Te he dicho, Platero, que el alma de Moguer es el vino, ¿verdad? No; el alma de Moguer es el pan. Moguer es igual que un pan de trigo, blanco por dentro, como el migajón, y dorado en torno — ¡oh sol moreno!—, como la blanda corteza.
(Juan Ramón Jiménez, Platero y yo)
Fascinado me quedé con Moguer (Huelva) y fascinado sigo con la matria chica del Premio Nobel Juan Ramón Jiménez (J.R.J.), un pueblo grande con una belleza amorosa, inspiradora, que procura sanas vibraciones en el visitante, como para quedarse en este lugar de casitas blanqueadas con cal o yeso (la blancura concentrada de lo andaluz) durante un tiempecito, más allá de una sencilla visita turística.
Hay lugares inspiradores, y éste se me antoja incluso balsámico. No se extraña uno de que el poeta se inspirara en esta "blanca maravilla, mundo mágico, inmenso, qué blanco todo", así recordaba J.R.J su pueblo natal, donde al parecer pasó los mejores años de su vida y donde también está enterrado.
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Zenobia |
Mañana espero visitar tu tumba, gran poeta.
"Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá", escribe Adelaida García Morales en esa novela extraordinaria que es El sur, cuya adaptación cinematográfica corresponde a Víctor Erice, que de momento nos ha legado una obra breve pero sustanciosa.
¡Cuánto infinito abarcado
desde esta piedra del mundo!
No estoy en el «desde aquí»,
sino en el «ya de lo último».
Qué breve es la vida de un ser humano, por más años que uno viva. Necesitaríamos al menos dos vidas... Ante la tumba del gran poeta J.R.J. y su musa Zenobia sentí que la vida es un suspiro. Y a la vez siento que cada día es un regalo. Por eso hemos de festejar cada instante... acaso de eternidad; La eternidad y un día, como el título de una magnífica película de Angelopoulos, que nos cuenta cómo un poeta griego, interpretado por el actor suizo Bruno Ganz (grande también en El cielo sobre Berlín, de Wenders), reflexiona acerca de sus últimos días de vida.
Contaba J.R.J., "el último místico de nuestra poesía", según Umbral, que el cementerio de Moguer fue siempre tónico para él, pero no le sería posible vivir todavía con su mujer en un nicho. Lo cierto, es que no nos apetece vivir (morir) el resto de nuestras vidas en un nicho, ni siquiera en un panteón lujoso. Curiosamente, uno de los paseos preferidos por Juan Ramón, siendo un adolescente en Moguer, era el cementerio, donde está enterrado junto a su mujer, aunque ambos fallecieran en el exilio, en Puerto Rico. Pero volvamos a la vida porque, como escribe Julio Llamazares al inicio de Escenas de cine mudo: "la pregunta no es si hay vida después de la muerte; la pregunta es si hay vida antes de la muerte".
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Platero |
El espíritu de Platero y yo
Todo Moguer, hasta donde llegué a percibir, está impregnado por el espíritu del creador de esa delicia titulada Platero y yo.
Todo en Moguer recuerda a J.R.J: su casa natal, en la calle de la Ribera ("en esta casa grande... nací yo, Platero... Desde el mirador se ve el mar”), la casa donde creció, el cementerio donde está enterrado, las esculturas callejeras…
Su vivienda natal es una casa andaluza de finales del XIX, con influencias neomudéjares, ubicada antes de encarar rumbo hacia el muelle del costero río Tinto, donde se botó la carabela La Niña, porque esta fue construida en los astilleros de Moguer.
Cabe recordar que esta carabela y la tercera parte de los marineros que acompañaron a Colón en su aventura hacia las Américas eran de Moguer, a lo que luego me referiré con más detalle.
Aparte de la casa natal de J.R.J., está la Casa-Museo Zenobia-Juan Ramón Jiménez del siglo XVIII, donde Juan Ramón vivió de los cinco a los veintiséis años. Esta casa-museo se inauguró en 1956, cuando el poeta recibió el Nobel.

Delante de la estatua de Juan Ramón Jiménez en Moguer (Huelva), el gran poeta que convirtió su pueblo en inmortal a través de su poesía, a través de un sublime poema en prosa titulado Platero y yo. Pura ternura y belleza lírica, resplandeciente.
Si bien Moguer es la tierra natal del poeta Juan Ramón Jiménez, también lo es en cierto sentido de Colón, porque este extraordinario navegante visitó la villa onubense en varias ocasiones con el propósito de conseguir apoyos para su proyecto de viajar a las Indias, encontrando en la abadesa del monasterio de Santa Clara (de estilo gótico mudéjar), que era tía de Fernando, el Rey Católico, a una eficaz aliada que se convertiría en valedora de este gran marino ante la corte de Castilla.
A finales del siglo XV se sabe que Moguer era, con las plazas del cabildo, del Marqués y de la iglesia, así como con los conventos de Santa Clara y San Francisco, un centro económico y comercial de primer orden. Y en el siglo XVIII fue reconstruida, sobre los restos de la antigua iglesia mudéjar del siglo XIV, la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, declarada Conjunto histórico artístico del BIC de los Lugares Colombinos.
En su puerto sobre el Tinto, que contaba con muelle de carga, la actividad marinera era incesante. Y la pericia de los navegantes de la zona, curtidos en travesías por el Atlántico y el Mediterráneo, era bien conocida, con lo cual Cristóbal Colón encaminó sus pasos al estuario del Tinto, convencido de que en esta tierra se encontraban los marinos, los barcos y los conocimientos náuticos necesarios para hacer realidad su sueño de alcanzar las Indias por una nueva ruta hacia Occidente. Finalmente, los Reyes Católicos aprobaron el proyecto de Colón y fueron necesarias naves para la aventura, de modo que se le encomendaron tres carabelas que eran propiedad de moguereños.
Moguer acabó aportando la carabela “La Niña”, y hasta un tercio de la tripulación de la expedición descubridora, con el piloto mayor de la flota Pedro Alonso Niño a la cabeza. Apasionante historia.
Palos de la Frontera
Tenía ganas de estar en Palos de la Frontera, este cruce histórico de caminos. Y pude por fin disfrutar de este lugar, esta cuna del Descubrimiento de América (como afirma en su escudo).
En La Rábida, en el muelle de las carabelas, desde donde partió Colón a las Américas. Vaya proeza.
En realidad, cabe recordar que América ya estaba descubierta, porque existían culturas variopintas, lo único cierto es que América no era conocida en Europa. Y el intrépido Colón llegó con su tripulación, entre la que se encontraban los Pinzón, Vicente Yáñez y Alonso Pinzón, que eran al parecer unos fenómenos marinos, sobre todo Alonso Pinzón, que es toda una institución en Palos.
En todo caso, sea como fuere, en Palos de la Frontera se gestó y se preparó el primer viaje de Cristóbal Colón hacia las Indias.
En todo caso, sea como fuere, en Palos de la Frontera se gestó y se preparó el primer viaje de Cristóbal Colón hacia las Indias.
Zarparon del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492 y llegaron el 12 de octubre de ese año a una isla del actual continente americano, que por entonces era desconocido en nuestro mundo, lo que fue toda una hazaña. Por tanto, Palos de la Frontera forma parte del itinerario histórico artístico conocido como los Lugares colombinos. Se pretende que estos lugares pasen a ser Patrimonio de la Humanidad. Sólo por esto Palos de La Frontera ya se merece una visita. Además, en La Rábida, en la otra orilla del Tinto, a unos tres kilómetros de Palos, se halla el muelle de Las tres Carabelas, donde se exhiben tres réplicas de la famosa nao Santa María y de las carabelas La Pinta (así se llama el hotel en que me alojé) y La Niña, que se emplearon para tan extraordinaria singladura.
En la colina, que existe al lado del muelle de las carabelas, se encuentra el monasterio franciscano de La Rábida, donde Colón fraguó su viaje a América.
En los jardines del exterior del monasterio puede visitarse una escultura dedicada al almirante Cristóbal Colón, que fue inaugurada con motivo de la celebración del 500 aniversario de su fallecimiento. Y cerca de esta escultura se halla el Monumento a los Descubridores, obra que se levantó para la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América.
También en este bello entorno está la Universidad Internacional de Andalucía y el Foro Iberoamericano...
Una tierra bañada por la luz, el Atlántico y las marismas. Una tierra radiante bajo un cielo que se revela como un postre de fresas regadas con zumo de naranja.
Moguer y Palos de la Frontera, en la ría del Odiel en su confluencia con el Tinto, son símbolos del descubrimiento de América. Y muestran ese rostro luminoso que contiene pura vida.
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