viernes, 25 de octubre de 2013

Misa-teatro-misa


Hace años me dio por escribir un texto titulado La misa es un teatro, y me llovieron críticas, una fue la que me lanzó el Señor Gutiérrez Crespo de Balboa, que no reproduzco en este espacio porque no la tengo a mano, por los papeles del Semanario Bierzo 7 andará. 

La que sí conservo es la que escribiera este penitente por las sendas del Señor, la cual reza de estos modos y "maneros". Ah, olvidaba señalar que también incluí, re-elaborado para la ocasión en este blog, el artículo que publicara en Diario de León, La misa como teatrohttp://cuenya.blogspot.com.es/2012/04/la-misa-como-teatro-y-viceversa.html

En respuesta a “La misa no es el teatro”
                                              
            Vale, Señor Gutiérrez Crespo de Balboa, lo que Usted diga debe ir a misa. Irá a misa. O adonde quiera. A la misa del Gallo mañanero y seductor. A la misa del Gallo de Oro, 24 quilates, Iguala. Está el asunto como para meterse de lleno en un cuento de Juan Rulfo. O lo que a su persona le haga sentir más a gustín o “Agustín”. Santa es en verdad  su persona. 
           
Catedral de León
Bueno y bien, que dicen los franceses, la misa no sólo es teatro, pura comedia del chachi piruli,  sino que además, y bien mirado, es un cuento. Un cuento bien estructurado, con final feliz. Casi siempre. Aunque habría que verlo. Cuénteme una misa, que yo le rezaré un cuento en Sí bemol.
           
Notre-Dame (París)
Mezquita Azul (Estambul)

A uno lo que en verdad le gusta no es la misa -para qué voy a engañarle, señor Gutiérrez-sino los organillos de las iglesias, el olor a botafumeiro, los angelotes de los retablos y los sátiros y/o “demois” que aparecen en las fachadas de algunas catedrales. Me gusta mucho la catedral de Notre-Dame de París, y también la catedral de León. Y las mezquitas. ¡Ay, las mezquitas, qué sosiego! La mezquita Azul de Estambul es hermosísima.
            A uno lo que le entusiasma de verdad es oír y escuchar el Oratorio de Navidad de J.S. Bach. Por ejemplo. O meterme en alguna ermita a emocionarme con el Réquiem de Mozart. Suponiendo que allí se cante el Requiem. En el fondo de mi esencia tengo vocación de eremita. Sobre todo, desde que vi  a Silvia Pinal  en “Simón del desierto” de Buñuel.
            En cuanto a las hostias, prefiero a ser posible no tragarme ninguna. No tengo espíritu de “masoca”. Y la moral judeo-cristiana no me convence. Es la inveterada tartufería de la moral. Ni hostias consagradas. Ni hostias como hogazas de centeno de a tres kilos. Ni ná de ná. Nada, señor Gutiérrez, nada. Es el nihilismo el que agujerea mis ilusiones trascendentales. Dios, mundo y alma son ilusiones trascendentales. Algo así nos contaba Manolito Kant, nuestro tocayo.
            Por otra parte, para amar no me da la impresión de que haya que tragarse ninguna oblea, en ningún formato. Por tanto, no me venga con que se traga hostias consagradas y de las otras para unirse simbólicamente, con el sentimiento y el recuerdo, al más bello acto de amor. Le recuerdo que escribir también es un bello acto de amor.
            Una comedia que se mantiene en cartel durante dos mil años, como usted asegura, es ciertamente una comedia bien montada. No lo pongo en duda. Pero uno no se fía de este tipo de comedias. ¡Oh santa ingenuidad! ¡En qué extraña simplificación y falseamiento vive  el ser humano! Uno no se fía de casi nada ni de casi “naide”. NO están los tiempos como para dejarse embaucar. Corren tiempos demoníacos y asesinos en este orbe.
            Y, para finalizar, le diré que a mí Calderón no me hace tilín, como a usted. Mas sigo recordando aquellos versos de Segismundo: “En llegando a esta pasión/un volcán, un Etna hecho,/quisiera sacar del pecho/pedazos del corazón”. Pasión, volcán y Etna son palabras que me enganchan. Siento más afinidad, dicho sea de corrido y a la buena de Dios, con autores como Genet, Sade, Georges Bataille, Baudelaire, Rimbaud, Nietzsche o el propio Mallarmé y el gran Valle-Inclán.


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