por estas tierras, por el Carmen de los Mártires.
Sacromonte
San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús (extraordinaria) son los grandes referentes de la mística española.
Asimismo, en el singular barrio del Realejo nació Fray Luis de Granada.
El Realejo, conocido asimismo como el barrio judío o de los judíos-al-Yahud (judío, claro está, cuando los árabes llegaron a la ciudad), es un lugar con encanto, donde llegué a alojarme, y donde al parecer árabes y judíos convivieron tan ricamente. Quién lo diría, habida cuenta del conflicto sempiterno de palestinos e israelitas.
En todo caso, los Reyes Católicos, tan lindos ellos, tras expulsar a los árabes y judíos, se cargaron el barrio y le dieron el nombre de Realejo, eliminando el pluralismo cultural.
Desde el Realejo

El Realejo, el barrio de los guitarreros y cajoneros, colinda con el oasis de la Alhambra. Con vistas al cielo. Y a la ciudad nazarí.
A propósito de los Reyes Católicos, sus tumbas se hallan en la capilla Real, que figura adosada a la catedral.

Granada, bajo el agua, sigue fluyendo por el río del tiempo. Y al visitante le da buenas vibraciones esta ciudad plástica y lírica, llena de luz, verde y agua, con sabor andalusí, flamenco y agitanado, esta ciudad en la que se sueña y ensueña, como acaso dijera el genio Lorca, el gran poeta granaíno y universal.
El Realejo

Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.

Recuerdo estos versos del genio Lorca sentado al lado de su estatua en la Avenida de la Constitución de Granada.
En este reciente viaje a Granada quedé con Paqui, alumna del curso de escritura que acabo de impartir en la UNED. Un placer verla y saludarla. Aunque no llegué a hablar con ella en mi hasta ahora último viaje a la abadía cisterciense de Viaceli en Cóbreces (Cantabria), sí coincidimos en la misma. Y a partir de ahí establecimos contacto.
Quién mejor que Paqui, granadina de cuna, para adentrarse en esta ciudad por la puerta grande, tal vez por la puerta de Elvira.

Compartir con ella café y conversación en la cafetería Cielo acerca de la espiritualidad en estos tiempos convulsos, además de una fotica como recuerdo delante del busto del Gran Capitán en la avenida de la Constitución, se me hizo una bonita experiencia.
Deliciosos los desayunos en la cafetería Cielo (al lado del monasterio de San Jerónimo), con tostadas de jamón con tomate y aceite. Y la amabilidad de la joven camarera Aurora, la cual es, según me dijera, sevillana.
Aparte de alojarme en el Realejo, también en este último viaje me hospedé cerca del monasterio de San Jerónimo, habida cuenta de que resulta complicado el alojamiento en esta ciudad que, en Semana Santa, se pone hasta la bandera. En Semana Santa, fines de semana y días de guardar. Como se decía otrora. Por cierto, en este hospedaje me atendió Charlotte, que es una chica inglesa enamorada de Granada, de su naturaleza, de su gastronomía, de su forma de vida.
A lo largo de mi estancia en Granada me acompañó el espíritu de Lorca, tanto en la visita a la huerta de San Vicente (en mi anterior visita estuve también dentro de su casa-museo) como en mi paseo a la plaza de la Mariana, donde se halla la estatua dedicada a la heroína granadina Mariana Pineda.
Mariana Pineda

"Ustedes saben quién fue Mariana Pineda?", recuerdo que nos preguntó -pobres infelices- el filósofo Gustavo Bueno en una de sus magistrales clases en la Facultad de Filosofía de Oviedo allá por mediados de los ochenta. A lo que nadie respondió. Eso creo.
Aquello se me quedó grabado de tal modo que tuve que indagar acerca de Mariana Pineda, una joven de Granada que fue condenada a muerte en el siglo XIX por defender la causa liberal, por defender en definitiva la libertad y la igualdad. Y que, una vez más, el duende Lorca escribió una obra teatral dedicada a esta librepensadora.
Manuel de Falla
El creador de El romancero gitano, que es pura musicalidad, nos alertó de que "la vida es amable, tiene pocos días y tan solo ahora la hemos de gozar”. A él que lo acabarían fusilando los falangistas aunque el poeta granadino y Premio Cervantes Luis Rosales lo acogiera en su casa familiar. 
Me despido de Granada con nostalgia, no sin antes visitar el corral del carbón -curioso nombre-, una alhóndiga que sirviera en tiempos de almacén y venta de trigo, además de alojamiento para los mercaderes que lo llevaban a Granada. 




martes, 5 de marzo de 2024

En el camino de la literatura, de la vida

 Rescato esta entrevista con la gran María de Miguel en la tele de Ponferrada. Siempre es un placer conversar con ella acerca de asuntos culturales, en este caso sobre la revista La Curuja, que ya ha alcanzado el número 30, amén de otros temas, como el carnaval, San Valentín, la literatura, la escritura, los cursos de composición de relatos de extensión universitaria que suelo impartir tanto en la UNED de Ponferrada como en la Universidad de León. 

Mañana mismo, miércoles 6 de marzo, comenzaré curso en la UNED, lo que me entusiasma, porque estar en contacto con la enseñanza de la escritura es un excelente aprendizaje para uno. Y este jueves, jueves 7 de marzo, haré lo propio con otro curso de escritura en León. 

La importancia de la palabra escrita, de la memoria como manantial de las palabras. De la poesía, de la belleza de las palabras. La importancia de la escritura como un modo de autoconocimiento y de conocimiento del mundo. 

La escritura como reflexión sobre nuestra propia realidad. Y una excelente manera de experimentar cosas que a lo mejor nunca tendríamos ocasión de hacer o de sentir en la vida real.

Aquí os dejo esta entrevista con María: 

https://www.youtube.com/watch?v=lKuUenlcw08

Prosigamos en el camino de la literatura, de la vida, amiga María. 

Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más... Al andar se hace camino... Caminante no hay camino,/ sino estelas en la mar. 

Qué grande Machado y sus Campos de Castilla. Y esa versión musical del cantautor Serrat. 

lunes, 4 de marzo de 2024

Caperucita y los cuatro lobos, de Iris Huelmo Parra


 La joven autora de este relato compone, con una prosa desenfadada, una versión moderna del cuento clásico de Caperucita Roja, construyendo una protagonista aguerrida, capaz de sortear todo tipo de adversidades en un mundo terrible, con un final feliz cargado de burla hacia la violencia, la barbarie.

  (Taller de composición de relatos de la Universidad de León, impartido por Manuel Cuenya)

https://www.lanuevacronica.com/lnc-culturas/caperucita-cuatro-lobos_141743_102.html

Caminaba por las tranquilas calles de Benavente con mi camiseta roja chillón y mis cascos morados, con Sabina cantando viejas canciones y el sol de la tarde dándome en la espalda, siguiendo un destino fijo, que era el ir a ver a mi querida abuela, la cual había tenido un pequeño percance. Por eso deseaba saber cómo se encontraba. En mi Tote-Bag le llevaba una mermelada y unas galletas sin azúcar, todo casero, que había estado elaborando durante una semana siguiendo unas recetas de Pinterest. Cuando giré para tomar la calle que daba al barrio de mi abuela, me abordó un hombre, el cual me dijo:  

-Hola, guapa, ¿dónde vas tan sola por estas zonas?

Aquel tipo alto, delgado, sucio, me mostró una sonrisa que me hizo desconfiar desde el mismo instante en que se acercó a mí.

-Ni te va, ni te viene adonde vaya, déjame en paz –le respondí mientras aceleraba el paso. 

En ese momento, agradecí haberme puesto las Vans y no los zapatos con tacones.

-Venga, no seas así, que no le queda bien a esa cara guapa el ser tan borde, ¿por qué no dejas que te acompañé? -insistió el tipejo con su sonrisa falsa, aproximándose cada vez más a mí, mientras yo intentaba correr.

-No quiero que me acompañes, quiero ir sola, no necesito que un tío, al que ni siquiera conozco, me siga –le dije en tono molesto.

-Anda, no te resistas a mi compañía –me agarró del hombro para que me pusiese a su altura, parándome en seco, yo que ya había comenzado la huida.

Una vez que aquel tipejo me tuvo a su altura supe que ya no podía aguantar más. Miré hacia donde vivía mi abuela. Calculé que me llevaría unos dos minutos corriendo hasta llegar a su casa. Y hasta pensé que, con algo de suerte, me encontraría con alguna buena mujer del barrio que me ayudaría a zafarme de aquel acosador. Tras un instante lo miré con cara de pocos amigos. Él parecía sentirse satisfecho por haber logrado que me detuviese y le prestase atención. Hasta que descubrió que yo era cinturón azul en kárate. Todo transcurrió con rapidez. Le propiné una patada en el estómago que lo dejé fuera de juego. Y me fui corriendo hasta el portal de mi abuela. Mi abuela, que era una mujer tranquila, con gafas, de baja estatura y poco habladora, me abrió la puerta. Le conté lo que me había sucedido y me alertó de que tuviera mucho cuidado, que estaría pendiente de mí. Nos despedimos. Serían las siete de la tarde. Y nada más salir de casa de mi abuela volvió a aparecer el tipejo:

-Vaya dulzura, llevo un rato esperándote –me dijo-. Estaba sentado en un banco de la calle.

-Eres realmente muy pesado, un auténtico acosador, déjame en paz –le respondí mientras por el rabillo del ojo vi a mi abuela que contemplaba por la ventana de su casa la escena.

-Esta vez no te libras de mí –me soltó.

En ese momento, aparecieron otros hombres que me arrastraron a la fuerza a una furgoneta azul. Antes de que me introdujeran en aquella furgoneta vi a mi abuela con el teléfono en la mano con cara de terror.

Llegamos a un lugar oscuro, habían introducido la furgoneta hasta el fondo de la nave. Me empujaron hacia una silla, esta se cayó y yo sobre ella. El acosador me miró con cara de satisfacción y dijo: “Una presa traviesa, pero que muy traviesa”.

Estaba rodeada, encajonada entre una pared y la silla de madera rota en el suelo. Cuatro hombres de complexión baja media me cortaban la salida. Recordé que mi maestro de kárate me había repetido varias veces que debía tener cuidado con mis enemigos en el combate, por lo que analicé la situación de forma seria, no habría forma de escapar si no me libraba de alguno de ellos antes. No sería capaz de luchar contra cuatro, con lo cual tendría que evitar, al menos por el momento, cualquier tipo de violencia a no ser que ellos comenzasen a ensañarse conmigo.

“Rey, ve a vigilar fuera, esto va a ser divertido”, dijo el acosador, que me había perseguido mirándome con lascivia. Rey -supuse que se trataba de un mote-, era el hombre más fuerte de todos ellos. Rey salió afuera y el resto se dispusieron a fisgar en mis cosas. No llevaba más que mis cascos, un collar de cuerda y un reloj marca Casio.  Vestía una camiseta roja, una falda negra por media pierna y zapatillas Vans. Rápido comprendí que sus ojos se clavaban en mi falda.

“Maldita sea, a quién se le ocurre ponerse falda cuando vas a ir a un barrio tan horrible como en el que vive la abuela”, pensé para mí. Como pequeña defensa me coloqué cerca de una de las partes rotas de la silla. Los hombres comenzaron a aproximarse a mí, sus intenciones eran claras, por lo que, cuando estuvieron lo suficientemente cerca de mí, a uno de ellos le golpeé con la pata de la silla. Y a partir de ahí todo fue un combate de kárate bastante simple. Pero reapareció el tal Rey, que logró sujetarme a una tubería, de modo que no podía escapar, mientras los demás, que debieron percatarse de algo, abandonaron el lugar.

“Eres mala, una niña muy mala y vas a pagar por ello”, me dijo Rey, al que le sangraba la cara por los golpes que le había asestado durante el forcejeo. “Te sangra la cara, gilipollas”, me atreví a decirle. Entonces él, con cara de ira, me arrancó la falda. “Te vas a arrepentir”. Mientras intentaba seguir quitándome la ropa la puerta de la entrada se abrió dejando entrar a seis policías armados y apuntándole mientras buscaban a sus compañeros.

“No, creo que quien se va a arrepentir de haberse cruzado conmigo eres tú”.

sábado, 2 de marzo de 2024

Acordes de luna, de Ana Rico


Ana Rico construye un universo de intriga y tensión sexual a través de cuatro personajes que se embarcan en una aventura por un océano de aguas palpitantes en busca de un metafórico Triángulo de las Bermudas. Y lo hace desde un narrador en primera persona, que se abre en canal, para mostrar los pensamientos y emociones de su protagonista, Irene Aubiz Paniagua. El poético título Acordes de luna evoca en cierto sentido la película Lunas de hiel, de Polanski.  

  (Taller de composición de relatos de la Universidad de León, impartido por Manuel Cuenya) 

 

Me llamo Irene Aubiz Paniagua. Tengo 26 años, mi pelo es castaño claro, mido 1,67 y luzco un tatuaje; un alambre de espino que rodea el contorno de mi tobillo que me hice a los 18 años cuando me independicé. Mi DNI es 0.977.456E. Hace 6 meses que me casé, nuestro noviazgo duró dos meses y el matrimonio apenas superó la luna de miel; ahora reconozco que fue muy prematuro. Les adjunto una copia de mi DNI a esta declaración que hago pues encontré en la pared de un supermercado un cartel con mi foto y nombre seguido de DESAPARECIDA. Fue algo imprevisto, una decisión perentoria que tomé aquel amanecer, el 27 de septiembre del 2019. A continuación les relato los sucesos de nuestra última noche juntos:

Desde la claraboya podía ver hipnotizada la luna -inmensa- balanceándose sobre un mar expectante, además la seguía un punto luminoso llamado Venus. Estaba emocionada, aquel era mi primer viaje en barco. Pablo y yo ocupábamos el camarote A2, un lujo con dos literas y esa ventana al paraíso de los delfines que saltaban siguiendo nuestra estela.

Sentí sus manos en mis caderas, y comenzó el tarareo de sus dedos sobre mi piel, ese calor que me abría los poros, el sonido tímido de los botones … y finalmente su camisa de lino bajo mis pies descalzos. La luna ahora se bañaba con descaro en esas aguas palpitantes. Lo sentí firme en mis senos calibrando su tersura, y al girarme -cálido en mi cara- en el momento que dibujó el perfil de mis ojos, y también el de mi nariz. Ardía en mis labios cuando introdujo su dedo en mi boca. Él había recorrido los océanos y yo nadaba por primera vez sin amarras. Después de los circunloquios en mi ombligo su lengua me venció sobre la cama. Y no sé cómo llegamos al Triángulo de las Bermudas, pero ocurrió.

Reconozco su esfuerzo con ese viaje; Pablo ya había vivido mucho pero era pronto para mí tener un hijo; lo habíamos pactado, y al querer prescindir del preservativo primero a mí se me cortó el rollo por el pánico, luego a él por la idea de aquel trozo de látex. 

Nos tumbamos a dormir frustrados y malhumorados, Pablo en la litera baja del habitáculo y yo en la superior. En seguida llamaron a la puerta. La naviera nos pedía un favor: debíamos alojar a dos polizones; nuestro camarote era el único con una litera libre en el barco, ideal para la situación.

Primero me llegó un olor a cerveza y sol-sal, a posteriori vi el cabello ondulado de un muchacho de mi edad con rasgos extranjeros, el torso desnudo, tremendamente bronceado, los labios gruesos, la mirada entre franca e intrigada; Eric, dijo que se llamaba, mientras me apretaba la mano. Anna, por su parte, lucía un pelo claro mucho más largo que Eric, el vestido y el cuerpo definido y esbelto de Anna me recordaba a una amazona.

  Él se tumbó en la cama libre de arriba, como yo, mientras me observaba. Anna eligió la que quedaba enfrente de Pablo. Y apagamos la luz, de inmediato me quedé dormida. Al despertar me sentía extrañamente excitada, miré a Pablo, que estaba en el cuarto sueño, seguro. Unos leves gemidos dirigieron mi vista. La luna se adentraba sin pudor hasta el fondo del camarote y en la penumbra podía distinguir la silueta de sus dos cuerpos al vaivén, la muchacha lo cabalgaba,  sus respiraciones se acompasaban por momentos hasta que ella volcó su cuerpo  hacia atrás con un jadeo intenso, desprendían un aroma incandescente, y pensé que habían acabado, sin embargo ella se colocó de rodillas y él detrás comenzó a golpear suave su glúteo, las inspiraciones pasaron de  quejidos febriles a violentos resuellos. Entonces miré a Pablo que dormía plácidamente. Sentí cómo el sudor se apoderaba de mi pecho, y me pedía que retirara la sábana, pero contuve la respiración y me escondí aún más bajo ella, mientras mis manos tomaron vida propia, me acariciaron con urgencia primero los senos, y luego bajaron hurgando en los pliegues más recónditos de mi piel. El chapoteo de sus idas y venidas sonaba como el oleaje de aquella tarde. A posteriori él regresó a la postura inicial, ella se sentó sobre él, aprisionándolo, tirando de sus cabellos, sorbiéndolo. Yo me estaba quedando sin aliento. Lo más desconcertante fue cuando él dejó caer su brazo como un ancla hacia mi litera y acarició mi pelo -un instante eterno-, entonces soltó un gemido, y mi tronco se enervó como si el orgasmo fuera mío, y mía su respiración, y sentí cómo mi cuerpo se derramaba sobre mis dedos. Luego … vino la confusión, y miré de reojo a Pablo, que parecía seguir dormido a pesar de todo.

En el momento que la claridad comenzó a revelarse recogí mis cosas y las metí en una maleta pequeña. Una herida de fuego en el mar desplazaba el añil intenso hacia los rosas, se intuía la presencia rotunda del sol en ese locuaz marasmo de matices. La luna, entonces apacible, parecía iniciar su periplo hacia el silencio. Pablo continuaba durmiendo. Primero salió Anna agarrada de la mano de Eric, después él y de su otra mano yo. Venus persistía vehemente. Bajamos cuando el barco atracó en Pompeya.

No me he arrepentido en ningún momento de lo que hice, pero ahora soy consciente de que debería haber dejado una nota o haberle escrito un email a Pablo. Mi deseo es hacer constar una fe de vida y tranquilizar a aquellos que puedan buscarme. Espero que esta declaración sea suficiente. Y firmo esto para que surta los efectos deseados.

Puesto de Carabinieri Comando Stazione

Sicilia a 02 de marzo de 2020

 

Fdo: Irene Aubiz Paniagua