viernes, 5 de julio de 2024

Córdoba, judía, árabe y cristiana

Panorámica desde el minarete-campanario de la mezquita

El viajero cree recordar que ha estado en Córdoba en cuatro ocasiones, contando por supuesto esta reciente, que es sin duda la que más poso le ha dejado y sobre la que le apetece contar su experiencia. 

La primera vez que estuvo en esta ciudad andaluza fue en el año de 1991, antes de irse -rememora- con una beca Erasmus a Francia. En aquel viaje iniciático disfrutó, asegura, también de Sevilla y Granada. Una aventura inolvidable porque en aquella época el viajero era joven, con mucha ilusión por conocer y descubrir el mundo. 

Entrada al patio de naranjos

Luego de aquel primer viaje visitó la ciudad a principios de los años 2000 en Semana Santa. Eso cree recordar. Y la tercera vez viajó en diciembre -el puente de la Constitución, del 2008, quizá- con Erasmus de la Universidad de León, un viaje que incluía también en su programa las ciudades de Sevilla y Granada, donde el viajero ha estado varias veces, sobre todo en Granada, que es una de sus preferidas. 

La verdad es que -el viajero no se cansa de decirlo-, no hay como un viaje consigo mismo, al fondo de la sub-consciencia, con tiempo suficiente (porque el tiempo no lo da dios de balde), eso es fundamental, para que sea un genuino viaje de aprendizaje. En cambio, cuando se viaja con gente, amparado en un grupo, el viajero se siente como atolondrado, como un pollo sin cabeza. Con lo cual no le gusta nada esta modalidad de viaje. 
Alcázar
Tampoco le entusiasma que alguien lo vaya guiando, prefiere seguir su propio rumbo o extravío. 


En todo caso, para familiarizarse con un lugar el viajero está convencido de que se requiere de tiempo (el tiempo es oro, se dice, y la sangre de quien escribe). Y ahora el viajero ha podido estar una semana viajando (tampoco es que sea mucho tiempo), pero sí le ha permitido recorrer la ciudad y descubrir algunos sitios que ni le sonaban de sus anteriores visitas.
Vista desde donde está la torre de Calahorra
Huelga decir que las ciudades, como las personas, también cambian con el transcurrir del tiempo, aunque permanezcan algunas esencias, aunque permanezca el ser primigenio. 

Ahora, con los sentidos renovados, la ciudad le parece la misma que visitara por primera vez, hace más de treinta años, pero a la vez le resulta novedosa, con la sensación de un calor considerable (unos cuarenta grados), lo cual que lo deja desnortado porque no sabe por dónde empezar, adónde tirar.
Por fortuna, como ya había dicho, la temperatura comenzó a suavizarse al segundo día de su permanencia en la ciudad y hasta llegó a llover, algo que agradeció el viajero.
Plaza de Capuchinos

Y no digamos los oriundos, que, aunque ya habituados a la solana, también lo llevan regular cuando aprieta "la caló".
Y buscan la sombra, como una salvación, y también buscan el Paseo de la Ribera, a orillas del Guadalquivir, que fluye como fluyen los sueños.

Por fortuna, aun siendo verano, el viajero tuvo la suerte (porque es una suerte) de que el clima fuera suave durante gran parte de su estancia allí. Aunque el primer día lo recuerda realmente asfixiante atravesando la puerta del Puente (uno de los accesos a la ciudad amurallada en la época romana) para a continuación darse una vuelta a lo largo y ancho del Puente Romano hasta la torre de Calahorra (que alberga el museo de al-Ándalus), en su ida y vuelta. 

Puente Romano

El viajero se alojó en pleno centro histórico, en la calle de San Fernando, en un sitio con patio andaluz, arábigo, que le hizo recordar algunos de sus alojamientos en Marruecos, a sabiendas de que Córdoba (Qurtuba) es una ciudad mora, además de judía y cristiana.  

Antes de lanzarse al ruedo el primer día, el viajero le preguntó a la recepcionista del alojamiento que le recomendara un sitio para comer. 

A la izquierda, la escultura de Séneca

"Los moriles... a mí me gusta mucho", respondió. Pues si ella lo dice, hagámosle caso. Y sí, Los moriles, como ella le llamó (en realidad, Casa Fina), en el Paseo de la Ribera, a orillas del río grande (wad al kebir), lo dejó satisfecho. Con su salmorejo y sus calamares.  

Judía, árabe y cristiana

El aroma a naranjas amargas, azahar y jazmín también le hizo sentir esta capital andaluza impregnada por la lírica (acaso debiera decir liturgia) judía, árabe y cristiana, que en el fondo es la misma, aunque los humanos, como le recordara Orwell en Rebelión en la granja -él se refería a los animales en su fábula-, unos son más iguales que otros. 
Averroes

Al viajero le ilusionó imaginar la ciudad de Córdoba como una Escuela o Facultad de Filosofía, donde nacieran grandes pensadores, entre los que cabe destacar a Averroes (filósofo, medico y astrónomo), Maimónides (filósofo, médico y rabino) y Séneca (filósofo, político... inolvidable su obra De la brevedad de la vida), los cuales cuentan todos ellos con esculturas en esta ciudad a orillas del Guadalquivir (la de Séneca se encuentra junto a la puerta de Almodóvar, y la de Averroes en la calle Cairuán), que en su esplendor, como antigua capital del califato en el siglo X, fue tal vez la más rica y grande de Europa, cuya riqueza -aseguran los entendidos- rivalizaba con la de Bagdad. 
Córdoba, embellecida con geranios y buganvillas,
es asimismo la cuna de poetas como Góngora (con estatua y casa en el centro histórico, incluso con el nombre de su teatro) o Antonio Gala (existe incluso la fundación Antonio Gala, ubicada en el antiguo convento del Corpus Christi, y un busto muy logrado del mismo en el bulevar Gran Capitán).
Puerta del Puente

El viajero, en un arrebato de sinceridad, confiesa que no ha leído mucho a Gala, pero le parecía un tipo lúcido. Tampoco ha leído tanto a Góngora (eterno rival de Quevedo). No obstante, al viajero le apetece recordar los versos de este poeta culterano del Siglo de Oro -el cual está enterrado en la mezquita-catedral-, con los cuales ha dejado, al ladito de la puerta del Puente, huella impresa la ciudad.

"Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!...".

Pero qué pocas cosas sabemos, piensa el viajero, si es que se necesitaría más de una vida para leer y visitar tanto como quisiéramos una vida entera, algo larga, sólo para leer grandes obras y visitar lugares en el mundo, que es sin duda un buen modo de aprendizaje, una forma de adentrarse en el fondo de la condición humana. Conócete a ti mismo y por ende conocerás a tus semejantes.

La ciudad a orillas del Guadalquivir,
que lo es también de molinos medievales, sigue sorprendiendo al viajero con su monumentalidad y la belleza de sus floridos y embriagadores patios (espacios de convivencia y refugios maravillosos en verano) y
rincones como las exótica calleja de las flores, con sus paredes engalanadas, que desemboca en una plaza también llena de color vegetal con unas magníficas vistas al minarete-campanario de la mezquita-catedral, enclavadas en plena judería, una medina donde el viajero se siente como en un laberinto borgiano de color blanco, dejándose extraviar, perdiéndose incluso a través de su historia milenaria y de su sabrosa gastronomía, donde el salmorejo es el rey. A partir de ahora el viajero se compromete a preparar salmorejo al estilo cordobés.
Calleja de las Flores
El viajero, al que le encanta medinear, se acercó a la casa árabe (una casa mudéjar que en realidad son cinco casas enlazadas por pasadizos y galerías, con cuatro patios y un torreón) y la sinagoga (de estilo mudéjar, sirvió de templo hasta la expulsión definitiva de los judíos de España), además de descubrir que existen las casas de Sefarad (museo ubicado en una antigua casa judía sobre la cultura sefardí, en pleno corazón de la judería y justo enfrente de la sinagoga) y la andalusí (situada junto a la sinagoga, es una casa museo con sabor andaluz y aromas orientales) y aun el Al-Iksir o museo de la alquimia (la alquimia como arte milenario de transmutación de la materia. El mito de la piedra filosofal de convertir cualquier metal en oro o plata. El elixir de la vida. La juventud eterna. La inmortalidad. Casi nada).

Ojalá se pudiera transformar toda la materia en puro espíritu, se plantea el viajero, porque al final lo que queda, si queda, es la memoria, la memoria emocional de aquellos lugares, y sobre todo de aquellas personas, que han dejado su huella, su impronta.

Patrimonio de la Humanidad

Conocida mundialmente por su mezquita-catedral (donde también está enterrado el Inca Garcilaso de la Vega), Córdoba ofrece al viajero la hermandad entre el Puente Romano y la Torre de Calahorra (como símbolos de esta ciudad), desde donde se tiene una bella panorámica del casco histórico.
Sólo por la visita a este espléndido monumento que es la mezquita-catedral -patrimonio de la Humanidad-, uno de los más importantes
de todo el Occidente islámico y a buen seguro uno de los más asombrosos del mundo, el viaje ya adquiere sentido, acaso el sentido de la vida, que es un auténtico viaje, tal vez hacia la nada. Por eso, el viajero cree que ha de seguir viajando y descubriendo, porque es esta una forma de descubrirse a sí mismo.
El viajero aprovecha temprano, cuando casi no hay gente, para acercarse a la mezquita-catedral, y se queda literalmente maravillado ante la misma, construida sobre la basílica de San Vicente, donde se aúnan diversos estilos, como el omeya, el gótico, renacentista y barroco. Un auténtico placer para los entendidos en arte y para quienes disfrutan, como es el caso del viajero, del arte como una gran belleza, la única que merece la alegría en éste en ocasiones asqueroso mundo.
Plaza de la Corredera

Un bosque de columnas y arcadas bicolores cautiva al viajero con su efecto cromático. y le dan ganas de ponerse a orar por un mundo mejor, donde impere la serenidad como una suerte de equilibrio físico y psíquico, y el amor como una forma que engendre belleza universal.
Al viajero le gusta contemplar los lugares que visita desde las alturas (es una de sus pasiones), porque da esa perspectiva de pájaro que invita a soñar, a volar. En la infancia son habituales los sueños donde se vuela, lo que significa que se mantienen intactas las ilusiones. Ay, las ilusiones, son lo último que se pierde.
Templo romano

Con este pensamiento, el viajero se trepó al antiguo alminar o minarete, ahora torre del campanario, para desde ahí arrojar la vista a la ciudad, que se le apareció resplandeciente como un sueño de infancia. Con el patio de los naranjos y otros sitios, como el Alcázar, adonde van a parar los sentidos.

El viajero experimentó un chute de dopamina y sintió la necesidad de respirar los aromas que desprendían los jardines del Alcázar, un oasis de paz en medio de la urbe, que se recorta, lírica y banca, contra el telón de fondo de Sierra Morena. El Alcázar cordobés se construyó en la Edad Media sobre lo que había sido una fortaleza romana junto al Guadalquivir. Y sus jardines son de inspiración árabe.

Córdoba taurina

Aunque el viajero no sea taurino, Córdoba se mostró taurina con su museo y ese gran torero -toreador, como dicen los franceses- llamado Manolete. Qué es toda una leyenda.
Cuando era pequeño, el viajero, acaso como tantos otros rapaces, veía las corridas de toros por la televisión, aquella tele en blanco y negro, como la vida de otrora, y se ponía de parte del toro, tal vez porque entendía que, aún siendo un espectáculo, algunos dicen que es un arte, el toro estaba a expensas de los banderilleros, que le clavaban las banderillas, el rejoneador de turno y el torero estoqueador.
Museo Taurino
La verdad es que el viajero no maneja el argot taurino. Dicho lo cual, en esta ciudad andaluza también se halla el museo -en un edificio del antiguo Hospital de la Caridad, en la plaza del Potro- dedicado al pintor cordobés Julio Romero de Torres, conocido por su temática flamenca y taurina, con cierto tributo a la copla popular. Este museo también alberga el museo de Bellas Artes.
El viajero también disfrutó de las tapas en los aledaños de la plaza de las Tendillas, que se sitúa en las inmediaciones del templo romano del siglo I a.c., en concreto en la calle Claudio Marcelo -en honor a su fundador-, y de la plaza de la Corredera, cuyo nombre proviene de las corridas de toros que se celebraban en la misma. Se trata de una plaza mayor rectangular y porticada, que recuerda a las plazas mayores de Castilla... y León.
Plaza Trinidad, con estatua de Góngora

También me gustó pasear como un ermitaño por la popular plaza de los Capuchinos, con la blancura de sus muros y el Cristo de los Faroles y la plaza de la Trinidad, que cuenta una estatua dedicada a Góngora.

Por tanto, el viajero seguirá lidiando y espera continuar descubriendo y redescubriendo lugares en el mundo.

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