miércoles, 14 de agosto de 2019

Cadaqués y Port Lligat

Dalí, con su singular mostacho y controvertido por su ideología facha (lo que quería en realidad es vivir bien, al margen de ideologías, le interesaba sobre todo la guita, Avida Dollars, así le llamaba el surrealista Breton) me lleva hasta Cadaqués, donde aparece fotografiado, en una de sus playas, junto a sus amigos Buñuel y Lorca (eso me recuerda mi amigo Javi). 

Cadaqués como el pueblo más bonito del mundo, llegó a decir el gran Salvador, desde su chovinismo. Al menos, el pueblo más bonito del Mediterráneo, como dijera el bueno de Pla, el gran viajero payés, ampurdanés, y buen conocedor de esta tierra, a la que dedicara varios textos. 
Sea como fuere, sorprende la belleza de Cadaqués por su luz, bien pictórica, por su blancura inmaculada y su bahía, por ese exotismo paisajístico, sureño, poblado de olivos y nopalitos. 


Por momentos, desde mi paranoia crítica (contagiado por Dalí) he creído viajar al Cabo de Gata almeriense. 

En realidad, el Cap de Creus es árido, mineral y planetario, como dijera el propio genio de Figueras.
Si es que al final nos parecemos más de lo que creemos, incluso en nuestros paisajes, también humanos, por supuesto. 


Cadaqués en su día debió de ser un paraje idílico, lo sigue siendo, aunque ahora atestado de turistas, a pesar de que la carretera, con curvas y más curvas, harto estrecha, algo tercermundista, no ponga fácil el acceso desde Roses hasta Cadaqués. 
Si bien Roses o Rosas es otro bello pueblo, en Ampuriabrava (
que si llegara a visitar hace casi treinta años, de la mano de mi amiga Teia) queda relativamente cerca de Cadaqués. 

Desde Cadaqués está a tiro de piedra el escondido y mágico lugar de retiro de Dalí y su musa Gala, el mítico Port Lligat, donde sigue en pie la casa de esta pareja feliz y romántica, que viviera allí hasta la muerte de Gala, a partir de la cual Dalí se volvió, esta vez sí, completamente ido de la realidad. Y se murió ya en vida. 
Bajo un sol justiciero, uno se trepa hasta Port Lligat como si caminara por el monte crístico de los olivos (otra paranoia crítica) para luego encarar la bajada hacia ese pueblo de fantasía, hacia esa cala crepuscular, que el mago convirtiera en universal, adonde viajaran artistas de todo el mundo, incluido el magnífico pintor Pitxot, quien fuera, aparte de amigo y colaborador de gran artista Dalí, vicepresidente de la Fundación Gala Dalí.


En Port Lligat Dalí conoció a su otra musa Lidia, la pescadora. 
La casa de Dalí-Gala es santuario de peregrinaje de propios y extraños, lo que le acaba restando encanto. 
Todo o casi todo acaba perdiendo su sacralidad en este mundo nuestro. Todo parece hecho para el consumo. Si ya lo decía el propio Dalí, la belleza será comestible o no será. Todo acaba siendo comestible. También el azul celeste fundido con el marino son comestibles. 
Me gustó saberme en la tierra del genio catalán, a quien también le entusiasmaba la estética nazi (a un loco se le perdona casi todo, menos haberse portado mal con su colega Buñuel, eso no me hace ninguna gracia, porque siento reverencia asimismo por el realizador de El ángel exterminador). Y hasta hacerme una fotina con su estatua en Cadaqués, costa que incluso aparece en una secuencia de Un perro andaluz y creo recordar que también en La edad de oro de Buñuel. Esta segunda peli del cineasta de Calanda se rodó en los acantilados del Cap de Creus. 

Seguiré tras las huellas del Salvador del arte moderno, el hombre que quiso ser Dios y parecerse a los artistas clásicos. A Velázquez y Vermeer, entre otros. Con influencias del Bosco (quien fuera precedente del surrealismo) y del esperpento de Valle Inclán, como me recuerda la poeta y narradora María José Prieto. Pero él era único e irrepetible. 

La próxima vez visitaré Vilajuïga, el monasterio benedictino de San Pedro de Roda y Port de la Selva, lugares que me recomienda la pintora Ángela Merayo. 
Volveré a releer su Diario de un genio y su vida secreta.

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