lunes, 4 de noviembre de 2013

Amarcord


Si tuviera que elegir una película, entre miles, siempre elegiría Amarcord (1973), del maestro Fellini. 
Siento escalofríos, una emoción intensa, cada vez que la veo y son muchas las veces que la he visto. 
Y espero seguir disfrutando, riéndome con sus personajes extravagantes, con sus imágenes impregnadas de belleza erótica y lirismo, con sus delirantes y surrealistas escenas, como la del Tío loco subido a un árbol, pidiendo a gritos una mujer: "voglio una donna". 

Es tal su fuerza, el poder hipnótico de sus imágenes y su música (grandísimo Nino Rota) que uno se queda enganchado desde principio a fin. Una película redonda, o mejor dicho circular, estructurada en función de las estaciones del año, que comienza con la primavera (la vida) y acaba con la primavera (la vida), con el regreso de "le manine" (los vilanos), tras la muerte de la madre de Titta (el prota) y la boda de la Gradisca (personaje que despierta las pasiones del macherío). Y aun con la muerte del año viejo y el nacimiento del nuevo año a través de la hoguera (tema carnavalesco) con la quema del muñeco. 
A este respecto, cuando uno ve algunas películas de Berlanga, nota como ciertas similitudes entre el cine del fallero y el grande de Rímini.



Fellini, con la ayuda de su guionista Tonino Guerra, nos ofrece, con impresionantes dosis de fantasía, su propia vida como niño y adolescente en la ciudad de Rímini ("una dimensione de la memoria... de la memoria inventata", según él) en los años del fascismo. Y nos muestra, con una puesta en escena carnavalesca, momentos inolvidables (como el abuelo perdido en la niebla: "Mi sembra di non stare in nessun posto. Forse la morte è cossì?" o la aparición de un pavo real en medio de una gran nevada o el propio Titta hipnotizando a un pavo), y secuencias antológicas, como la visión efímera y ensoñadora del Rex (el transatlántico), el desfile fascista, los amigos de Titta bailando en medio de la niebla abrazados a parejas fantasmales, el encuentro de la Gradisca y el sultán en el Gran Hotel, la propia boda de la Gradisca, o la impactante escena del Tío loco (que pide a gritos una mujer), desde que su familia lo saca del manicomio hasta que una monja enana logra bajarlo de una higuera, que nos invitan a reflexionar (pues pone en cuestionamiento, a través de parodias, la Escuela -maestros y maestras de atar-, la Familia -un tío loco, un zángano, un abuelo chocho y cachondo, una madre, la de Titta, amargada...-, la Iglesia -un confesor más preocupado por la estética de una flores que por la propia confesión de Titta- y el Estado: el Duce como un monigote, una voz sin cuerpo que habla y manda) y sobre todo a reír, a veces con una carcajada llena de nostalgia. 


Un viaje a un pasado fantaseado, un viaje conmovedor filmado con la deliciosa subconsciencia o surrealidad de los sueños, tal vez el mejor de la historia del cine, aunque esto sea muy atrevido decirlo. 
El amor, el sexo, la muerte, los sueños, el cine, los recuerdos están presentes a lo largo de toda la película, cuyo narrador, Titta (o sea el álter ego de Fellini joven) nos guía por su ciudad para enseñarnos sus espacios: la plaza, la calle mayor, el cementerio, el paso a nivel, la playa, el espigón del puerto, el lujoso hotel, sus personajes, en verdad grotescos (como la estanquera, los profesores chalados, la Volpina, la Gradisca, la monja enana o el acordeonista ciego) y su forma de vida, si bien éste es interrumpido a menudo por otros personajes, que adquieren protagonismo (incluso hablan a cámara, como personajes teatrales), dándole a la película un toque coral, como ocurre con el personaje del inicio, el viejo de le manine, o bien con un abogado-cronista que se empeña en contarnos la historia de la ciudad y es interrumpido, a su vez, por una pedorreta o una bola de nieve. Es el mismo que nos cuenta la historia del harén en el Gran Hotel. 
La película, aunque en ningún momento aparece la palabra Fin, se despide de la mano de un vendedor ambulante que nos dice: "Vi saluto, andate a casa", Adiós, iros para casa; como si se hubiera acabado la función, la representación carnavalesca. Y, en vez de Fin, vemos el título Amarcord. Pues seguiremos recordando y amando. Amore è ricordo. 

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