domingo, 19 de agosto de 2018

Bajo las aguas pantanosas de un delirio clorofórmico


Texto/poema para Versos a Oliegos 2018

Aquel día, bajo las aguas pantanosas de un delirio clorofórmico, desperté sobresaltado, con lombrices en el intestino, en medio de un oleaje de desconcierto y asfixia, con lombrices y estiércol mojado en los oídos.
¡Qué alguien me ayude a salir de este embrollo, donde crecen las enredaderas coaguladas de lo terrible! Necesito aire.
Aquel día, bajo las aguas pantanosas de un desdoblamiento astral, amanecí empapado, bajo el escalofrío hiriente de la anegación, y la monstruosa sensación de un final cantado.
Aun antes de adentrarme, aturdido, en la espiral biliosa de la incertidumbre, reventé. Y mi orina azulada quedó esparcida en los bajos fondos de un horizonte curvado. A veces los horizontes, como las ilusiones, se curvan en los espacios abollados, donde los héroes y los mártires se revuelcan como cerdos en su propia mierda.
Pantano de Bárcena

Ni héroe ni mártir, ¿quién me mandaría revolcarme en mi propio fango?, me retumba el subconsciente, que comienza a pudrirse. ¿Y quién les mandaría a esos otros marranos inundarme con sus delirios megalomaníacos?
Aquel día, maldito sea, escuché colores violáceos que me devolvieron a un espacio del que brotaban, como un manantial ferruginoso, la soledad y la estulticia.
El tiempo se quebró, haciéndose añicos en su contacto licuado y mineral con la tierra, con las plantas, con los matorrales.
Bárcena
¡Qué alguien me ayude a salir de este laberinto, donde crece la roña coagulada de lo terrible! Necesito aire.
Aquel día, bajo las aguas pantanosas de un delirio clorofórmico, vislumbré un campo de amapolas vibrando al compás de una armonía. A veces las amapolas colorean nuestra mente con su ritmo frenético. Y nos invitan a bailar como almas en pena implorando socorro.
En cambio, no logré escuchar el sonido metálico de mis ojos rebotando contra el pasto. Mis ojos oxidados, mi corazón oxidado. Mi alma carcomida, ay.
Amapolas en Noceda
Aquel día, bajo las aguas pantanosas de un desdoblamiento astral, desperté sobresaltado, con lombrices en el intestino, en medio de un oleaje de desconcierto y asfixia, con lombrices y estiércol mojado en los oídos.
Atragantado por el lodo pedregoso de un ramaje entrampado, me dispuse a vomitar hasta la última tristeza, mientras mi silueta se desplomaba hacia el abismo misterioso de lo enloquecedor.
¿Quién me mandaría despertarme aquel día bajo las aguas mohosas de un delirio astral y clorofórmico?
La última mueca, con su burlona coquetería,  me acecha tras la espesura inundada de la desolación. Necesito aire.
Creo que hace minutos que dejé de respirar. 


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