Ahora que acaba de fallecer el actor francés Trintignant, creo que se merece unas palabras de recuerdo. Quizá no sea uno de los actores más reconocidos del cine francés, pero a mí me entusiasmaban sus interpretaciones.
Inolvidable se me antoja en El Conformista, del maestro Bertolucci, o bien en su papel en Rojo, del polaco Kieslowski, cineasta por el que siento fascinación.
No sólo por Rojo, sino por el resto de la trilogía, Azul y Blanco, además de La doble vida de Verónica o bien No amarás. Incluso recuerdo sus papeles en alguna película del francés Rohmer, como Mi noche con Maud, o de Ettore Scola como La terraza.
Pero sobre todo me quedo con su interpretación en Amor/Amour, del director Haneke, el Bergman de nuestra época.
Acabo literalmente de ver (ahora se dice visionar) en versión original esta película de Haneke, en la que Trintignant hace un papelón, soberbia su actuación en esta película que me ha metido un trallazo, porque nos confronta, como espectadores, con nosotros mismos, con la enfermedad, con la vejez, con la soledad... sin duda existencial, pues, no lo olvidemos, todos estamos de algún modo solos en el mundo, aun contando con el apoyo y los afectos de familiares y amigos, porque nadie, ni el ser más querido, puede vivir ni sufrir por nosotros. Tampoco puede morir por nosotros.
Cada cual vive y muere su propia vida. Esto debemos asumir, a sabiendas de que, con el transcurso del tiempo (si seguimos en la senda), nos conducimos adonde ya sabemos.
Amor, de Haneke, Trintignant y Riva |
Al otro lado, quizá a este lado, nos espera, si vivimos, la muerte. Y lo peor no es la muerte en sí misma, eso creo (salvo que sea una crónica de una muerte anunciada, y uno sea consciente de la misma), sino la enfermedad, como le ocurre a la mujer de Trintignant en esta película de Haneke titulada Amor, que se me antoja durísima, potente como la vida misma, en estado puro, sin retóricas, sin artificios, despojada de toda nadería, mostrándonos la cara visible y también oculta de la realidad, esa que a menudo no queremos ver, porque nos asusta y nos causa daño, porque nos hace mirarnos al interior. Y de ese interior brotan monstruos en forma de miedos y pesadillas. Por eso, ciertas dosis de autoengaño, de hacerse los tontitos, nos vienen bien, al menos de vez en cuando.
En todo caso, cuando uno es rabiosamente joven no es consciente de la farsa que nos depara y deparará el destino. Por eso, a uno le gustaría volver a ser aquel jovencito con las ilusiones intactas y la energía desbordante de alguien a quien no se le pone nada por delante. Ser joven sin saber nada, por supuesto, puesto que el saber produce dolor. Y el visionado de Amor me duele, nos duele, porque mete el dedo en la herida. Y nos revuelve las entrañas.
Trintignant está magnífico. Pero Emmanuelle Riva (la gran actriz, que recuerdo por su papel en Hiroshima mon amour, de Resnais) está sobrecogedora en su interpretación, en su degradación física y psíquica.
Emmanuelle Riva en Hiroshima mon amour |
"Tu es un monstre parfois, mais tu es aussi gentil", le dice ella a él en un momento dado. Un monstruo amable, en el papel que hace Trintignant, tal vez el mejor de su carrera, ya al final de su vida.
Un monstruo que no soporta más la degradación de su mujer en esta película (que nos muestra la oscuridad del interior y el gris del exterior a través de tiempos muertos, silencios y planos fijos de larga duración), la cual también se niega a seguir en el camino.
Estupenda está asimismo la hija de ambos en esta película, en este caso encarnada por la prodigiosa Huppert, que me conmovió en su papel en La pianista, del propio Haneke. Y es que este director es uno de los mejores sin duda de nuestro tiempo.
Seguiremos recoordando a Trintignant a través de sus películas.
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