miércoles, 23 de agosto de 2017

Hacia Erasmus

Pues sí, en esta ocasión la buena cicerone ha sido Catherine, a quien agradezco su hospitalidad, "sa gentillesse", porque ella vive en Rotterdam desde hace varios años y conoce bien su ciudad de adopción, así como el resto del país, un país en el que, al igual que en Suiza, no arde la naturaleza, como ocurre en el Bierzo, en La Cabrera, en el resto de España, y aun en el vecino Portugal. Vaya desastre. 
Panorámica de Rotterdam desde la torre Euromast

Entre los crímenes cometidos recientemente en Barcelona (una monstruosidad, ya no podemos estar seguros en ningún lugar) y las quemas nauseabundas por doquier, parece que regresáramos a la Inquisión, a la infernal inquisición, a la que le entusiasmaba prender fuego a todo bicho viviente que se saliera del redil, y por ende darle estopa a la libertad de expresión, de pensamiento.
Hacer arder la naturaleza es un modo de quemar nuestra vida.
Vivimos, es obvio, en un mundo de tarados, aunque evidentemente siempre nos quedará gente buena, como Catherine, a quien conociera a finales del 91 en la ciudad francesa de Dijon, a la que uno fuera a parar a resultas de una beca Erasmus. 
Erasmo de Rotterdam

Qué curioso. El genial humanista Erasmo de Rotterdam, cuya estatua puede visitarse en su ciudad natal, es quien ha dado nombre al estupendo programa Erasmus. Y Erasmo (Erasmus) me llevó hace más de un cuarto de siglo a la ciudad de la "moutarde". Y ahora me ha vuelto a llevar a la ciudad del autor de 'Elogio de la locura', que espero releer en breve porque cuando lo leí, hace muchos años, me pareció extraordinario. 
A Catherine hacía más de veinticinco años que no la veía. Cómo pasa el tiempo. Y qué magnífico reencuentro, después de tantos años.
Leiden

Los 90 se me antojan tiempos de descubrimiento y en cierto modo de felicidad, o al menos de ilusiones a flor de piel. Siendo un jovencito uno se come el mundo, luego, transcurrido el devenir existencial, ya nada es lo mismo, porque, entre otras razones, uno se da cuenta de que la existencia es finita, brevísima, como un suspiro, aunque uno llegara a vivir cien años o más, porque serían necesarias mil vidas (y aun así) para poder ver, conocer, entender este universo de despropósitos, este tiempo fugaz y escurridizo, en medio del caos, el azar y el corrimiento al rojo.
Con estatua de Spinoza en el jardín de su casa de Rijnsburg
Me lo dijo en una ocasión Tomás Nogaledo, paisano del útero de Gistredo y padre y tío de buenos amigos, mi vida ha pasado como un suspiro. En ese preciso instante, se me erizaron todos los vellos del alma. Por fortuna, Tomás (a quien le tengo gran afecto) aún vive. Y ha superado la barrera de los 95. Por cierto, Tomás vivió en Francia, con su familia, durante muchos años. Y Catherine también es francesa, aunque sea una francesa digamos atípica, en el buen sentido, con un singular toque español aunque no hable castellano (esa es mi impresión), capaz de hablar con fluidez tanto el inglés (sobre todo esta lengua) como el nerlandés (idioma guturalmente potente, que se mueve entre el alemán y el inglés, de modo que un alemán lo llega a mediocomprender). Y por supuesto todos los holandeses y holandesas hablan inglés como si fuera su propio idioma. Si es que esta gente es algo extraterrestre. Y por supuesto hospitalaria, "cool", tolerante (siempre que uno no les invada su espacio vital, su zona de confort), quizá fría, como su clima. Pero es que nadie es perfecto.
En todo caso conviene no generalizar, que las generalizaciones son horribles, insostenibles, como si dijéramos que todos los musulmanes son criminales (qué peligro, la islamofobia, porque podría acabar desatándose la tercera guerra mundial en toda desregla... estamos, en cualquier caso, en el camino) o que los catalanes y catalanas son todos y todas catalanistas, independentistas, separatistas. Ahí están, por poner un par de ejemplos, dos amigos, Eugenio G. Gascón y Rafa Giner (catalanes, que no creen en nacionalismos ni catalanismos).
Delft
En todo caso, gente buena y gente mala la hay en todo el planeta Tierra. Y aun más: cuando la adversidad aprieta, todos y todas podemos dejar aflorar nuestro lado oscuro, siniestro, el Hyde que llevamos dentro. No nos rasguemos las vestiduras. Es así. Y quien crea lo contrario es que su reino no es de este mundo. O bien raya la ignorancia o el cretinismo. O su falsa conciencia o mala fe adquiere dimensiones no dimensionadas. Para este asunto recomiendo el visionado de 'El ángel exterminador', del genio de Calanda, don Luis Buñuel. Resulta realmente ilustrativo el paso de las buenas maneras a la brutalidad. Y eso que se trata de burguesitos y burguesitas. 
Estación central de Den Haag

A lo mejor todo quisque debería viajar más (el viaje como materia imprescindible), acaso para espantar nacionalismos, dejar de mirarse al ombligo, intentar comprender al otro, que en verdad no es tan diferente, como quieren vendernos los impostores, empatizar con la gente, que también sufre, llora, ríe, tiene miedo... Por eso a uno le gusta viajar. Y encima este reciente viaje a Holanda ha resultado hermoso.  
Leiden
No sólo la ciudad de Rotterdam me ha cautivado, con su belleza moderna, sino Delft (la ciudad de Vermeer, donde estuviera hace muchos años), incluso La Haya, Den Haag (que también visitara hace tiempo, irreconocible en la actualidad), o bien Leiden, todo un descubrimiento, donde vive el amigo Abel, a quien al final no llegué a ver porque él regresaba de sus vacaciones en España (en Gijón) poco antes de que yo dejara, con morriña, Holanda. Y por supuesto Rijnsburg, una población cercana a Leiden, donde se halla la casa donde viviera durante un tiempo Sinoza, el filósofo judío, de origen español (una de las mentes preclaras de la época. Hablamos del siglo XVII). 
Sobre todo esto daré cuenta en próximas entradas. 

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