jueves, 28 de diciembre de 2023

Gran Canaria, con su exotismo palmeral y su sabor africano

 Se agradece viajar a una tierra cálida en época invernal. La verdad es que a uno le gusta el calorcito. Y por supuesto la luz solar, esos días luminosos que embellecen la vida. Por eso me ha alegrado haber aterrizado en Las Palmas de Gran Canaria, con su exotismo palmeral y su sabor africano. Una agradable sorpresa.

Desde el aeropuerto hasta el centro de la capital -la ciudad española más poblada del Atlántico y una de las más grandes del país-, da la impresión de que uno estuviera en Marruecos. Y eso también me entusiasma porque es un país de gran belleza. Sigo recordando mi viaje de la Navidad del pasado año 2022.
Esa combinación o mezcla de lo africano y lo europeo en Gran Canaria me resulta fascinante. Con una temperatura ambiental maravillosa -la eterna primavera-, y una temperatura afectiva que intuyo magnífica porque la gente resulta de lo más simpática y hospitalaria, también con esa su forma de hablar que tanto me recuerda al habla cubana.
Cuba también sigue presente después del viaje de este verano.
Quizá esta isla española de origen volcánico, en medio del Océano Atlántico, sea un buen lugar no sólo para vacacionar durante unos días, como en esta estación, sino para vivir durante largas temporadas, si eso fuera posible, claro está, tal vez algún día.
Luz y mar -la luz se me antoja deslumbrante- en Gran Canaria, que es matria de Galdós, Negrín, Alfredo Kraus, o el actor Javier Bardem, entre otros, y que tanta curiosidad me despierta.
La guagua -me encanta este término- me dejó en la parada Juan XXIII, como me había indicado Blanca, que resultó ser una chica majísima. Blanca es la recepcionista del alojamiento donde me quedé durante mi estancia en la isla. Me gustó el CoolivingC en la calle Castrillo, 16, a un cuarto de hora aproximadamente caminando hasta el centro histórico. De todos modos, las guaguas funcionan bien. Y hasta puede comprarse una tarjeta que procura viajes a precios realmente baratos.
Un sitio estupendo, CoolivingC, con habitación confortable, cocina y un cuarto para trabajar, donde volvería encantado. Al lado de estos apartamentos, descubrí un bar, creo que se llamaba Domínguez, con unas tapas caseras exquisitas, donde también me sentí muy bien, incluso conocí en este bar, regentado por una pareja hospitalaria, a un leonés, Manolo, de Sariegos, que llegó a jugar en la Ponferradina cuando era un rapaz.
En el CoolivingC también coincidí con Ana, una chavala de Tenerife que estaba preparándose para viajar a Guinea como voluntaria. Toda una aventurera, que me recomendó viajar a Cabo Verde, sobre todo a las islas de Fogo y Santo Antao.
Es lo que tiene viajar fuera de tu zona de confort, que acabas conociendo e intercambiando pareceres con gentes que de otro modo sería imposible. Y esto siempre resulta enriquecedor. Hay que seguir viajando aunque sea en un vagón de tercera, porque el viaje es la vida misma, en la que uno se confronta con su realidad, conociéndose más y mejor. En verdad viajar no sólo es a un lugar sino a sí mismo, realizando así un viaje introspectivo, que procura mucha reflexión y también emociones intensas.
Tampoco quiero olvidarme de los desayunos en un sitio, El Jamón, que daban unos bocatas de jamón que me sabían a gloria bendita. Y también los bubble tea con bolas de tapioca en el Hi Bubble Tea del barrio de Triana. Simpáticas Tintín y Nicole.
La verdad es que la cocina del apartamento ni la utilicé, salvo para tomar alguna infusión.
Poco a poco fui descubriendo lugares de interés. Lo primero que me llamó la atención fue el Puerto de la luz, en la isleta, con su castillo de la luz, que es una fortificación de finales del siglo XV. El mar se me antoja hipnótico. A medida que uno le va tomando el pulso y la temperatura a la ciudad, comienza a familiarizarse con la misma y descubre (no lo recordaba) que el escritor Galdós tiene una casa museo en Las Palmas. Con lo cual, si uno viaja a Gran Canaria, en concreto a su flamante capital, y además le gusta la figura y la obra de este gran literato, no puede dejar de visitar el lugar que lo vio nacer.

Galdós

Aunque el escritor Galdós hizo gran parte de su vida en la capital madrileña (el Madrid galdosiano, donde comenzó a estudiar Derecho, alojándose en una pensión de Lavapiés https://cuenya.blogspot.com/2023/12/madrid-es-una-fiesta.html), que dejó retratada en su magna obra, nació y pasó sus primeros diecinueve años en Las Palmas de Gran Canaria, donde se halla su casa-museo, que tuve la inquietud de visitar gracias a una estupenda guía llamada María, la cual figura en alguna de las fotinas con que ilustro este texto.
María es una canaria despierta que maneja con soltura tanto el castellano como el inglés. Y procura información de gran interés acerca de Galdós, quien además cuenta en la ciudad de Las Palmas con al menos dos esculturas, además del teatro que lleva su nombre.
Merece la pena (mejor dicho la alegría) acercarse y adentrarse en esta morada natal del autor de los Episodios Nacionales, que fue asimismo dramaturgo, crítico musical, diseñador, dibujante, diputado en las Cortes por Las Palmas, y amigo del escritor cántabro Pereda, como bien recuerda María, la joven guía de esta visita.
Lástima que no consiguiera el premio Nobel de Literatura, aunque fuera propuesto en tres ocasiones, este escritor políglota que hablaba inglés y francés y leía con devoción a Dickens y Balzac, dos de sus maestros.
Un tipo de gran altura, devoto de los perros, tenía un mastín, y, aunque nunca se casó, tuvo una hija y muchos amoríos con mujeres, entre ellas con la escritora gallega Pardo Bazán, algo sobre lo que la guía, María, prefiere no hablar, aunque sí sabe también esta historia. Por supuesto.
La casa museo de Galdós, que es una chulada (se nota que era de familia pudiente) se halla en el barrio de Triana, en concreto en la calle Cano, 6. Se llama Triana, al igual que el famoso barrio sevillano, porque los primeros pobladores procedían de este barrio de Sevilla.
La familia Pérez Galdós se instaló en esta casona de arquitectura tradicional urbana canaria del siglo XVIII. Con patio y con pozo. Una vivienda de tres pisos para una familia numerosa de diez hijos.
El décimo era Benito Pérez Galdós. Ahí se conservan, entre ropas suyas, aparte de otros enseres y recuerdos, el cuadro que le hiciera su amigo el pintor Sorolla, que toda una generación de españoles recordamos impresa en los billetes de 1.000 pesetas.
A Galdós le gustaba la catedral y el llamado Gabinete Literario, donde el escritor asistía a la Academia de Dibujo y conciertos.
Después de la visita, transcurridos unos días, tuve la tentación de volver a esta casa museo, que tanto me llenó, pero al final desistí. Cuando a uno le gusta algo de verdad, convendría volver. Pero María pensaría quizá que me ha había vuelto majara con la casa, con Galdós... Así que decidí que había muchos otros lugares por visitar, como la llamada casa Colón. Por cierto, Colón cuenta con una estatua en la Alameda, en el barrio de Triana.

Casa Colón

Otro lugar que uno no puede perderse en Las Palmas de Gran Canaria es la Casa de Colón, en la que estuvo este extraordinario almirante antes de poner rumbo a las Indias. Sólo de pensarlo me entran ganas de poner rumbo a las Américas.
Durante esta visita me doy cuenta de la relevancia del archipiélago canario en la navegación transatlántica, con maquetas, cartografía, facsímiles, una réplica de la Niña, instrumentos náuticos de aquella época.
Esta casona, próxima a la catedral, ubicada en el barrio histórico de Vegueta, ocupa la Casa de los Gobernadores que visitó Colón en su primer viaje, aunque lo que puede verse ahora está completamente reformado y se trata de un edificio con cuatro patios, con balcones, fuentes, palmeras y hasta una pareja de guacamayos.
Todo muy exótico.
Me recuerda Conchita, que visitó la isla de Gran Canaria en el pasado puente de la Constitución (mientras uno estaba en Palma de Mallorca, de Palma a Palmas, y tiro porque me toca) que tengo que visitar la casa Colón en Valladolid. Pues allá que iré en algún momentico.

Maspalomas y Puerto Mogán

También tuve la ocasión de aproximarme al sur grancanario, en concreto a Maspalomas, una reserva natural que es como un cachito del Sáhara a orillas del mar. Me había hablado de este lugar mágico la amiga Raque, que a ella le cautivó. La verdad es que también me había dicho que la ciudad de Las Palmas le había chiflado.
Me esperaba más de Maspalomas, la verdad, pero en todo caso estuvo bien tocar la tierra de estas dunas y contemplar la charca y el faro para luego emprender rumbo al Puerto de Mogán, que me pareció un sitio muy chulo, aunque atestado de turistas.
Me resultó placentero subir hasta el mirador para tener una panorámica de este espacio lleno de encanto bajo un sol poderoso y un cielo azul comestible.

Esto del cielo comestible ya queda acuñado como marca propia, aunque haga referencia a la belleza comestible de la que nos hablara el divino Dalí.

Agaete

En la costa Noroeste canariona se halla la población de Agaete, situada en la boca de un gran barranco. Me hace recordar a los Gigantes, los acantilados del Oeste de Tenerife.
No en vano desde el puerto de las Nieves -curioso nombre para esta tierra cálida-, parten barcos hacia la isla tinerfeña.
Desde las inmediaciones del muelle se avista el Roque partido, conocido otrora como Dedo de Dios por la peculiar forma de su puño y su dedo apuntando al cielo, de lo que ya no queda lo que cabría esperar a resultas de una maldita tormenta que se cargó una parte de este Roque. Cosas de la Naturaleza, que lo puede todo como una genuina Diosa.
El casco histórico de Agaete se perfila radiante, muy bello, con la belleza inmaculada de lo blanquecino, del azul marino y el verde palmeral, que contrasta de un modo pictórico con el ocre, con la terrosidad del paisaje rocoso.
Asimismo, uno puede darse una vueltica por el llamado paseo de los poetas. Todo muy lindo y lírico. Por supuesto. Un paseo marítimo que recorre gran parte de la costa.
El regreso a Las palmas discurre por Gáldar, población conocida por sus pinturas rupestres. Llama poderosamente la atención la montaña de Gáldar, que es una pirámide natural que se asemeja al Teide.

Teror

En el Interior de la isla Gran Canaria, en medio de un paraje exuberante, se encuentra Teror. Un sitio simbólico para los isleños y atractivo para visitantes y turistas deseosos de penetrar en las entrañas de esta ínsula que me está gustando más de lo que a priori creyera.
Lástima que el cielo aquí, después de todos estos días de color azulito, esté encapotado, tal vez por eso el paisaje rebosa de verdor.
Teror es conocido como uno de los pueblos más bonitos de la isla, con un casco histórico de calles adoquinadas y casonas antiguas pintadas de colores, con balcones de madera, con mucho patrimonio religioso, arquitectónico y cultural. No en vano, es un sitio de peregrinación desde hace más de cinco siglos, con su basílica y su entorno declarados como monumento histórico-artístico de carácter nacional y su Virgen del Pino, que es patrona o matrona de la diócesis de Canarias y gran referente religioso.
Pero además de su religiosidad, Teror es una población conocida por sus sabrosos chorizos. Pues no sólo de nutrientes religiosos vive el ser humano-animal sino del pan y el vino, que se hizo cáliz sagrado, un decir, en este caso de un chorizo que untado en pan con queso derretido es una auténtica delicia para el paladar, para los sentidos.
Durante mi viaje a esta isla he podido probar platos como el rancho canario, la ropa vieja al estilo canario, la pata asada canaria... Y un dulce que jamás olvidaré: el mousse de gofio (harina de millo o maíz).

Las Canteras

Pasear a lo largo de la playa de las Canteras, de más de tres kilómetros de extensión, procura un chute de endorfinas. Es como si uno se creyera en el malecón habanero, con ese edificio magnífico, el auditorio Kraus, al que he bautizado como el faro alado, que es una mezcla de fortaleza y faro al borde del océano, el cual atrae al visitante con su magnetismo. Todo un símbolo arquitectónico y cultural, musical, de esta estupenda ciudad que es Las Palmas, con una temperatura ideal -unos veinte grados-, que en invierno son una bendición para el cuerpo-espíritu de un habitante de la península y en concreto del Noroeste.
Belén de arena en Las Palmas. El Belén de la concordia, mientras el Oriente Próximo arde como un polvorín.
En la playa de las Canteras puede disfrutarse de un Belén de arena, de arte efímero y ecológico, que atrae como un imán por sus figuras inspiradas en grandes artistas como Miguel Ángel, el Greco o José de Ribera, como si uno se adentrara en un desierto lleno de magia.
  
El paseo puede prolongarse hasta el Confital, que es un espacio natural volcánico, quedando el visitante en éxtasis, que es este un buen modo de practicar meditación trascendental mientras acaricia los aromas marinos. Un chute de dopamina.
Al fondo se divisa la montaña de Gáldar como si se tratara del Teide. Una oriunda me saca de mi ensimismamiento diciéndome que se trata de la montaña volcánica de Gáldar, cuya silueta, al atardecer, semeja la del pico más alto de España.
Pasear a orillas del mar, en este caso del Atlántico, procura serenidad a la vez que reflexión. Y entretanto pienso que este es un buen lugar para vivir, con un clima delicioso, esa es la palabra, una delicia.

Vegueta

Me entusiasma el barrio colonial de Vegueta, donde nació la ciudad de Las Palmas, cuyas calles y edificios atesoran más de 500 años de historia.
Aquí se encuentra la emblemática plaza de Santa Ana, con las esculturas de unos perros, y la catedral, cuyo interior recuerda a un palmeral.
Me ha encantado subir a la azotea de la catedral para contemplar la ciudad. Desde este mirador Las Palmas se abre como una ilusión. Mirador, "la única facultad verdadera y aérea", así se definía el greguerístico Ramón Gómez de la Serna.
El sonido de las campanas de la catedral me hizo rememorar al músico y compositor francés Saint-Saens, que sintió adoración por Gran Canaria y en especial por la ciudad de Las Palmas, el cual compuso al menos dos obras inspiradas en esta tierra, como la pieza para piano titulada Las cloches de Las Palmas.
Saint-Saens, a quien descubrí como gran compositor durante mi estancia en la France, era todo un personaje, al que le han rendido homenaje con una estatua en los aledaños del teatro Pérez Galdós.
Las similitudes arquitectónicas del barrio colonial de Vegueta en Las Palmas con determinados barrios o ciudades de Hispanoamérica son evidentes. Y hasta diría que tiene cierto parecido con La Habana Vieja. También la forma de hablar de sus oriundos, como ya había señalado en otro momento.
Resulta curioso que uno viaje a la isla de Gran Canaria como si en realidad hubiera viajado al otrora Nuevo Mundo, ese que dicen que descubrió el bueno de Colón, aunque ya existiera antes de que llegaran los españolitos allí, allende los mares, por supuesto.
Una delicia pasear por este histórico barrio, con su mercado y otros muchos y singulares edificios.
El paisanaje por lo demás y por lo general se me antoja bien amable.
Lástima que el viaje llegue a su fin, pero es que todo tiene un principio y un fin, y hemos de aceptarlo.
El viaje de regreso en guagua desde la parada de Juan XXIII en Las Palmas al aeropuerto lo hice con nostalgia. La temperatura ambiental seguía siendo de unos veinte grados aunque ya era de noche. Y la temperatura afectiva también era buena.
El avión a Madrid (en Iberia) salía ya de madrugada.

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