sábado, 18 de mayo de 2024

Madrid, de Andrés Trapiello

 He terminado de leer Madrid, de Andrés Trapiello. Me ha gustado dejarme llevar de la mano del escritor de Manzaneda de Torío por la historia y la literatura, los barrios, las calles, las plazas, la movida... el entramado de esa capital adonde llegó a principios de los setenta en busca de fortuna, una ciudad que él conoce como nadie porque la ha vivido en carne propia. 

Andrés Trapiello, foto tomada de elespañol.com

Se nota que es un buen viajero a las entrañas de Madrid, que también es su ciudad, como la de tantos, habida cuenta de que se trata de una urbe abierta, acogedora, hospitalaria, aunque en los últimos años la ciudad se haya vuelto, en mi opinión, algo menos amable que antes. Ahora algunos camareros y otros, apresurados ellos, se dirigen a ti con voz de mala chingá o follá diciéndote eso de "caballero", que a uno siempre le ha parecido, en el tono que lo dicen, como si te estuvieran llamando pelotudo, güey, menso o gili-gili-pollas.  

Ahora Madrid está hasta los topes de visitantes, de turistas, tal vez la señora Ayuso haya contribuido a atraer a las masas (la rebelión, por decirlo en palabras del filósofo Ortega) de toda Europa y aun el pijerío y freserío andante de otros primeros mundos. En todo caso, Madrid, como panel de miel de brezo o madroño briago, atrae a todo el mundo, porque los madriles se han puesto de moda. 

Al parecer, la capi del reino mayor se ha convertido en un parque temático (idea que también sostiene Andrés Trapiello), aunque siga conservando por fortuna el sabor castizo y a la vez cosmopolita de barrios como Lavapiés, que tanto me gusta, sobre todo para pasear y manducar tanto platos de la cocina madrileña como de la cocina senegalesa, magrebí o india. 

A través de Madrid, Trapiello nos está contando en el fondo su propia biografía ya desde la primera línea: "El día que decidí venir a Madrid fue el más importante de mi vida". Queda claro que esta ciudad de ciudades le ha dejado huella. "Para unos y para otros Madrid y Matriz son la misma cosa, una síntesis de gestación y memoria". 

Reconoce que la primera parte de su libro es la vida de Madrid en su propia vida, o su propia vida en la de Madrid. Y en una segunda parte nos habla de los retales madrileños: Madrid y la Historia; Madrid y sus reyes (desde Alfonso VI hasta Felipe VI); Madrid y la arquitectura (con unos cuantos estilos: escurialense o herreriano, churrigueresco, neomudéjar, neogótico, floripóndico, modernista, moderno, ecléctico); Madrid y la gastronomía; Madrid y el coronavirus; Madrid y la música y el teatro; Madrid y la literatura (Torres Villarroel, Vélez de Guevara, Larra, Mesonero Romanos, Galdós, Baroja, Gutiérrez-Solana, Gómez de la Serna, Pla, Ruano, Carandell, Chacel, Clara Campoamor, Juan Ramón Jiménez); Madrid y el arte (Goya, Gutiérrez-Solana, Antonio López, Carlos García-Álix); Madrid y la política y la prensa; Madrid y los museos y academias; Madrid y la chulería madrileña (con los majos, majas, manolos y manolas); Madrid y los sucesos; Madrid y el cine (1892-2019): Neville, Nieves Conde, Ferreri, Fernán Gómez, Berlanga, Martín Patino, Saura,  Almodóvar, Jonás Trueba;


Madrid y la fotografía; Madrid y los toros; Madrid y sus parques y jardines; Breve repertorio madrileño (acacias, afrancesados... argot... buñuelos de viento, callos... chinchón, chotis, churros, combros y porras... corrala, cursi, garbancero... gatos, gilipollas, guita... isidros, madrileñismos, tócame Roque (casa de); Personas y personajes; para finalizar con un a modo de epílogo (con algunas cosas raras que pasan en Madrid y no cabían en otra parte). 

"¿Nostalgia del Madrid de los Austrias? Por nada del mundo querría vivir uno en las casas en las que vivió Cervantes, ni obteniendo por ello el primer premio de haber escrito el Quijote. ¿Estamos seguros de que no nos gustaría ir por la calle con una espada al cinto o privarnos en una taberna de la plaza Mayor de que nos sirvieran una caña fría con un bocadillo de calamares fritos, y nos pusieran en su lugar un comistrajo de gallinejas?", se plantea en el a modo de epílogo el autor de Salón de pasos perdidos. 

Y es que un bocata o ración de calamares fritos saben a gloria bendita. 

Al inicio de Madrid dice que el arroyo (Guadarrama, término de origen árabe, ahora llamado Manzanares) creó un profundo vallejo, y a uno y otro lado de este se formaron dos barrios. 

"Los árabes aprovecharon los buenos auríferos del lugar y canalizaron el agua con diferentes minas subterráneas, llamadas mayrat, y de ahí le dieron a ese lugar el nombre de Mayrit, que evolucionó pronto a Magerit", agrega. 

Andrés Trapiello nos cuenta cómo llegó en tren a Madrid un 5 de mayo de 1971 en compañía de su hermano Pedro, el cual regresó a León una semana después. 

El propio Pedro le contó a su hermano Andrés que su apellido Trapiello significa arroyo en leonés antiguo. Y arroyo, manadero, es también Madrid. Qué curioso. Un arroyo en otro arroyo. 


"De haberlo sabido entonces -escribe Andrés- habría dicho... cualquier cosa menos que era una casualidad, lo mismo que el nombre de Isidro, patrono de Madrid, viene de Isidoro, famoso obispo enterrado en León". 

Al respecto de San Isidro (en mi pueblo y mi barrio también existe la plaza de San Isidro, lugar de fiestas y juegos varios), nos recuerda que es patrón de labradores en general y de Madrid en particular, que hizo cinco milagros canónicos, "pero tendría que haberlo sido también de los escritores, o por lo menos de aquellos que nos hemos visto obligados a escribir mucho para ganarnos la vida", añade él, que ha escrito mucho y bien. 

Los almorávides dejaron la ciudad en manos de cristianos. Y para entonces Madrid tenía, según él, tres barrios: uno judío (Lavapiés), otro moro (el vallejo de San Pedro o calle Segovia) y otro mozárabe, junto al Alcázar y San Ginés. 

Una vez llegados a Madrid -Andrés era la segunda vez que viajaba a esta ciudad, mientras que su hermano Pedro era la primera- se preguntaron: ¿Y ahora qué? Entonces, Andrés se atrevió a llamar a su prima desde una cabina telefónica, y esperaron cerca de una hora junto a la boca de metro de plaza de España, donde se halla el monumento a Cervantes, con don Quijote y Sancho invitando a los visitantes a lanzarse a la aventura de desfacer tuertos o entuertos. 

Cincuenta años después de aquel día Andrés Trapiello no se imaginaba escribiendo este libro titulado Madrid. 

"A la semana mi hermano, compadecido de las tribulaciones de nuestra madre, se volvió a León y me quedé solo", escribe, a la vez que rememora, de aquellos primeros meses en la capital, los paseos por el Madrid viejo y por los arrabales de Carabanchel, sobre todo al caer la noche, mientras traía a mientes a Pessoa viajando por la carretera de Sintra o a Pamuk paseando por Estambul. 

Para sobrevivir, se dedicó durante algunos meses a vender libros y enciclopedias. "Acababa de descubrirse en España la mercadotecnia, y el 'puerta por puerta' hacía furor... nunca en mi vida había pasado tanta vergüenza... 


La cultura no le interesaba a nadie, pero se respetaba bastante", agrega él, que aún no sabía quién era Umbral, el cual aparece a lo largo del libro en más de una ocasión. Inolvidables los pasajes que les dedica a Umbral y a Cela. "El libro de Umbral -se refiere a La noche que llegué al Café Gijón- es como un apéndice de una novela de Cela, La Colmena, llena también de tipos mezquinos y escritores fracasados, parodia a su vez de Luces de bohemia... Cela y Umbral son los epígonos de la picaresca... deudores del estilo estrepitoso de Torres Villarroel y el cinismo de Ruano.


Su Madrid es el de los maleantes, pero al final sólo de oídas o de recuerdos o de libros (vivieron los dos todo lo lejos que pudieron del Madrid antiguo, de los barrios bajos y de la gente que decían retratar, aunque a diferencia de Baroja o de Solana nunca se hubieran sentado a tomar un chato de vino con ninguno de ellos)... Sin la poesía de Baroja ni la humanidad de Solana, el retrato que les sale de Madrid es aterrador, expresionista y chillón como los carteles de caseta de feria... La colmena trata del Madrid de los cuarenta y La noche que llegué al Café Gijón de los sesenta, estirado en Trilogía de Madrid". Demoledoras estas palabras sobre Cela y Umbral. 

"Madrid fue la primera ciudad que conocí, después de León... Creo que si Madrid me ha llegado a gustar tanto luego es porque en aquella época fue mi único y mejor amigo", precisa Andrés, cuya  vida entró, en su opinión, en un periodo de "hablar interno", como Felipe II. Casi siempre solo. Aunque él seguía manteniendo contacto con su prima, adonde iba con ella a uno de sus jardines favoritos, el de Sabatini, al pie del Palacio Real, hasta que un día los sorprendió la guardia y los multó con cien pesetas por besarse, esto es, por "darse el lote". Qué terrible época, me atrevo a subrayar. A partir de aquel suceso, confiesa no haber vuelto por allí. No obstante, el Palacio Real, que a Ramón Gómez de la Serna le caía 'gordo', está emplazado en un espacio magnífico, el mejor de Madrid, algo que suscribo, y es uno de los sitios donde Andrés dice haber entrado en dos ocasiones. 

"Suele uno escoger para la visita de esta parte de la ciudad el atardecer. Es la hora de esta plaza. Debería llamarse de Poniente, porque desde allí se ven algunos de los mejores atardeceres, con la Casa de Campo delante y un trocito de la Sierra de Guadarrama a la derecha", montes que pintó muchas veces Velázquez como fondo de sus cuadros, puntualiza él, que nos habla también de las vistas desde templo de Debod, sobre todo de noche, "con el mar oscuro de la Casa de Campo y esos miles de luces que parecen faenando, como barquitas... El otro mirador de atardeceres es el de las Vistillas, al lado del Viaducto, a diez minutos a pie de esa plaza... Las vistas desde el de la Zarzuela son quizá las más bonitas, con Madrid al fondo, sobre un mar de seculares encinas", afirma Andrés Trapiello, quien también menciona la bonita vista desde el cementerio de San Isidro, "al otro lado del Manzanares, con el Palacio Real, La Almudena, el seminario y San Francisco enfrente. Y así lo han visto siempre los pintores, desde Goya a los últimos...". Algo de lo que doy fe después de mi reciente visita a Madrid. 

"Al Palacio Real sólo se puede ir si te hacen rey o te invitan los reyes", explica con humor, refiriéndose asimismo a la bonita galería de estatuas de la plaza de Oriente, a la que deberían añadir, en su opinión, la de Mohammed I, y la de José Bonaparte, "porque hicieron por Madrid más de los que figuran en ella", añade él,  que recuerda haber conocido al poeta Gil de Biedma en el Palacio Real. También en el palacio del Pardo recuerda haber tenido un encuentro con Umbral, del que dice: "era una de esas personas cuya conversación versaba siempre sobre él... Umbral era un gran funambulista... incluso un buen acróbata". 

Reconoce Andrés Trapiello que la poesía (Antonio Machado, Bécquer y Unamuno) fue su única compañera de verdad, la que le daba un poco de sentido a su vida en aquella época. Incluso echaba de menos los mercados que había en la plaza Mayor de León, "aquellos puestos de hortelanas del Bierzo... las de Mansilla con sus tomates, las del Órbigo con los sacos de alubias... En la de Madrid hubo los mismos cajones y puestos hasta bien entrado el siglo XX. La Fortunata de Galdós vendía en esa plaza volatería de corral y huevos...". 

La plaza Mayor de Madrid está llena de turistas a todas horas, según él. "Pero casi ni se notan, como tampoco lo notamos en la plaza de San Marcos en Venecia... El fenómeno mundial de turismo está convirtiendo las llamadas ciudades monumentales en parques temáticos y decorados de cine", apunta, algo que suscribo letra a letra. Sobre todo después de la pandemia todo está atestado, y hasta dan ganas de dejar de viajar, algo que no ocurría allá por los noventa cuando uno se lanzaba a la aventura en aquellos inter-raíles por Europa durante un mes sin reservas de ningún tipo y conseguía posada casi sin ningún problema. Cierto es que uno era joven, con energía. Entonces, el mundo estaba a mis pies, eso creía, con la ingenuidad de un rapaz ilusionado y hasta diría que feliz. 

"Para mí la plaza Mayor, aunque se parezca ya poco a la de hace ciento cincuenta años, es, principalmente, donde vivió y murió la Fortunata de Galdós". Adoración que siente Andrés Trapiello por Galdós, quien "nos ha descrito esas calles madrileñas del siglo XIX como nadie lo ha hecho jamás". 

"Después de la Puerta del Sol, la parte de Madrid que cuenta con más libros dedicados a ella es la Gran Vía... una calle con joroba... tiene mucho de decorado de unos estudios cinematográficos al aire libre...", escribe el autor de Madrid, la ciudad de los osos (como Berna, en Suiza), la villa surcada por el Manzanares, al que Quevedo llamó "aprendiz de río", "arroyo sin brío... con esperanza de río", según Lope.  

Dedica Andrés Trapiello también unas palabras a la sacramental de San Justo, "una especie de corralillo a modo de panteón portátil... en una de cuyas tumbas reposan los restos de Larra junto a los de Gómez de la Sena... A su lado Espronceda, Rosales, Núñez de Arce, Bretón de los Herreros... ninguna mujer", reivindica él porque en esa época vivieron en Madrid Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán, por ejemplo. 

"Madrid huele en primavera a las acacias (árbol tótem de la ciudad, aparte del madroño), y en verano a geranios... En invierno tuvo la ciudad el olor, ya disipado, de las gallinejas y fritangas (esto me hace recordar, de mi puño y letra, las fritangas de Bruselas en la parte norte, sobre todo antes de la pandemia), y en otoño... el de las castañas asadas, acaso el más melancólico de todos los olores del mundo", el más morriñoso de todos, eso creo también como berciano-leonés de nacionalidad cervantina, esa nacionalidad de la que nos habló el premio Cervantes Juan Goytisolo. 

Andrés Trapiello recuerda aquel Madrid nocturno de principios de los setenta poblado por vagabundos, crápulas y algunas mujeres de la vida (cantoneras). "Casi ni coches y apenas taxis. Mal iluminado. Y el silencio... Todo el viejo Madrid era poético". 

Luego, ya en los ochenta, llegó la movida, alentada por Tierno Galván, alcalde de Madrid que a Andrés le parecía un pedante y un pelma: "A colocarse y al loro", decía Tierno. 

"En la movida... casi todo el mundo había dejado la universidad y nadie tenía oficio ni beneficio (I vitelloni, como la película de Fellini)... la movida fue nuestro ultraísmo... Hay en la actualidad una gran controversia sobre el alcance de la revolución cultural que supuso la movida... Que yo sepa, nadie ha escrito aún la novela de la movida... A Almodóvar (el Alfredo Landa de la Transición, según Ferlosio) lo recibían en el extranjero como si hubieran recibido a Federico (García Lorca)".  Y es que Almodóvar, en mi opinión, quiere parecerse a Lorca, sobre todo en películas como Volver, que es como una versión postmoderna de La casa de Bernarda Alba en el contexto de La Mancha, con toques neorrealistas y surrealistas, como ya escribiera en una ocasión: https://cuenya.blogspot.com/2010/03/almodovar-y-volver.html

Del olor de Madrid a gato, a brecolera hervida, al ajillo de las tabernas, a churros, a gallinejas... ha hablado nuestro autor. ¿Pero cuál es el color de Madrid?, se pegunta él. 

"Madrid entero era color pensión (las pensiones de las que habla el propio Umbral en sus libros, se me ocurre decir), color ferroviario, color cárcel... color ceniza, color hambre, color san Isidro, color "vuelva usted mañana", color carmín, color conejo... Y tantos otros colores.

"La fachada de la mayor parte de las casas de Madrid ni se había reparado ni se pintaba desde hacía un siglo", escribe Trapiello, que en los ochenta llevaba, según él, una vida rutinaria y austera... ocupándose de su hijo y también escribiendo en casa, mientras su mujer Miriam Moreno se iba a trabajar. 

"Cada día tenía menos ganas de ver a nadie", recuerda Andrés al tiempo que se pregunta qué queda del Madrid de Larra y de Bécquer. 

Larra reivindicado como maestro por tantos autores. Y Bécquer como escritor de algunos de los poemas líricos más hermosos de la lengua española. 

En todo caso, "a uno le gusta mucho media hora una vez cada cuatro años -se refiere a Larra-, y a la media hora, ya no puedo más", señala Trapiello, quien habla de Galdós como un escritor imprescindible. "Para saber del romanticismo español y madrileño hay que leer a Galdós... hay que leerlo siempre... Galdós se hizo con todo Madrid, el austriaco y borbónico, el neoclásico y romántico, y lo tiñó de galdosismo". 

Aparte de Galdós, y su mentor Ramón Gaya, dice que "Cervantes es maravilloso sobre todo en el tono: la naturalidad con que cuenta las cosas... Se le lee siempre con una sonrisa en los ojos... Hay que leer a Cervantes (casi todo) y a Lope (sus romances) y de Quevedo la Vida de la corte... y su Buscón y alguno de sus sonetos...". Y nos recuerda, entre otros muchos asuntos, que en la calle de Atocha hay una placa de bronce muy historiada, muy siglo XIX, que cuenta que allí estuvo la imprenta de Cuesta donde se imprimió la primera edición del Quijote. 

En todo caso, el comercio importante de la ciudad de Madrid, los grandes cafés, fondas y pensiones de lujo y los primeros hoteles, que se ubicaron en la Puerta del Sol y calles aledañas... (Mayor, Montera, Alcalá, Carrera de San Jerónimo), tienen que ver con Galdós, pero nada con Cervantes, precisa él, que se siente encantado con Madrid, "ciudad generosa con las gentes sin oficio ni beneficio, como ha sido mi caso", detalla él, que vive en un barrio casi galdosiano (barrio de Justicia, en la calle conde de Xiquena). 

A Trapiello le gusta sobre todo pasear por el Retiro, "un milagro", a todas horas, cualquier día y en todas las estaciones. 

"El Retiro siempre es bonito, con lluvia, con sol, sin gente, con ella, solo, acompañado... Cómo describir el Retiro a quien no lo haya visto", se pregunta. 

"Es un bosque y es un jardín... es el mejor bálsamo para el alma aquejada del esplín moderno o de las nostalgias campestres", explica el autor de Manzaneda de Torío, el cual llega a decir que el Museo Romántico llegó a ser su casa, "la Cuesta de Moyano y El Rastro acabaron siendo mi segunda y tercera residencia, respectivamente... En la Cuesta iba de caseta en caseta mirando libros viejos... el mundo de los libros viejos es de lo más barojiano, pero también de lo más azoriniano... El barrio del Rastro es uno de los más deslucidos de Madrid. Yo lo encuentro muy bonito", matiza, acordándose de La busca, de Baroja, donde recoge el mundo miserable de los rastreros de los primeros años del siglo XIX. 

"También La horda, de Blasco Ibáñez, nos contó ese barrio, y el libro de Gómez de la Serna El Rastro, verdadera almoneda, entretenida, caótica, repleta de sorpresas, con sus tesoros y cachivaches... El Rastro es el espejo roto en el que se ha mirado siempre Madrid... Y al Paraíso voy yo cada domingo, como quien tiene el deber de salvar a granel el mundo... Únicamente se anima las mañanas de los domingos, el resto de la semana aquello se vuelve metafísico como un cuadro de De Chirico... El Rastro es como un Prado al revés, decía Umbral... Hasta ahora (se refiere al Rastro) ha resistido de milagro, como milagroso es que no haya desaparecido el Madrid de Galdós", sostiene Trapiello, para quien Madrid no se entiende sin el autor de los Episodios nacionales, "como no se entiende España sin Velázquez ni Cervantes". Siendo uno un rapacín sentía fascinación por los cuadros del creador de Las Meninas. Y cuando leí por primera vez El Quijote fui consciente de que viajar por el mundo adelante era tal vez lo mejor que a uno podía sucederle, porque el que mucho ve y mucho lee, mucho sabe. 

"Para Madrid Galdós ha sido más importante que Felipe II, Carlos III y todos los reyes juntos... Llegó desde su Gran Canaria a la capital con diecinueve años, en 1862, y en ella murió (1920) y quiso que lo enterraran en La Almudena", escribe Trapiello. 

https://cuenya.blogspot.com/2023/12/gran-canaria-con-su-exotismo-palmeral-y.html

Hace poco tuve la inquietud de acercarme al cementerio de la Almudena, en Madrid, para visitar la tumba de Galdós. Y la pasada Navidad estuve en la casa-museo del autor de Nazarín y Tristana (novelas adaptadas por Buñuel) en Gran Canaria. 

https://cuenya.blogspot.com/2024/05/de-madrid-al-azul-celeste-de-la.html

"Hablando de Galdós -dice- cuesta mucho salir de los barrios bajos, esos que van desde la plaza de Tirso de Molina... hasta el río, o desde Cuchilleros por las Cavas...". Un Madrid que, en mi opinión, sigue latiendo y enganchando al visitante. 

A todo esto, Andrés Trapiello añade El Prado y la Puerta del Sol, por supuesto.

"El Prado es un manicomio de cordura, de realidad, de certidumbre... Velázquez, Murillo y Goya han bastado para que España pueda codearse con las otras fortalezas pictóricas: China, Japón, Italia, Holanda... El Prado es un regazo, un consuelo...".

Por su parte, la Puerta del Sol es "el origen de las carreteras radiales". Se siente fascinado nuestro autor con la ilusión de esa gente que se pone sobre ese cero que tienen en la acera... Y el reloj tiene también su historia. Un reloj que construyó y donó en 1866 el relojero Rodríguez Losada, que era originario de La Cabrera, o sea, leonés. Y además amigo del poeta Zorrilla. 

"Casi todo lo importante de lo que ha sucedido en la España moderna ha empezado en la Puerta del Sol: desde el motín de Esquilache o el 2 de mayo de 1808 a la Segunda República... El mes de diciembre la plaza conoce las tumultuarias colas de ilusos de todas partes de España que vienen a comprar los herederos de Doña Manolita, conocida lotera, el número de la suerte para los sorteos de Navidad y El Niño", cuenta Trapiello con retranca, el cual está convencido de que Madrid ha sido una ciudad antes de la guerra civil y otra muy diferente después de ella. 

"La rutina de la guerra convirtió Madrid en una ciudad que cada día pasaba del surrealismo a lo dantesco por el corredor kafkiano... Madrid está lleno aún de heridas de la guerra... Madrid se convirtió en la capital del silencio... Todos, principalmente los perdedores, comprendieron que la única lucha que les estaba permitida era la de la supervivencia, y cada cual se centró en salir adelante como pudo, con la ayuda del fútbol y los toros, del cine y de la radio", escribe el creador del ensayo Las armas y las letras.

Andrés Trapiello, que es un gran paseante, como deja claro en este libro, reconoce que va muy poco por los barrios modernos porque están a trasmano y para ello tendría que echar bota y merienda. Y todo lo que no sea recorrer una ciudad a pie no le sirve de nada. Y es que, como mejor se conoce y reconoce un sitio, es caminándolo, sintiéndolo bajo los pies, dejándose empapar por sus colores, sonidos, sabores, olores y la sensación térmica que uno tenga. 

"Las entradas en Madrid, por carretera y por ferrocarril, son deprimentes, podía uno estar llegando a cualquier parte... En avión es aún peor, porque descubrimos a Madrid colocado en medio de una calera, árida y pobre", escribe Andrés Trapiello, al tiempo que arroja una mirada realista sobre nuestra capital, esa ciudad en la que tantos nos sentimos como si hubiéramos nacido y crecido en la misma, porque todos tenemos cabida. 

Una ciudad que no me canso de recorrer, porque para conocer una ciudad como Madrid se necesitan varias vidas. 

Esta es, pues, mi lectura del Madrid de Trapiello, que a buen seguro requeriría de al menos otra lectura, a sabiendas de que se quedan en el tintero, como se decía otrora, muchas más cosas de interés.  

https://andrestrapiello.com/

sábado, 11 de mayo de 2024

De Madrid al azul celeste de la espiritualidad

Madrid desde San Isidro
Me encanta darme un voltión de vez en cuando por la capital del reino porque siempre encuentra uno inspiración en sus calles y plazas, su gastronomía, sus monumentos, sus parques y cementerios, sus bares y restaurantes, sus personajes, esos que pueblan las páginas del arte, de la cultura, así como aquellos que caminan en busca de autor, o de autora, por los subsuelos de la vida, esta vida breve y absurda, aunque bella a la vez, porque la vida está para ser vivida en primer lugar y luego para ser contada. 

Vivir para contarla, como hiciera el bueno de Gabo (García Márquez), que nos dejó una obra extraordinaria, él que manejaba las letras como periodista, como escritor y aun como especialista en guiones en cine. 
Goya en parque de San Isidro



Vivir para contarla, como hiciera asimismo otro coloso de las letras, el genial y casi siempre sublime sin interrupción Umbral, el autor de Las palabras de la tribu, entre otros cientos de volúmenes, el cual nos contó, precisamente en este libro dedicado a los escritores españoles, que su madre era de Valencia de Don Juan, en la provincia de León.  

Para contarnos, mejor que nadie, vivió Umbral. Para contarnos ese Madrid en tantos libros y artículos de opinión, en esas sus memorias, por ejemplo en Días felices en Argüelles, que es por cierto un título que se parece a Días tranquilos en Clichy (ambientado en París), de Henry Miller, maestro que fuera de Umbral. 

Pradera de San Isidro

Madrid ha sido mucho en la literatura, asegura el autor de Las ninfas en su Travesía por la capital. "Madrid es en sí mismo un género literario o muchos. De Quevedo a Cela... Madrid es un buen material literario... El Madrid manchego de Gutiérrez Solana y el Madrid exquisito y pensante de Ortega... Madrid, más que una ciudad, es una disculpa para escribir... un Madrid que huele a anís del mono"... Es, según él, "la ciudad más abierta de Europa... Es plural, por eso admite todos los géneros literarios, todas las miradas...

Palacio de Oriente y la catedral Almudena

Es un poético trenzado de ocio y trabajo, de alegría y resignación, de carácter y tiempo", añade Umbral, quien también cree que a la ciudad de Madrid la inventaron Carlos III y un albañil de Jaén, además de la mano que echó el marqués de Salamanca.  Sí, al parecer Carlos III, "el mejor alcalde de la capital", fue un rey ilustrado que hizo mucho y bien por esta ciudad, con servicios de alumbrado y una buena red de alcantarillado, además de grandes avenidas y monumentos como la Cibeles, Neptuno, la puerta de Alcalá, el jardín botánico, el edificio del museo del Prado o el que hoy alberga el museo Reina Sofía. 

Ahora estoy terminando la lectura del libro Madrid, de Andrés Trapiello, que hace un tiempo me recomendara el amigo Javi, lo cual le agradezco, porque Andrés Trapiello también nos cuenta su Madrid con singularidad, con mucha literatura. Cabe recordar que Andrés Trapiello es de la saga artística de los Trapiello, de Manzaneda de Torío. Leonés madrileño, hermano de Luis (a quien tuve la ocasión de entrevistar: https://ileon.eldiario.es/la-fragua-literaria/luis-garcia-trapiello-dice-democratico-defender-iguales-opinion-necio-conocimiento-sabio_1_9537228.html) y de Pedro (conocido sobre todo por su Cornada de lobo, con quien tengo buen trato: https://cuenya.blogspot.com/2013/02/cornada-de-lobo-pedro-g-trapiello.html), entre otros. 

Andrés Trapiello es también primo del gran Andrés Martínez Trapiello (incluido en la fragua literaria leonesa: https://ileon.eldiario.es/cultura/varias-ocasiones-manifestado-error-provincianos-educan-hijos-emigracion_1_9426126.html). 

El Madrid de Trapiello es la ciudad que él ha vivido y paseado desde que llegara a esta capital un 5 de mayo de 1971, acompañado precisamente por su hermano Pedro... A tenor de lo que nos cuenta, su vida no resultó nada fácil al inicio de su estancia en la capital, porque tuvo que batallar vendiendo libros por las puertas. 

"Cuando llegamos a Madrid estaba lloviendo, una de esas lluvias muy de Madrid, flojas y negras, como agua de fregar", cuenta Andrés Trapiello, el cual siente como suyo el Madrid de Galdós, de Solana o de Ramón Gómez de la Serna.  

Galdós, cementerio de La Almudena

Me alegra que hoy Andrés Trapiello haya compuesto una ingente y sustanciosa obra (ahí están también los varios tomos de su diario Salón de pasos perdidos).  

Volveré sobre el Madrid de Trapiello cuando finalice su lectura al completo. 

Y ahora, después de este preámbulo, doy paso a mi Madrid, el que me sigue sorprendiendo, con el que aprendo cada día, que no me canso de explorar, de recorrer, porque una gran ciudad (también una ciudad grande) como Madrid, Mayrit (matriz, arroyo, lugar abundante en agua), Magerit, no se agota ni en uno ni en cientos de paseos. 

El pasado fin de semana (aprovechando la fiesta del 1 de mayo y siguientes) estuve en esta ciudad. Y me adentré en sus cementerios, acaso porque Madrid es un gran cementerio y al mismo tiempo una urbe que vibra cada segundo por los poros de su intraánima.

Larra y Ramón, cementerio de San Justo

Ese Madrid de Larra y Espronceda y también del greguerístico Ramón Gómez de la Serna, o sea de la Sorna, el cual nos ofreció magníficas greguerías de la capital del Reino, así como un libro imprescindible titulado El rastro, porque Madrid es Ramón y sus vanguardias.
Cabe recordar que Espronceda, quien fuera amigo del escritor berciano Gil y Carrasco, me marcó con El estudiante de Salamanca.
Madrid es también Mesonero Romanos, cuyos huesos no puede localizar (incluso provisto del Google maps) en el cementerio de San Isidro (en el distrito de Carabanchel) por más que lo intenté. Me decía que estaba a diez metros, pero allí no aparecía. Un milagro a la inversa.
cementerio de San Justo
Madrid es también el del romántico y librepensador Larra, el autor, entre otros, de la escalofriante Nochebuena de 1836, Delirio filosófico. Confieso que me fascina la figura y la obra de Larra, al que leí por primera vez con once años y me giró la testa.
Madrid es asimismo pasear por la plaza Mayor y que el olor a calamares fritos te haga levitar en busca del séptimo cielo.
Madrid es adentrarse en el barrio de las Letras y que se te aparezcan en cuerpo y alma, todos en uno, Quevedo, Lope y Cervantes.
Madrid es Ortega y Gasset con su España invertebrada en el camposanto de San Isidro. Un filósofo colosal, Ortega. Su España invertebrada y La rebelión de las masas, aparte de sus muchos y sustanciosos artículos, son un material valiosísimo.
Cementerio de la Almudena
Madrid es una greguería gigante, una de esas que te cautivan con su humor metafórico. Larra y Gómez de la Serna en la misma sepultura. En el panteón de los ilustres.
De Madrid al cielo. Al azul celeste de la espiritualidad.

Poetizaba Dámaso Alonso que Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres. Pues bien, he aquí algunas tumbas de algunos ilustres e ilustrados/as, que yacen en el cementerio de la Almudena, que, al decir de un tipo, tiene la extensión de Segovia. La verdad es que se me hace -hase, güey- enorme, el más grande de Europa occidental, según los entendidos en la materia. Este camposanto se halla en el distrito de Ciudad Lineal.
Ortega, en San Isidro

Resulta complicado encontrar las tumbas de grandes de la cultura, sobre todo en este 2 de mayo, que es festivo. Y esto anda deshabitado de mortales y rosa, por decirlo a lo Umbral, imposible por lo demás encontrarme con el espíritu de Umbral, y aun de otros como el escritor Onetti, el pintor Solana, el futbolista Di Stefano, el productor de cine Querejeta o el actor López Vázquez, entre muchos más. Qué nos esperen allá cuando San Isidro (ya que de santos hablamos, y este era labriego) baje el dedo.
Qué breve es esta vida, la vida, nomás por nomasito.
A dos de mayo de 2024 en Lavapiés.

Vaya aquí este poema del poeta Dámaso Alonso, quien está enterrado en el camposanto de la Almudena.
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
La Almudena, Familia Flores
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
En cementerio de la Almudena
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
Manzanares

Estamos en la antesala de San Isidro Labrador, que al parecer cultivaba las tierras de la ribera del Manzanares.
Por cierto, el río Manzanares no es -o mejor dicho, no parece- glamuroso como el Sena o el Támesis, pero es el río de la capital del Reino. "Arroyo, aprendiz de río", dijo de él el satírico Quevedo.
Y San Isidro es la fiesta más castiza y más popular de esta ciudad, el centro mismo de la piel de toro o de vaca tendida al sol, acaso un sol embotellado, que a menudo luce espléndido.
Madrid y su pradera.
El esperpéntico y genial Goya le dedicó un bello cuadro pictórico. A la pradera de San Isidro.
En el fondo, Madrid, como París -con un guiño a Hemingway-, era y es una fiesta.
Una fiesta en la que sobresalen algunos lugares para fantasear como el cerro donde se asienta el templo Debod, que es probablemente el edificio más antiguo de Madrid, o sea, todo un emblema en esta capital. Se cuenta que este templo fue un obsequio egipcio -proveniente de la presa de Asuán-. Una maravilla, que nos invita a viajar a orillas del Nilo. Y, como ya había adelantado, este templo se alza sobre una elevación con vistas al mundo: al Palacio de Oriente, a la catedral de la Almudena, a la torre Madrid, al edificio España, con el hotel Riu...
Al bosque madrileño.
A los pies de este cerro, donde vemos el templo de Debod, se halla una estatua de Sor Juana Inés de la Cruz, mística escritora mexicana del Siglo de Oro, a la que descubrí en mi etapa mexicana, gracias también al Nobel Octavio Paz. Por cierto, existe una estatua parecida de Sor Juana Inés en el bosque de Chapultepec de la Ciudad de México. Pues eso, de Madrid al país náhuatl.
Próximo al cerro donde se ubica el templo Debod está la plaza de España, en cuyo centro se sitúa el monumento de Cervantes con sus personajes Don Quijote y Sancho. Sigamos cabalgando por las praderas del presente, del aquí y ahora, mientras el mundo gira.
Desde Sacramental de San Justo

Otro edificio que invita a imaginar sin cortapisas es el Capitol, que sigue fascinando al visitante por su modernidad, como si se hubiera construido ayer mismo. Y además es un símbolo cinematográfico después de que el cineasta Alex de la Iglesia lo convirtiera en inmortal en su película El día de la bestia, que tendré que ver de nuevo.
El Capitol sobresale como un icono expresionista y aerodinámico en la Gran Vía, que podría ser asimismo una calle de Manhattan, con algún bolero mexicano lustrando los zapatos de los viandantes.
La Gran Vía es una puñalada de luz al corazón del casticismo, una mano abierta al aire, como escribiera Raúl del Pozo, el delfín de Umbral.
Me entusiasma la Gran Vía que retrató el genial Antonio López con su sol del membrillo.
Como un ritual ya ensayado me acerco al callejón del Gato para darme cita con el modernista y esperpéntico Valle Inclán, un tipo al que me hubiera gustado conocer en persona.
Al menos me/nos queda su sustanciosa obra.
Sentado en un banco con el autor de Luces de bohemia -obra extraordinaria en un Madrid brillante, absurdo y hambriento- miro esos espejos deformantes como si fueran los tiempos convergentes, divergentes y paralelos de los que nos hablara Borges en su cuento El jardín de los senderos que se bifurcan. De este modo se me aparece el azar en forma de mecánica cuántica. Al parecer, el azar sigue presidiendo nuestras vidas. Y Valle me habla con alma de visionario de un Madrid, de una España, que puedo reconocer tal cual un siglo después de que él la plasmara en sus Luces.
Qué la luz -las luces-, nos siga iluminando en esta senda de la vida.
Y para finalizar este recorrido quedo en el oso y el madroño de Sol con la amiga Carmen, a quien conociera hace un par de años en la abadía cisterciense de Cóbreces (Cantabria). Al amor de un café en la histórica cafetería La Mallorquina, en la primera planta, con maravillosas vistas a la plaza, charlamos de forma distendida. Ella ya está pensando en viajar a Berlín, que es una ciudad que gusta mucho a los jóvenes de Europa.
Por cierto, Berlín aparece como mapa afectivo en mi libro titulado Mapas afectivos.
De Madrid a la capital germana es tan sólo un paseo.
Después del café nos damos un paseo por la Calle Mayor, que está ligada a dos de los grandes poetas y dramaturgos de las letras españolas: Lope de Vega (nacido en el número 50) y Calderón de la Barca (que vivió en el número 61). 
Con Carmen en la plaza de la Villa

Nos allegamos a la plaza de la villa y ahí nos tomamos unas foticas. Una histórica plaza con tres edificios de gran valor artístico, entre ellos la plateresca Casa de Cisneros y la barroca Casa de la Villa, que albergó hasta principios del siglo XXI el Ayuntamiento de Madrid. 
Regresamos por la plaza Mayor a Sol, donde nos despedimos. 
Y uno se despide también de Madrid hasta el próximo viaje.