sábado, 13 de abril de 2013

Al maestro Juan Carlos Mestre



Juan Carlos Mestre firmando La bicicleta del panadero en el Bergidum de Ponferrada

«Los descontentos y los débiles hacen la vida más bella».
Me alegro mucho por Juan Carlos Mestre, paisano y amigo, quien acaba de recibir el Premio Nacional de la Crítica 2012. Juan Carlos, que es pura luz y voz poderosa, se merece no sólo éste sino muchos premios, porque su decir poético es sublime y comprometido con las nobles causas.  Una poesía, la suya, que está de parte de los más débiles, comprometido con aquellos y aquellas que a menudo no tienen ni voz ni voto, aunque sean ellos y ellas en verdad quienes mueven (y hayan movido) el mundo: carpinteros, albañiles, sastres, panaderos, poetas, judíos que fueron exterminados en el Holocausto... (su padre era el panadero de Villafranca del Bierzo). La bicicleta del panadero, un título pereiriano -no en vano Antonio Pereira ejerció como maestro y padre espiritual de Mestre- y de quienes tuvimos el placer de conocer al más grande cuentista del Bierzo. 
La bicicleta del panadero (qué magníficos símbolos-palabras) es el poemario por el que Mestre ha recibido este garlardón.
El poeta villafranquino está de parte de los débiles, de los obreros, de los artesanos, de los poetas y les da voz, para que se expresen en libertad, en libertad lírica, que es la mejor y más sana forma de expresarse, porque ser poeta es una forma de estar y ser en el mundo. Y la suya es una poesía que nos toca de lleno las entrañas y nos invita a tomar conciencia, conciencia crítica de la realidad en que vivimos, un mundo que está literamente podrido por el dinero y el poder corrupto (valga la redundancia), un mundo que aplasta a los pobres y venera a los poderosos, un mundo asqueroso, en definitiva, en el que los artistas, los poetas como Juan Carlos nos devuelven, con sus bellas y carnales, reflexivas y espirituales palabras, la conciencia, la conciencia crítica
 Recuerdo la conmoción que me produjo escuchar por primera vez a este Grande villafranquino recitando alguno de sus poemas, acompañado, tal vez, de su acordeón. 
Luego, con el transcurrir de los años, he tenido la suerte de verlo/escucharlo en varias ocasiones y en diferentes espacios. La última vez en la Ergástula de Astorga. Por cierto, la Ergástula le pareció un nombre singular (en realidad, lo es), con el que incluso estuvo bromeando. 

Al igual que Antonio Pereira era un maestro del cuento, tanto oral como escrito, Mestre es con absoluta seguridad el mejor recitador de cuantos haya visto nunca. 
Su voz, poderosa y envolvente, te invita a volar, a traspasar cualquier muro, a saborear la palabra, esa que logra encarnarse y habitar la casa del ser, la casa roja, porque su corazón, y acaso su alma, es una casa roja, bajo la fibra de un rayo y la beldad de una isla, una palabra que nos transporta en bicicleta, por un paisaje humano revelador, hacia lo esencial-definitivo.

Mestre, además de este reciente premio, recibió el Nacional de Poesía, pero lo más importante es que se trata de una persona luminosa, que deja una huella inmensa. Leerlo es una maravilla, conversar con él, una delicia, y verlo/escucharlo recitar es un espectáculo emocionante. Se te ponen los pelos de punta y se te estremecen las entrañas. 

Nunca olvidaré, querido Juan Carlos -ya lo he contado- aquel día de enero, bajo la escarcha, tal vez fuera bajo la neblina ponferradina, que brotaste de algún lugar, siempre misterioso y lírico, para hablarnos, sobre Viajes sin mapa, porque tú si eres un auténtico viajero, más allá de toda realidad física, más acá de cualquier espiritualidad, un trovador, un judío errante -como le dijera otro poeta leonés-, que va de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, de país en país, recitando, siempre de un modo magistral y emocionante, sus poemas. 

Me entusiasma que tú, como excelso poeta, nos insufles vida con tu poesía.

… ¿quién oye entre nosotros la primera palabra del origen?¿A quién desde hace cuatro mil años habla el ídolo de Noceda, anónimo y lejano en la penumbra de una vitrina sin contexto? Qué fue de aquel temblor, cuando precisamente la mano de una poeta, una entrañable maestra rural revestida con la humildad de la sabiduría. Felisa Rodríguez, rozaba por primera vez el intacto milagro de la tribu, la diosa de la fecundidad que en el segundo milenio antes de nuestra era invocaba, ya con conciencia, el don y la potestad sobre el misterio y la vida… amanece en un castro de Noceda, es soledad sonora en los cenobios de Peñalba, o gesto espiritual entre la cruz y la espada del Temple. Toda nuestra geografía, desde Balouta a Compludo, desde Dehesas a Foncebadón, está signada por el temblor mistérico de un humilde iluminismo…


(Disertación, Certamen de poesía Ciudad de Ponferrada, 1999, Mestre).

Mis antepasados inventaron la Vía Láctea,
dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad,
al hambre le llamaron muralla del hambre,
a la pobreza le pusieron el nombre de todo lo que no es extraño a la pobreza.
Poco es lo que puede hacer un hombre con el pensamiento del hambre,
apenas dibujar un pez en el polvo de los caminos,
apenas atravesar el mar en una cruz de palo.

Mis antepasados cruzaron el mar sobre una cruz de palo,
pero no pidieron audiencia,
así que vagaron por los legajos
como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas.

Y llegaron a los arenales,
en los arenales la tierra es brillante como escamas de pez,
la vida en los arenales sólo tiene largos días de lluvia y luego largos días de viento.

Poco es lo que puede hacer un hombre que solo ha tenido en la vida estas cosas,
apenas quedarse dormido recostado en el pensamiento del hambre
mientras oye la conversación de los gorriones en el granero,
apenas sembrar leña de flor en la sábana de los huertos,
andar descalzo sobre la tierra brillante
y no enterrar en ella a sus hijos.

Mis antepasados inventaron la Vía Láctea,
dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad,
atravesaron el mar sobre una cruz de palo.
Entonces pusieron nombre al hambre para que el amo del hambre
se llamara dueño de la casa del hambre
y vagaron por los caminos
como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas.

Poco es lo que puede hacer un hombre con las migas de la piedad,
comer pan mojado los días de lluvia a los que luego seguirán largos días de viento
y hablar de la necesidad,
hablar de la necesidad como se habla en las aldeas
de todas las cosas pequeñas que se pueden envolver con cuidado en un pañuelo.


(Antífona de otoño en el valle del Bierzo, Mestre)
Roma ha muerto y entre el desorden sexual de las cúpulas
la sombra de Shelley es un barco del que se arrojan contra el acantilado los albaneses,
la casta ínfima de los acosados por el hastío retórico de la justicia social,
los comensales de las copiosas sobras, los sedientos acosados por la policía.
Como la sustancia insomne de un cuerpo que se repone de la fatiga y considera toda ilusión despreciable,
hablas el dialecto de quien ha padecido un sueño, nombras la facturación de las aves,
ese encargo irrefutable del cielo, la extraña materia del sufrimiento hecha presagio en la bandada de pájaros,
eso dices, y mutuamente están en ti el díscolo y el salvaje,
mutuamente el cuerno de violetas blancas y el gancho en U del que penden los héroes,
en ti el que bajo la falsificación de las obsesiones visuales
niega su placer a la comida muerta, el que llama a Eva perra capitolina,
emperador con los ojos encharcados de mármol al apóstol de Cristo.
Ésa la curiosidad del que nombra ante la curia la erección de Trajano,
el que en la sala de los cónclaves declara: mi Vaticano es la tumba de John Keats,
y considera un ultraje el propósito de la eternidad ante el que se devoran los hombres.


(La tumba de Keats, Mestre)
De momento no importa que ustedes no sepan quien soy. En un país donde la mitad se llama Pero Ese y la otra mitad se apellida Quién Es, la ignorancia es lo último que se pierde. Supongamos que soy un sindicalista que predica la fraternidad con los animales salvajes, alguien que quisiera agradecer su influencia a los clásicos. No es poca cosa combinar las partículas del orador con las derivas del intelecto… hay que ser tan inteligente como la academia de un lince para distinguir al hombre concreto… Dicúlpenme si me quejo más de los necesario, pero nace sabiendo… No importa que ustedes no sepan quien soy, un poema no es una misa cantada. Yo sé que la sinceridad está reñida con lo verdadero y que la filosofía no tiene clientes. Quedan advertidos, las rosas de la realidad andan con los pies torcidos. Moderemos su Belleza antes que nos muestre su Virtud el próximo otoño. No digan luego que si tal, que si cual.
                                               (Amarillos, rosas, blancos naranjas, La casa roja, Mestre)

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