miércoles, 22 de abril de 2020

Esto no es la guerra

Esto no es la guerra, aunque insistan, aquí y allá, que estamos librando una guerra, salvo por los muchos muertos y muertas que está dejando cada día el virus corona, lo que me entristece enormemente. 
Esta es en verdad una pandemia, una epidemia globalizadora (ya veis para qué nos ha servido la tan cantada mundialización, si tal puede decirse), una epidemia pan, que no es que nos vaya a traer el pan bajo el brazo nuestro de cada día, sino todo lo contrario. Ese pan que, en el idioma griego, significa todo. Como nos dice la filóloga y escritora Margarita Álvarez Rodríguez, que nos ameniza nuestros días con su blog: http://www.larecolusademar.com/2020/04/el-lenguaje-covid-19-vocabulario.html
Por eso, todos estamos en ese tinglado vírico. Lo cierto es que uno también estudió algo de griego. Y hasta me gustaba y se me daba bien. Tan importante, el griego clásico en nuestra lengua, sobre todo en la filosofía, en el lenguaje académico. 
Dicho lo cual, que no nos engañen con que estamos en una guerra, porque, salvo nuestros héroes y heroínas, que todo el mundo sabe quienes son en estos momentos, esto es, aquellos y aquellas que están en esa primera línea de fuego, por emplear el lenguaje bélico, ese lenguaje que nos recuerda Margarita en su magnífico texto Lenguaje Covid-19, el resto  
no estamos en esa guerra, pero sí estamos confinaditos en nuestras casas, por lo general confortables (siento cómo se las apañarán los sin techo, quienes no tienen donde refugiarse, supongo que estarán a cubierto).  
Catoute, Bierzo Alto. Foto: Cuenya

Lo que sí tendremos será una posguerra o algo que se le asemejará en toda regla o desregla, pues los efectos de esta pandemia serán, a tenor de lo que vamos percibiendo, demoledores, tanto en lo social como en lo psíquico. Y no digamos en lo económico. Y eso nos ocurre, sin duda, por no estar preparados, ni nosotros ni el mundo entero, para hacerle frente a un enemigo que es nada más y nada menos un virus, vaya con el bichito corona del demonio. 
Ya sé, ya, que nos ha pillado a todos por sorpresa, como a menudo nos pilla la muerte, o cualquier enfermedad, o un accidente... habida cuenta de que los seres humanos casi nada podemos tener bajo control, en realidad nada. Somos marionetas al antojo del azar, que nos marca el ritmo a cada paso. 
Dios (mejor dicho, el universo) sí que parece jugar a los dados. Y el principio de incertidumbre de Heisenberg da la impresión de cumplirse más que nunca. La incertidumbre se ha apoderado de nosotros. Y debemos aceptar y aun aprender a convivir del modo más armónico posible con esta. 
El universo, a través de un maldito virus, está jugando con nosotros a los dados. O a las chapas, por poner un ejemplo berciano-leonés, si sale cara estás de enhorabuena, y si sale cruz vete rezando un padre nuestro, si sabes rezar (claro está), porque no sabemos (al menos los profanos en la materia) cómo afecta el virus en cada persona, sobre todo si a uno lo pilla el pie cambiado o fuera de juego, con dados o sin ellos. Por seguir la imagen plástica del juego de dados. 
El virus, por tanto, sí juega a los dados con nosotros, imponiéndose el azar, una vez más, luego tendríamos que darle la razón, antes que a Einstein, que sí era un físico monumental, a la mecánica cuántica. 
Esto no es una guerra (salvo, decía, por las muertes que está acarreando) pero sí arrasará con nuestras vidas si no logramos pararlo, ahuyentarlo, sacarlo de nuestros hábitats, porque los efectos que tendrá van a aniquilarnos, incluso más que lo que en sí mismo está matando el virus, que es no es moco de pavo, ni de pava (permitidme estas licencias). 
Los trastornos psicológicos, que se producirán, que ya se están produciendo (aparte de los maltratos entre seres humanos: violencia doméstica, etc.), irán desde depresiones de caballo hasta trastornos de desdoblamiento de personalidad, como psicosis, esquizofrenias... con los consiguientes riesgos que podrían abocar a una parte de la población al desastre. 
Campa de Santiago. Foto: Cuenya

Y en lo económico se perderán muchísimos negocios. Ni imaginar quiero lo que ocurrirá con tantos bares, restaurantes, hoteles... ya que el nuestro es un país al que le gusta socializar en los bares, que son como nuestras consultas, nuestros sitios de catarsis y terapia social. 
¿Hasta cuándo nos impedirán volver a tomarnos un vino o una cerveza en un bar? ¿Hasta cuándo? ¿Y sobre todo, cuándo permitirán a los bares, a los lugares de ocio y cultura, a los sitios turísticos tener carta blanca para trabajar?  
Porque a este paso, a este ritmo de contagios, a pesar de que muchos estamos encerrados y se dice que se está doblegando la curva, la cosa no pinta nada bien. Y no quiero ser agorero. Sólo me remito a los datos. Y lo que nos cuentan los políticos que nos gobiernan y los expertos en epidemiología. 
Que la cultura, el ocio y el turismo no se desplegarán, como es debido, hasta finales de este año (eso si van bien las cosas), se me antoja un sin dios. Con lo cual, creo que, si esto va a ser así, quienes se dedican al turismo, el ocio y la cultura (que siempre ha sido la Cenicienta, bueno, algunos sectores de la cultura, porque otros están bien enchufados al sistema, todo hay que decirlo, que también aquí hay castas y castos, ya sabemos, el mito de la cultura, como nos dijera el maestro Gustavo Bueno) ya pueden ir chapando (como se dice ahora) el chiringuito. Idem de lienzo, intuyo, en cuanto a la educación, sobre todo en el ámbito de la educación para mayores, que es población de riesgo, como ocurre con nuestra universidad de la experiencia, con los programas interuniversitarios de la experiencia de Castilla y León. Y aun del resto de España.
Digo nuestros porque uno forma parte de esta universidad. Así que el panorama, al menos a medio plazo, por no decir a largo plazo, me late, cuando menos, realmente incierto. 
Es obvio que no tenemos certeza de nada, o de casi nada, y menos en esta situación, salvo de la muerte, la más cruel de las certezas, como nos dice el escritor Mario Pérez Antolín en uno de sus libros, donde hace un lúcido análisis de la realidad de nuestro tiempo. "Una sociedad amedrentada se hace vulnerable; por eso los poderosos exageran las situaciones de riesgo. Después del pánico viene la sumisión". 
¿Acaso se está exagerando desde las altas esferas? ¿Se nos ha metido el miedo en el cuerpo (o mejor dicho, nos lo han metido) y no lograremos sacarlo? ¿Seguiremos apriscados como ovejas de rebaño (un guiño al Orwell de Rebelión en la granja) durante mucho tiempo, hasta que acabemos sin nombre ni apellido, sin saber en realidad cómo nos llamamos? 
En países como Alemania y Países Bajos, por ejemplo, la gente no está confinada como estamos en España (pues pueden salir al menos a pasear, con las medidas de precaución pertinentes, claro está).  
Se dice que ellos, por lo general, están habituados a respetar los espacios (o esa es la imagen que tenemos, lo cual no es del todo cierta, sino uno de tantos tópicos que nos configuramos, pues habría qué saber de qué alemanes y holandeses estamos hablando). En cambio, nosotros somos un país latino de sobar y tocar, de besar y aproximarnos a nuestros conciudadanos, con lo cual, si salimos todos a pasear, a la calle, a las plazas, como toros de Mihura, el virus seguirá propagándose como la pólvora. 
Esto no es la guerra, pero podría convertirse en un escenario pre-bélico bien abonado, bien cultivado (ya lo he señalado en algún otro texto en este mismo blog). Y eso es lo que más nos asusta, porque entonces sí habría enemigos (de casa o de fuera, ustedes ya me entienden) que nos encañonaran a la menor de cambio. 
Recordemos nuestra Guerra Incivil, fratricida, absurda, entre vecinos y convecinos, que sigue tatuada a fuego en la retina de nuestras memorias. Porque fue una auténtica aberración. Que no debería repetirse por nada del mundo. Aunque los humanos, demasiado animales, seguimos cometiendo los mismos errores, a pesar de que hemos avanzado muchísimo en tecnología, en ciencia. 
Campiña del Bierzo Bajo. Foto: Cuenya
En realidad, a tenor de lo que está ocurriendo hemos avanzado menos de lo que creíamos, sobre todo ahora que tenemos a este huésped vírico entre nosotros, y no somos capaces de espantarlo, porque si no somos capaces, con tanta ciencia y tecnología a nuestro servicio (hasta hemos, mejor dicho han llegado a la luna, qué cosas), es que algo hemos hecho mal, o muy mal, como especie. 
Con la cantidad de guita que se invierte en armas, incluso nucleares, con tal dispendio de lana (como dicen en México) en cosas varias y asuntos superfluos, cómo no se ha invertido lo suficiente (a nivel mundial, hablo, porque Estados Unidos, como potencia del Occidente hiper-capitalista, tampoco nos da buen ejemplo) en investigación para la salud, para salvarnos de esta guerra. Y luego apuntan (vaya desfachatez) que hasta sería posible lograr la inmortalidad (majadería al canto), si no son capaces de fabricar una vacuna (bueno, andan tras ella, pero no acaban de parir... de parirla), quizá para finales de este año, quizá para el próximo año, todos son quizás... Porque la vacuna, sí o sí, despejaría todos los miedos, o casi todos, al menos despejaría nuestra incertidumbre. O si al menos  hubiera fármacos potentes que curaran a la gente, con buena efectividad, también se nos irían despejando nuestras neurosis.  
El asunto es que algo tendrán que hacer las mentes pensantes  de este mundo globalizado y vuelto del revés para que no estemos aquí para siempre... perdidos entre tinieblas, naufragando, dando tumbos, entre otras cosas porque se nos mueren no sólo algunos-muchos de los infectados (si tenemos en cuenta el número de infectados, muchísimos asintomáticos, tal vez no sean tantísimos, si bien cada muerto, cada muerta es sagrado/a, por supuesto, pues sólo tenemos esta vida, única e irrepetible), sino también quienes están entrando en un túnel, el túnel de la angustia y la desesperación. Y por supuesto también nos moriremos... de pena, al menos un poquito, quienes creemos que no estamos contagiados (pues tendríamos que hacernos todos la prueba). Creo sinceramente que debemos ir perdiendo el miedo, a la vez que tomamos las medidas de prevención adecuadas, con el fin de rehacer nuestras vidas con cierta normalidad. ¿Qué es la normalidad? ¿Y hasta cuando estaremos confinados? 
¿Hasta cuándo? 
Desde La Guiana, El Bierzo Bajo. Foto: Cuenya

¿Seguirá por ejemplo El Bierzo confinado más allá del 10 de mayo? Habida cuenta de que en esta comarca los hospitalizados por contagio son muy pocos. O eso nos dicen. Otra cosa es la gente que está contagiada y no lo sabe o bien no tiene síntomas (por eso insisto en que todos deberíamos hacernos la prueba. Y tomar las medidas pertinentes). 
¿No se debería tener en cuenta desde el gobierno central que hay territorios, comarcas, provincias, incluso comunidades donde el índice de contagios es pequeño, sobre todo si lo comparamos con Madrid o Barcelona, que indudablemente es donde se concentra la mayor parte de población del país? 
¿Entonces, no se debería des-confinar en estos sitios a la población, insisto, siempre con las medidas necesarias?
¿No se debería desconfinar, al menos pasado el 10 de mayo, no sólo a los niños y niñas, sino a las personas que no sean población de riesgo, que hubieran pasado con bien, naturalmente, las pruebas? Tantas cuestiones, aún sin una respuesta clara, que no ayudan a despejar la incertidumbre, con la que, en todo caso, tendremos que aprender a convivir, como ya apuntara. Porque no sólo de virus morimos, sino de tantas otras enfermedades, que ya conocemos... aparte de otras circunstancias, a sabiendas de que uno es uno y sus circunstancias. Ojalá no dejen que se desmorone todo un país por el coronavirus, porque, cuando nos llegue otro aún más potente, que a buen seguro llegará, si aún estamos para dar fe de ello, entonces, ¿nos quedaremos de por vida en casa? tendremos que aprender a convivir con este Coronavirus, al menos hasta que se encuentre el antídoto, sin dejar que todo el barco se nos vaya a la deriva. ¿En qué barco viajan ustedes? Por fortuna, uno se halla en el útero de Gistredo, donde aún es posible escuchar el canto de los pájaros, además de los quiquiriquís de los gallos. Y eso sigue alimentando nuestro espíritu. 

2 comentarios:

  1. Que no cunda la desesperación Manuel, y a seguir gozando de los entornos dados por la circunstancia e idiosincrasia que es capaz de adaptarse hasta en las peores circunstancias...
    Un abrazo

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  2. Hay que ser optimista además de tener el privilegio de vivir en una época que ya la hubieran querido todos nuestros generaciones de ancestros con tanto bienestar y privilegios, aúnque, la verdad sea, no respiramos ni comemos cosas tan naturales y sin contaminación como ellos, pero este es el precio de vivir así, con lo que ellos sufrieron con tantas guerras, miserias, pestes y desgracias. Por eso, aúnque haya mucha pobreza, y con esta pandemia pueda volver a crecer, no puede ser compatible a tiempos pasados. Caminemos sin perder el horizonte y que las nubes descarguen que siempre saldrá el sol.

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