Allí he estado naturalmente como espectador, con el ánimo y las ganas de arropar a amigos y amigas, de escuchar a narradores y poetas como Mestre, López Costero, Pilar Blanco, Ester Folgueral, César Gavela, Tomás Sánchez Santiago, entre otros.
Y mañana ha llegado mi hora -siempre hay una hora de la verdad o de la ficción-, la hora de intervenir como narrador. Me alegra que el ayuntamiento de Veguellina, a través de Helena José Fraile y Tomás Néstor, haya pensado en mí para participar como autor en este ciclo otoñal.
Se agradece, sobre todo en esta estación, colorida y pictórica en nuestro Bierzo insular, pero "caída", falta de luminosidad y algo tristona en toda la provincia leonesa.
Me hace ilusión (ay, qué ilu) estar en Veguellina, a orillas del Órbigo, dejándome fluir, sonriendo al clima, haciéndole carantoñas a las palabras.
En mi infancia, Veguellina me parecía un lugar alejado pero a la vez familiar. Un paisaje que en cierto modo debía recordarme a Mansilla de las Mulas, la tierra de mi abuela paterna, Simona, a quien llegué a conocer al final de su vida. Es probable que en Veguellina estuviera sólo una o dos veces cuando era un rapaz.
De allí era Antonio, un maestro barbirrojo y guasón, tocador de guitarra y cantor de iglesia, que impartiera docencia a mediados de los 80 y principios de los 90, creo recordar, en Noceda del Bierzo. Y con quien alguna vez me divertí jugando al ajedrez en el Mesón de Las Chanas, porque a mí no me tocó ya como profe.
Desgraciadamente, hace unos meses falleció, en plena actividad. Para ese tiempo, Antonio ya vivía en su tierra, e imagino que estaría a punto de jubilarse. Qué terrible.
Una vez más, la muerte me hace tomar conciencia de nuestra finitud mortal y rosa, de la brevedad de la vida, del absurdo que supone en ocasiones la vida, sobre todo la de algunos muertos y algunas muertas, como la muerte reciente de mi vecina y paisana Consuelo (a la que quiero dedicar con mucho cariño estas palabras) porque su vida no fue, precisamente, de color rosa, y sus últimos años se los pasó, demenciada, fuera de la realidad, y aun de su tierra, de su parada.
Cada vez que me da por reflexionar sobre esto, me entra gorrión, y se me caen los ánimos por los suelos, pero mañana estaré en Veguellina, a orillas del Órbigo, y la literatura (o lo que sea) me hará entrar en otros espacios, recordando con satisfacción que estuve en el Órbigo un día en que la felicidad me acarició la mirada y el tiempo fluyó por mis venas.
El 21 de diciembre nos os perdáis a Noemí Sabugal.
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