lunes, 28 de octubre de 2013

En memoria del ingenioso Don Quijote de la Mancha


Allá por finales de los 80 -hace un "güevo" de años, o sea-, escribía este texto para un concurso de Radio 3 (RNE), Rosa de Sanatorio, el extraordinario programa que condujera el polifacético José Luis Moreno-Ruiz. 
http://moreno-ruiz.blogspot.com.es/

El concurso consistía en realizar un ejercicio de narcisismo, como una redacción o autorretrato, en el que uno se elogiara mucho mucho. A mí me salió el texto En memoria del ingenioso Don Quijote de La Mancha, que acompañé naturalmente de una foto. 

Con Moreno-Ruiz en la Casa Leonesa en Madrid

En aquella época tenía "veintimuypocos" años y cursaba estudios universitarios en la Universidad de Oviedo. Recuerdo que a Moreno-Ruiz le gustó mi texto: “Don Manuel Cuenya, mi estimado amigo, gran talento y buen dominio de nuestro idioma demuestra usted en su texto, cosa que no me ha causado extrañeza, habida cuenta de que usted, creo recordarlo así, fue uno de los ganadores del certamen poético tratante en eróticas y pornográficas versificaciones que llevamos a término desde aquí hace ya unos cuantos meses. La calidad de su texto, pues, no me ha pillado de sorpresa, lo que sí me ha causado  cierta extrañeza es la extremada juventud de usted, que ofrece su fotografía, algo por lo demás común a las gentes que escriben y mandan fotos a este programa…".


Trascurridos los años, quedé con él en Madrid, entonces José Luis trabajaba como redactor en la revista Interviú, y yo acababa de regresar de México y estaba a punto de largarme al Reino Disney a trabajar como cast member. Comimos, charlamos y quedamos en vernos de nuevo. Y pasaron otros muchos años, hasta que volvimos a vernos en la capital del Reino, con motivo de mi presentación de la fragua en la Casa leonesa de Madrid. 


En memoria del ingenioso Don Quijote de la Mancha
(Texto enviado desde Oviedo junto a su fotografía).

Lo que aquí se diga, de tan insigne gloria, será lo más cierto jamás contado, y aun, cuando no lo pareciera, sería quizá por algún extraño encantamiento de cualquier vestiglo fotógrafo que trocara tan sutil belleza en cosa ajena a ella. Ya se sabe que los imitadores sólo conocen las apariencias, y éstas más ocultan que desvelan esencias. Pues en este mi caso más es yelmo de Mambrino que bacía de barbero. 

Con estas necesarias y comedidas razones daré cuenta al menos de mis ontologías especiales, que bien pudieran ser totales, ya que mi ser, aunque único, se dice de muchas maneras. Ilustre he sido, soy y seré, que tal me corresponde por mi ingeniosa belleza, como esas mis gafas, que antes son virtud y ornamento que caos estético, porque en este caso la ortopedia (ortopaideia) se dice cultural.

No menos pintorescas son nariz y orejas sustentadoras, auténticas muletas-fetiche extraídas de la filosofía platónica, que no de la filosofía cartesiana, como Dalí pretendiera. 

Tras la tecnología óptica, dos hermosos basiliscos, críticos, irónicos, siempre vencedores, en las mejores y más grandes contiendas habidas, y nunca vencidos aunque reflejen en su espejo narcisista.

Y sobre todo mi elocuente boca, genuino taller gnoseológico, donde dientes y labios artesanos trocean y tornean respectivamente nobles materiales para obtener piezas de incalculable valor filosófico, con una lengua no menos operatoria en sus ejercicios sintético-analíticos. 

A lo que se me alcanza, bien pudiera ser que, con sólo levantar uno de mis prodigiosos brazos, tocara con una de mis manos intelectivas, anaxagóricas, y aun con un solo dedo, el índice, los mismísimos cielos, que tornándolos sería el más divino constructor, que no el creador, por ser éste término impresentable e igualmente utilizado por apocalípticos y posmodernos. 
Digo lo del dedo índice por antojárseme, cuando menos, graciosa la imagen de la creación de Adán de la Capilla Sixtina.

Si después de estas concertadas razones se observara falsa conciencia en lo dicho, no dudaría, utilizando mi falo cinematográfico, en proyectarla cual oscuras sombras libidinosas en las cavernarias vaginas de mentecatas beatas y aun en el coño de la tal Lorena, como a buen seguro haría el excelso Buñuel, que aunque esto pareciera conducta de mala fe, en modo alguno lo es, porque de generosos spinozianos es el alejarse de los fantasmas  o falsas apariencias. 

De otras bellas habilidades me podría vanagloriar pero no será menester aquí porque tan larga lista de elogios ni la misma eternidad daría fin con ellos por ser ellos mismos eternos. Por esto, y por no afligir más el ánimo de mis distinguidos lectores y oyentes, pone fin al verdadero discurso el sin par Don Cuenya del Bierzo.

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