A medida que uno comienza ya a descender por la senda de la vida (superando la barrera del medio siglo), se hace consciente, de verdad, de que la vida va en serio. Como poetizara Gil de Biedma. "Pero ha pasado el tiempo/ y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, /es el único argumento de la obra". De esta obra, sueño/pesadilla, que se abre ante nosotros, la queramos o no.
O mejor dicho, uno se da cuenta de que la muerte es la única certeza, la más cruel de todas. Y que la vida se pasa, en el mejor de los casos, que es mucho decir, como un suspiro. Entonces, a uno le entra temblequera.
Como un suspiro, sí. Algo así llegó a decirme, hace algún tiempo, Tomás Nogaledo, que por fortuna ya ha superado los 95 años, quizá tenga 96 o 97.
O te haces fuerte (porque lo que no mata, encallece), y tiras para adelante, aún a sabiendas de que la farsa está servida, o la vida puede revelarse (y se revela por instantes) infame, despótica, terrible. Un absurdo kafkiano.
Kafka era un tipo extremadamente lúcido. Un día te despiertas, y apareces convertido en cucaracha. O bien te detectan un cáncer, o cualquier putería que te pone, cuando menos, en guardia, ante ti mismo, ante el mundo, que dejas de comerte, para que sea el mundo, la tierra, quien comienza a roerte las entrañas.
Lo supo bien Tito Monterroso, que intertextualizó el comienzo demoledor de La metamorfosis, en su microcuento dinosáurico.
Tomás Nogaledo en el útero de Gistredo |
-¿Qué tal estás? -le pregunto, a sabiendas también de que lleva tiempo, mucho tiempo, arrastrando la jodida enfermedad, el puto cáncer, el monstruo, el dinosaurio, que tanto daño y dolor causa entre la población, nuestra población.
-Estoy en las últimas, Manuel. Disfrutando de mi paso por la tierra -me dice.
-Hostias. Joder... Te recuperarás -medio acierto a responder en mi desconcierto. Como si flotara en el espacio sideral de los agujeros negros intergalácticos.
-Es cuestión de tiempo -remata él, cual si se tratara de una ficción dentro de una realidad.
Puta madre de dios, que no existe (eso creo). Cómo puede ser tan injusta la vida. Me quedo como una mierda. Estoy hecho polvo. Polvo somos y en polvo nos convertimos. Ceniza. Nomás.
"Es cuestión de tiempo", rumio, una y otra vez. El tiempo es la sangre, es nuestra sangre, lo que nos permite seguir en la contienda, en esta batalla diaria de la vida.
Me gustaría estar rodeado de tiempo, antes que de espacio, aunque Miller, el gran Henry, nos dijera, en su Trópico de Cáncer, que los seres humanos... más que nada necesitan estar rodeados de suficiente espacio: de espacio más que de tiempo.
El tiempo lo es todo. Sin tiempo, no hay espacio. No hay nada. ¿O sí? ¿Cuando se produjo la gran explosión universal había tiempo? ¿Había espacio? ¿Ambos? ¿Antes, durante...?
"Es cuestión de tiempo", se me queda clavada esta frase como un arponazo en el corazón, como una cornada en el corvejón del alma.
Todo acaba siendo cuestión de tiempo. Eso creo.
Cuando uno es joven y sano (con las ilusiones intactas) cree que el tiempo lo da dios (suponiendo que uno sea creyente) de balde.
"-¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido", escribe el genio Rulfo en esa obra con sabor mortuorio que es Pedro Páramo. Esta cita me la envía una amiga. Algo que le agradezco. Y se me antoja (me late, que dicen en México) reveladora. Continúa así: "Pagué con eso la deuda de encontrar a mi hijo, que no fue, por decirlo así, sino una ilusión más; porque nunca tuve ningún hijo. Ahora que estoy muerta me he dado tiempo para pensar y enterarme de todo...". Volveré a releer esta obra con lupa.
Cuando uno es joven y vigoroso el tiempo se muestra cuasi infinito. Pero cuando uno crece, el tiempo comienza a achicarse, a la velocidad de la luz.
Hay un momento en el que el tiempo parece esfumarse, aunque uno haga cosas, o bien se quede parado como un reloj muerto. Todo es cuestión de tiempo. Y los humanos, pobrecitos, estamos siempre esperando... esperando qué... a qué, a quién... La espera como tortura. Por eso, lo mejor es no adelantarse a los acontecimientos, aunque el tema acabe en una crónica de una muerte anunciada (huelga recordar que el Nobel Gabito era discípulo aventajado de Rulfo). Y prefiero irme, venirme (también en el sentido mexica), volver, regresar al presente, al aquí y al ahora, a ese "disfrutando de mi paso por la tierra".
Disfrutando mientras aún te queden, querido amigo (y nos queden) dos gotas de sangre en las venas. Y nos mantengamos en pie, con la lucidez que a veces procuran las situaciones límite, porque el saber produce dolor, y también ocurre (el otro día lo comentábamos en una clase con un médico, precisamente con un oncólogo del hospital de Ponferrada) que ante circunstancias límite uno se pasa ya al otro lado a través de un estado alucinatorio, incluso delirante, que nos permite abandonar la consabida lucidez o consciencia para, de esta guisa, poder soportar el sufrimiento, nuestro propio dolor. Un mecanismo defensivo que la también sabia naturaleza nos ofrece, pone a nuestra disposición.
Hoy me siento fuera de mí, lo siento, aunque intento pensar en las cosas buenas, que también las hay, y muchas, pensar en este buen amigo, que sigue disfrutando de su paso por la tierra (quiero verlo y sentirlo desde este prisma), gente maravillosa, que está ahí (en el tiempo presente) aunque viva algo alejada en el espacio. Amigos y amigas, familiares, que siguen estando, por fortuna, porque uno no vive en una burbuja. Y nada de lo humano me es ajeno.
También mi padre sigue estando, aunque sea en otra dimensión.
Algún día lo sabré, lo sabremos.
Yo aún no lo sé pero dentro de un tiempo (es cuestión de tiempo) también estaré muerto.
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