viernes, 3 de abril de 2020

La ceguera

Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir del coche, y las lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer. El semáforo había cambiado de color, algunos transeúntes curiosos se acercaban al grupo, y los conductores, allá atrás, que no sabían lo que estaba ocurriendo, protestaban contra lo que creían un accidente de tráfico vulgar, un faro roto, un guardabarros abollado, nada que justificara tanta confusión. Llamen a la policía, gritaban, saquen eso de ahí. El ciego imploraba, Por favor, que alguien me lleve a casa. 
(Fragmento de Ensayo sobre la ceguera, de Saramago)


¿Qué ocurriría si de repente nos quedáramos todos, casi todos, ciegos?, se plantea más o menos Saramago en su Ensayo sobre la ceguera
¿Qué ocurriría? Esa ceguera blanca, desconocida hasta entonces, que podría convertirse en una catástrofe, con todo el aspecto de ser muy contagiosa. Y que, por lo visto se manifiesta sin previa existencia de patologías anteriores de carácter inflamatorio, infeccioso o degenerativo.
El bueno de Saramago, como tantos grandes escritores, se adelantó a nuestro tiempo, a nuestra época vírica, a nuestra corona, que nos trae a mal traer, que nos está creando ansiedad galopante (hay gente que dice pasarlo muy mal con la ansiedad), con esa incertidumbre que nos está generando a todo el mundo. ¿Quién dijo que teníamos todo bajo control? Si el universo obedece, antes que a una causalidad a una casualidad, a un azar. Y de repente, lo que creíamos blanco es negro. Y lo que veíamos en colorines, ahora lo vemos con el prisma chamuscado de las pesadillas espiralíticas. 
Volvamos al Ensayo sobre la ceguera, del Premio Nobel portugués, al que alguna tipita del mundo político (eso dicen las lenguas, que uno no lo sabe a ciencia cierta) dijera aquello de "No he leído a Sara Mago". 

Pero, señora mía, que no es una escritora, entérese de una vez por todas, cómo se puede ser tan garrula, no es una mujer (por lo demás, con nombre y apellido artístico) sino un gran escritor portugués, que se llama José Saramago, un hermano portugués, me atrevería a decir, que nos enseñó ese país vecino, maravilloso, que es Portugal, con su extraordinario Viaje a Portugal, un recorrido realizado con exquisita percepción y sensibilidad desde Trás-Os-Montes (imprescindible asimismo el libro de Julio Llamazares sobre esta región) hasta el Algarve, pasando por Lisboa y el Alentejo. 

Ay, Portugal, por ti me muero. Siento devoción por nuestro país vecino y hermano. Recuerdo con cariño la imagen de un vecino de Noceda del Bierzo (en concreto de mi calle), mi tocayo Manuel, que falleció muy joven (creo que no llegaba a los cincuenta años). 
Manuel, casado con Lina la de Álvaro Furil, y padre de tres hijos: Ana, José Manuel y David, era portugués, un hombre servicial, bueno. Lástima que no viviera lo suficiente para haber tenido la ocasión de verlo más y mejor. 

El pasado febrero (cuando el virus ya andaba pululando por el orbe), aprovechando el puente carnavalesco, me encaminé a Porto y Aveiro. Y de paso me di un voltión por Póvoa de Varzim, donde se celebró un festival de Literatura, al que asistieron, entre otros la escritora Rosa Montero y el escritor Luis Sepúlveda.  
Fue la poeta Isabel Pinto quien me avisó de que se celebraba este festival Correntes d'Escritas. Y allí que me fui. 
Transcurridos unos días, la propia Isabel me comunicó que me vigilara, porque Sepúlveda había dado positivo en coronvirus. Y había estado en este festival portugués. Aunque uno no coincidiera con él mismo. Por cierto, ¿qué sabemos del escritor chileno afincado en Asturias? Porque las últimas noticias nos decían que su estado era crítico, que estaba en coma inducido por fallo multiorgánico. 

¿Qué ocurriría si de repente me levantara, como ocurre en La Metamorfosis de kafka, y me hubiera convertido en un bichito? ¿Qué ocurriría si todos nos hubiéramos convertido en bichitos? Y además todos hubiéramos amanecido ciegos (todos salvo una persona/personaje, la mujer del médico), como ocurre en Ensayo sobre la ceguera. 
En realidad, en esta obra de Saramago la ceguera también se contagia, como el coronavirus. Y ese contagio saca lo peor de los seres humanos, de esos personajes. También el Gobierno intenta controlar el contagio y poner medidas cada vez más represivas. "El Gobierno lamenta haberse visto obligado a ejercer enérgicamente lo que considera que es su deber y su derecho, proteger a la población por todos los medios de que dispone en esta crisis por la que estamos pasando, cuando parece comprobarse algo semejante a un brote epidémico de ceguera, provisionalmente llamado mal blanco, y desearía contar con el civismo y la colaboración de todos los ciudadanos para limitar la propagación del contagio, en el supuesto de que se trate de un contagio y no de una serie de coincidencias por ahora inexplicables".
En el encierro de estos personajes inventados por Saramago (el ciego que espera que la luz del semáforo cambie a verde, la chica de las gafas oscuras, el niño estrábico, el médico, la mujer del médico, el ladrón, el anciano de la venda en el ojo...) afloran los instintos más perversos. Algo que me lleva, una vez más, a esa genial película de Buñuel, El ángel exterminador, en el que, misteriosamente, un grupo de burguesitos y burguesitas se quedan encerrados en una mansión. Al inicio los vemos comportarse con modales propios de su condición y su clase. https://cuenya.blogspot.com/2018/12/el-angel-exterminador-de-bunuel.html
Y a medida que transcurre el tiempo de encierro se desatan las iras, las tirrias, el miedo... Y al final aquello se convierte en un caos. Y puta locura. Así somos los seres humanos, demasiado bestiales en ocasiones. Todos ciegos y apestados (como en la novela de Saramago). Como si tuviéramos la lepra. 

Tan lejos estamos del mundo que pronto empezaremos a no saber quiénes somos, ni siquiera se nos ha ocurrido preguntarnos nuestros nombres, y para qué, ningún perro reconoce a otro perro por el nombre que le pusieron, identifica por el olor y por él se da a identificar, nosotros aquí somos como otra raza de perros, nos conocemos por la manera de ladrar, por la manera de hablar, lo demás, rasgos de la cara, color de los ojos, de la piel, del pelo, no cuenta, es como si nada de eso existiera, yo veo, todavía veo, pero hasta cuándo. 
(Ensayo sobre la ceguera)

Un día antes de que se declarara el estado de alarma sentí escalofríos cuando, al intentar darle la mano a un tipo, éste, con el rictus de un témpano, me negó su mano. 
Deseo aclarar que lo hice de un modo inconsciente, con ingenuidad, sin darme cuenta de que me estaba exponiendo de un modo innecesario. En cualquier caso, me quedé paralizado, como si me hubieran dado una puñalada. Y sentí que los seres humanos, en situaciones de adversidad, podemos comportarnos de un modo que asusta. 
Me asusté. Y creo que he tenido varios sueños con esta situación. También un día (esto no es un sueño, aunque debía estar en un duermevela) creí que me había quedado ciego luego de encender la luz de la habitación y que allí no se alumbrara nada.  Y para más inri no entraba ni una miaja de luminosidad por la ventana. "Hostias, me he quedado ciego". 
Por instantes, mili-segundos o segundos, no reparé en que, en vez de ciego, podría ser que la luz eléctrica se hubiera ido. Y hasta que pude reflexionar con algo de claridad (de luz, por seguir con el símil), sentí una angustia asfixiante. Qué sensación tan extraña y jodida. 
En el fondo, todos estamos ciegos, nos viene a decir Saramago, ciegos que podemos ver, aunque no seamos capaces de mirar, de mirar la realidad con ojos poéticos, mirar la realidad con ojos de asombro, me atrevería a señalar, con esa mirada inocente que tienen a menudo los niños y las niñas (aunque éstos y éstas sean también unos perversos polimorfos, como nos dejara dicho el doctor Freud). Nada de lo humano nos es ajeno. Y nada de lo animal tampoco nos es ajeno. 

A menudo vemos pero no miramos. A menudo fotografiamos la realidad, pero no la miramos, no nos recreamos en lo que estamos viendo de un modo real, porque vivimos, en muchas ocasiones, una irrealidad, una realidad virtual, un mundo paralelo. Y ahora esta situación tendría que despertarnos del letargo, de la burbuja, de abrirnos los ojos. Que no nos pille con los ojos bien cerrados como en la última y sobrecogedora película del genio Kubrick, Eyes Wide Shut, con las máscaras del horror. 
"Tengo que abrir los ojos, pensó la mujer del médico" (Ensayo sobre la ceguera)
Tenemos ojos para ver pero somos incapaces de mirar. De mirar más allá, de mirar más acá. De sentir. De empatizar, de ponernos en el lugar del Otro. De saber que todo el mundo estamos en el mismo barco, a la deriva. 
Náufragos es una magnífica película de Hitchcock, otra más, en la que unos personajes, confinados en un bote, son llevados a una situación límite, con sus miedos, sus odios, sus traiciones, su hambre..., a partir de la cual surgen los conflictos psicológicos y dilemas morales. 

Ojalá logremos salir a flote. Alcanzar la orilla. 
Pues eso, rememos con todas nuestras fuerzas. Todos a una. 
De esta saldremos, pero, cuando salgamos, deberíamos hacer un examen de conciencia. Reflexionar más que nunca. Acaso para no caer en los mismos errores. 
También el sistema (que hace aguas por todos lados) debería ser consciente de que, si seguimos por estos derroteros, no llegaremos a buen puerto. 
Nuestra ceguera, tengo esperanzas, desaparecerá. 

En cuanto la vida esté normalizada, cuando todo empiece a funcionar, lo opero, será cuestión de semanas, Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven. La mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia abajo, a la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban 244 y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco, Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí. 
(Final de Ensayo sobre la ceguera)

4 comentarios:

  1. NO QUEREMOS VER LA TRISTE REALIDAD,POR LO TANTO NO PONEMOS SOLUCIÓN,SALUDOS.

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  2. Me ha encantado el análisis qué haces de la obra de Saramago en relación con la pandemia actual. Lo de ahora quizá sea algún día motivo de inspiración de libros y películas... También es posible que superada esta angustiosa experiencia la convirtamos en película en nuestra mente y tratemos de vivirla como una ficción. Es un mecanismo de defensa. Pero durante mucho tiempo nos darán miedo los besos, los abrazos... Y eso para nuestro pueblo es también una tragedia.

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  3. Me encantó tu texto, gracias. Pero no cabe esperar que el sistema sea consciente, como dices casi al final. Sólo hay que ver ahora cómo salen empresas tratando de hacer negocio con la pandemia, ofreciéndose a manufacturar material de protección escaso a precio 10 veces mayor. Y es que, en el fondo, el sistema somos los ciegos y los videntes que no queremos "ver" (queriendo decir con esto "mover el culo para protestar en la calle haciendo multitud"). Como eres cinéfilo, te recomiendo EL HOYO, una peli que vi hace un par de meses en la sala Albeitar de la ULE, que no se había proyectado en salas comerciales, y por lo visto ahora tiene éxito internacional vía Neflix. Salud

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  4. Estupenda la reflexión, Manuel, sobre la ceguera de José Saramago. También un detalle que aunque sea menor no deja de ser importante. La retirada del saludo del fulano que no supo entender ni tener empatía y sensibilidad a la hora de no darte la mano. Esa es una parte de las tantísimas que tiene la ceguera mental humana. Una sociedad donde no se invierte en la educación,la ciencia y la cultura, y lo poco que invierten lo hacen como un compromiso forzado, siendo el valor más preciado para que la sociedad a la que perteneces y formas parte
    que es la huerta donde se cultivan todos los fruto para abastecerse y alimentarse en sabiduría a sus ciudadanos, no será nunca un pueblo y una sociedad libre y plena en conocimiento. Esta metáfora se me ocurre también a tu análisis.

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