Foto: Alejandro Nemonio |
Este es el texto que escribí para la ocasión, para este acto de la Memoria del dolor, que compartiera con todos (todas) nuestros colegas y un público numeroso, entre el que estuvo el nuevo alcalde de Ponferrada, Olegario Ramón, además del exalcalde Samuel Folgeral o Santiago Macías, quien fuera en su día Vicepresidente de la ARMH.
«Escribir
poesía después
de Auschwitz es un acto de barbarie», nos dejó dicho el
filósofo Adorno.
Y escribir
poesía después de la Guerra Incivil también es un acto de barbarie. En todo caso, deberíamos ser bien conscientes de que la Historia de la Infamia y la Crueldad
se repiten. El teatro de la crueldad se repite. Aquí y allá. En el orbe entero. Y la
Humanidad, a lo largo de los tiempos, ha sido caníbal, caníbal y perversa, aunque
también haya mostrado, por fortuna, su rostro más amable.
Los
seres humanos somos capaces de lo mejor.
Pero también de lo peor. No lo
olvidemos. Ni nos hagamos los mensitos,
como dirían en México lindo y chingado, país por el que siento gran cariño,
aunque la violencia y el crimen estén mellando, machacando sus urdimbres
afectivas.
Foto: Alejandro Nemonio |
Los
seres humanos, además de animales (a sabiendas de que también los animales
piensan y sienten y sueñan, la etología nos lo ha confirmado) somos racionales.
Y aplicamos la razón en la ciencia, en el conocimiento en general. Y hemos
logrado, con nuestra razón y con nuestros silogismos, llegar lejos en la
tecnología, en la ciencia, con avances increíbles.
Pero
sobre todo los humanos somos seres emocionales. Y las emociones a veces nos
llevan por la calle de la amargura porque nos vuelven majaretas perdidos. Y por
eso ocurre lo que ocurre en ese nuestro afán por poseer y manipular al otro,
incluso esclavizarlo y sodomizarlo hasta asesinarlo.
Las ciento veinte jornadas (o cornadas) de Sodoma, que escribiera el marqués de Sade en la cárcel de la Bastilla parisina (que posteriormente retomaría Pasolini en su cine), nos alerta de tales brutalidades.
El crimen como algo bestial. El asesinato entre hermanos, entre vecinos, entre paisanos, como algo inadmisible, fuera de toda lógica, que es lo que se produjo durante nuestra insoportable Guerra Incivil y aun durante nuestra Posguerra, que fue una guerra que nunca debió de existir. Pues hasta comienzos de los 50, bien lo sabemos, se siguieron cometiendo atrocidades. Y nuestras cunetas, nuestros montes, están repletos de muertos, de muertas, de inocentes, de todas esas víctimas que sufrieron los sinsabores de una guerra absurda, vomitiva. Cada vez que pienso en nuestra contienda me entran escalofríos. Me da pavor, sintiendo miedo a que en algún otro momento de la Historia pudiera repetirse tal aberración. Porque la Historia, como bien sabemos, se repite, sobre todo cuando uno la desconoce. O la ignora. Por eso debemos estar atentos y despiertos, ojo avizor, lo más despiertos posible, para al menos lograr vislumbrar lo que se pueda avecinar. Los tiempos asesinos que corren, también ahora (que nos ensañamos no sólo con nuestros semejantes sino con la madre Naturaleza), no nos dan tregua. Y la barbarie, la soberbia, la tiranía continúan campando a sus anchas porque los humanos, además de seres racionales, nos trastornamos. Y desplegamos nuestra ira, nuestro odio ante cualquier adversidad. El solo hecho de existir, el ser conscientes de nuestra finitud, el dolor de existir, ya nos provoca por sí mismo problemas de salud mental. Y la normalidad, el equilibrio en el ser humano, es como una utopía, un deseo.
Las ciento veinte jornadas (o cornadas) de Sodoma, que escribiera el marqués de Sade en la cárcel de la Bastilla parisina (que posteriormente retomaría Pasolini en su cine), nos alerta de tales brutalidades.
Con Sol Gómez. Foto: Alejandro Nemonio |
El crimen como algo bestial. El asesinato entre hermanos, entre vecinos, entre paisanos, como algo inadmisible, fuera de toda lógica, que es lo que se produjo durante nuestra insoportable Guerra Incivil y aun durante nuestra Posguerra, que fue una guerra que nunca debió de existir. Pues hasta comienzos de los 50, bien lo sabemos, se siguieron cometiendo atrocidades. Y nuestras cunetas, nuestros montes, están repletos de muertos, de muertas, de inocentes, de todas esas víctimas que sufrieron los sinsabores de una guerra absurda, vomitiva. Cada vez que pienso en nuestra contienda me entran escalofríos. Me da pavor, sintiendo miedo a que en algún otro momento de la Historia pudiera repetirse tal aberración. Porque la Historia, como bien sabemos, se repite, sobre todo cuando uno la desconoce. O la ignora. Por eso debemos estar atentos y despiertos, ojo avizor, lo más despiertos posible, para al menos lograr vislumbrar lo que se pueda avecinar. Los tiempos asesinos que corren, también ahora (que nos ensañamos no sólo con nuestros semejantes sino con la madre Naturaleza), no nos dan tregua. Y la barbarie, la soberbia, la tiranía continúan campando a sus anchas porque los humanos, además de seres racionales, nos trastornamos. Y desplegamos nuestra ira, nuestro odio ante cualquier adversidad. El solo hecho de existir, el ser conscientes de nuestra finitud, el dolor de existir, ya nos provoca por sí mismo problemas de salud mental. Y la normalidad, el equilibrio en el ser humano, es como una utopía, un deseo.
Foto: Alejandro Nemonio |
De
fiesta, todos parecemos almitas de la caridad. Pero, en cuanto vienen mal dadas
y se nos retuerce el colmillo, la cosa se torna requetefea. Y es entonces
cuando nos convertimos en auténticos depredadores, en unos antropófagos. La
maldad existe y el malvado (o la malvada) la ejerce como tal. Por eso debemos
ser conscientes para combatirla.
Tal
vez escribir poesía después de Auschwitz, después de tanto Holocausto y guerra fratricida y
caníbal, sea un acto de barbarie, como escribiera el filósofo
Adorno. Mas también pudiera ser lo contrario, esto es, que escribir poesía,
después de tanta barbarie, se convirtiera en un acto de valentía, de belleza, y
una forma de atajar la crueldad en todas sus variantes. Y hasta podría darse
que escribir y recitar poesía, construir poesía, incluso con nuestras manos
asesinas, fuera una terapia a todos nuestros males.
Necesitamos
seguir generando poesía como un modo de ser y estar en el mundo. Necesitamos seguir
reflexionando acerca de este mundo desequilibrado y vuelto del revés, acaso
para equilibrarlo, al menos un poco, para que podamos vivir de un modo más
sosegado, con esa templanza o ataraxia que promulgaran los filósofos estoicos.
Porque, al final, de lo que se trata en esta vida, única e irrepetible, es
vivir en paz, convivir con nuestros semejantes en armonía, sentir que nuestro
paso por este mundo deja una huella de bondad en el resto de los seres humanos.