jueves, 24 de agosto de 2017

Rotterdam, ciudad vanguardista

La entrada en Rotterdam, como ya había adelantado en este mismo blog, la hice en waterbus a través del río Nieuwe Maas, tomando la ciudad de Dordrecht como punto de partida.
Arca de Noé en el río Maas
A lo largo del recorrido, que se me antojó bucólico, mi cicerone me señaló una réplica del arca de Noé, que estaba anclada en el río, lo que me hizo soñar despierto. Este trayecto me ayudó a rememorar aquel viaje que hiciera mi paisano, el escritor romántico Gil y Carrasco, por Europa, en concreto por los Países Bajos. 

Un viaje apasionante, el de Gil (editado por el escritor y periodista Valentín Carrera bajo el título 'Diario Madrid-París-Berlín. Último viaje'), que ya en aquella época, mediados del siglo XIX, hiciera uso de transportes varios, entre ellos la diligencia, el barco de vapor o el tren. 
Cuenta el autor de 'El señor de Bembibre' que "por fin llegamos a Rotterdam, que no ofrece cosa particular, exceptuando su fisonomía, verdaderamente holandesa, sus infinitos canales, sus innumerables barcos, su gran comercio y su prolijo aseo. De esto debe de exceptuarse, sin embargo, la estatua de Erasmo, gran amigo y compañero de Luis Vives". 

La verdad es que, cuando uno hace su entrada en barco a la ciudad de Rotterdam, ésta muestra un perfil de metrópoli americana, cual si fuera Nueva York, con sus rascacielos y sus puentes de diseño, como el Erasmusbrug, también conocido como puente del cisne, símbolo de una ciudad moderna. No en vano, Rotterdam fue destruida casi en su totalidad durante la Segunda Guerra Mundial.
Al fondo la Witte Huis
Se conservan, no obstante, algunos edificios como la Witte Huis o Casa Blanca, un edificio art nouveau, acaso uno de los primeros rascacielos que se contruyeran en Europa. Y sobre todo un barrio, al norte, donde por cierto me alojé, cercano al zoo, que al final no visité. Es lo que tienen las putas guerras, que, como el fuego en el Bierzo, en esta España incivilizada, lo arrasan todo. 

Nada más desembarcar y echar la vista al entorno, tuve la impresión de trasladarme al área metropolitana de Bilbao, en concreto a esa zona, por lo demás hermosa, que se extiende, a través de la ría, desde Santurce (Santurtzi), pasando por el muelle de Portugalete, bajo el puente colgante, hasta alcanzar Sestao (la ciudad en la que viven mis amigos Ana y Javi). 
Casas cúbicas

Sorprende Rotterdam por su arquitectura vanguardista, por sus espacios verdes, por su multiculturalidad (su propio alcalde es de ascendencia berebere), por su animación, sobre todo si uno coincide con algún festival veraniego, como me ocurriera con uno, a orillas de las famosas casas cúbicas (kijk-kubus), todo un ejemplo de arquitectura posmoderna, singular, atrevida, que merece una visita a su interior. Al menos una casa cubo, al módico precio de tres euros, se muestra al turisteo andante como museo. Estas casitas me hacen recordar, salvando obviamente las distancias, a aquellas cabañas que contruyéramos, siendo unos guajines, en lo alto de algunos árboles en el útero de Gistredo. Que ingeniosos éramos. 
Rotterdam, como todas las ciudades y pueblos de Holanda, amerita de ser visitada en bicicleta, que es el medio que utilizan los oriundos (por algo será), ya sean ejecutivos de altos vuelos o gente de a pie, que en Holanda el clasismo no es un vicio perverso como en España. 
Panorámica de Rotterdam desde Euromast
Viajar en bici entraña mucha lírica. Y es un modo extraordinario de recorrer una ciudad del tamaño de Rotterdam. Es habitual, por lo demás, alquilar una bici a buen precio. Y si uno vive allí, aún es más fácil y menos costoso el sistema de préstamo de una bici. 
Cuando viajas en este vehículo resulta harto cómodo porque puedes pararte casi en cualquier lugar, si deseas hacer alguna foto, pararte a contemplar el discurrir cotidiano, regodearse en lo que a uno le parezca interesante. 
Monumento picassiano

Uno aprende, en todo caso, que, aun siendo un país tranquilo, conviene candar la bici, no dejarla a libre valer, porque podrían afanártela. Te la pueden robar y te la roban, me aclara Catherine, sobre todo si se trata de una buena bicicleta.
Torre Euromast
"A mí ya me han robado alguna". No todo el monte es orgasmo, al parecer, y antes el yelmo de mambrino se resuelve en bacía de barbero. Por decirlo a la manera cervantina. Acaso uno, como el inolvidable escritor Juan Goytisolo, se siente de nacionalidad cervantina. Y por ello reivindico ese lenguaje, esa forma de expresarme. Por tanto, hay que andarse con cuidado en el país donde las bicis pululan por doquier. Y suelen dormir al sereno, habida cuenta de que no suele haber sufiente espacio en los interiores de los pisos de sus dueños o dueñas.   

Merece la pena, pues, darse una vuelta en bici por la ciudad, se gana tiempo, te permite ver sitios que de otro modo te llevaría demasiado tiempo, y el tiempo es oro, la sangre con la que uno escribe, nomás.  

En mi recorrido en bici por la ciudad pude en efecto visitar muchos espacios y monumentos. Me resultaron curiosos uno de corte picassiano y otro, cuyo símbolo supuestamente fálico atrae a propios y extraños. Y por supuesto me atrajo la Estación de trenes, con aspecto de buque varado en medio de una costa de rascacielos, y me entusiasmó la Euromast, la torre más alta de la ciudad, desde cuya altura se tienen unas vistas espectaculares, incluso se podría llegar a atisbar en lontanza, en días despejados (cosa harto difícil) Den Haag (en realidad queda cerca, hasta se puede viajar en metro a esta capital desde Rotterdam) o Amberes (un poco más alejada, a algo menos de cien kilómetros). Un ascensor te eleva en segundos al piso-restaurante desde donde puedes quedarte contemplando la ciudad con sus rascacielos, su puente Erasmus y ese verdor que contrasta con el forjado de edificios industriales, y ese puerto, enorme, el más grande de Europa (se dice) y sin duda uno de los más grandes del mundo.
Si eres un intrépido, puedes practicar ráppel, lanzarte por una cuerda, desde la Euromast. A prueba de infarto. 
Estoy presto para continuar recorriendo en bici la ciudad en busca de churros españoles.



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