Mañana a Barajas para emprender vuelo, o parafraseando al bueno de Cortázar, "me gustaría venirme para agarrar y volar a un paíx adonde haiga calor". Lo de paíx, con esa equis exótica, y ese haiga han quedado monos, ¿verdad?
Mañana, dios mediante (a ver si entreno más con mi ateísmo revolucionario) espero estar allá después del último viaje a La Habana hace casi veinte años, que se dicen pronto pero no se entaman con tanta facilidad como a priori pudiera creerse.
"Viajamos al caimán dormido", me dice sonriente A. (prefiero preservar su nombre), la chica cubana con quien coincido en el avión en el aeropuerto de Barajas de Madrid. Pues qué chuli. Me entusiasma viajar a la isla del caimán dormido.
"Dormido como un caimán, en las aguas del Caribe", leo en algún lugar.
A. regresa a su país después de dos años, porque está viviendo en El Ejido, Almería, donde trabaja en la agricultura intensiva de los invernaderos, trabajo que no resulta fácil, aunque ella asegura que ya está habituada, habida cuenta de que ahora está en almacén, creo recordar.
Desde el Malecón |
Han transcurrido casi veinte años desde que estuviera la anterior vez en La Habana, y tampoco sé con qué me encontraré en esta visita. No obstante, ella me avisa de que el cambio de dinero, de euros a pesos cubanos, fluctúa bastante dependiendo de si éste se hace en una casa de cambio (CADECA), en un hotel o bien en la calle... En la calle conviene no arriesgar.
Tengo la impresión de que, en vez de viajar a la isla del caimán dormido, lo haré a la isla del caimán despierto. Y entonces, de modo inevitable, me viene a la mente el microrrelato de Monterroso: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". El dinosaurio, en este caso el caimán metafórico, todavía estaba allí. Y seguirá estando.
Charlamos sobre varios temas, aunque me apetece que A. me cuente cosas acerca de su país, que es una belleza, lo sé porque ya había viajado al mismo, pero ahora tengo la impresión, a tenor de lo que me dice A., de que ha ido a peor. Lástima, porque sus paisajes y sobre todo su paisanaje son magníficos.
Pon fin, después de unas nueve horas de vuelo, el avión se dispone a aterrizar en el aeropuerto José Martí (todo un prócer este paisano en Cuba). Me despido de A. -la cual aún tiene que viajar desde La Habana hasta Camagüey para encontrarse con su familia- en espera de que tal vez algún día podamos reencontrarnos. Quién sabe. Quedamos contactados en todo caso vía WhatsApp.
El contraste con Barajas en cuanto a color y vegetación se me antoja sorprendente. El terroso de Barajas frente al verde exuberante de La Habana. De repente, en vez de un caimán dormido se me aparece un lagarto verde. Cuánto animalito, si parece que hubiera llegado a la selva tropical. Bueno, este es el Trópico.
Llego al aeropuerto bien pasada la medianoche (hora española), aunque en Cuba son seis horas menos. Como no facturo, los trámites burocráticos de entrada a este país van rápido. A la salida me espera un guía que me trasladará al hotel. Luego me entero de que se llama Gio. Me recibe amable. Con una amplia sonrisa. Después de intercambiar unas palabras con él se nota que es un tipo instruido y buen conocedor de España, incluso de su política, porque, además, su hermano vive en Madrid y le informa del discurrir vital español.
Gio me dice que tengo que esperar a que salgan otros cuatro pasajeros. Mientras esperamos, seguimos charlando entre risas y sonrisas, a las que se unen otros guías o agentes de turismo cubano. Se demoran en demasía los cuatro viajeros españoles. Han facturado y eso les lleva su tiempo. Por eso, a uno no le gusta facturar, salvo que sea estrictamente necesario. Con cuatro cosas, me apaño. Lo importante es llevar dinero, pasaporte, tarjetas... El resto es casi casi accesorio. Primero aparecen dos chicas, y finalmente sale un chico y una chica. Con quienes supuestamente voy a compartir durante unos días circuito turístico por el país. Ha transcurrido más de una hora, es probable que una hora y media, desde que saliera del interior del aeropuerto. Me siento cansado aunque con ganas de tomarle el pulso a La Habana.
Hotel Habana Libre |
A decir verdad, ya lo adelanto, me gustó compartir con Gio y Saúl y Luis (que se incorporó al equipo como nuevo chofér al día siguiente) y con Ana Eva y Pilar y Leticia este el circuito turístico por Cuba pero me hubiera gustado más andar a mi aire, incluso quedarme mucho más tiempo en La Habana, que es un sitio que me entusiasma, con lo cual queda pendiente una próxima visita a la capital de Cuba, pero que sea en temporada de poco calor, porque en verano resulta asfixiante.
Cuando llego a mi hotel en el Vedado ya es de noche pero, como dije, me apetece salir a estirar las piernas y tal vez comer algo y sobre todo beber, lo que sea, agua por supuesto. Ni siquiera en el Habana Libre tienen botellas de agua de litro y medio. Hasta el agua mineral escasea en este lugar. Y el agua del grifo, de la llave, conviene no beberla. No vaya a ser el demonio. Por puro instinto descubro, medio escondido frente al histórico hotel Habana Libre (algo contaré sobre este hotel en una próxima entrada en este blog), un bar-restaurante pequeño, llamado El Monguito, donde me tomo no sé cuántas cervezas y finalmente me zampo unas fajitas, que me prepara con esmero la mujer de Carlos, el regente. No recuerdo cómo se llama la mujer de Carlos, por eso no le he puesto nombre.
Lisandra y Carlos en el Monguito |
Cuasi embolingado, no es cierto, porque tenía mucha sed, me dispongo a darme una vuelta por el entorno. Me acerco a la Rampa del Vedado, donde existe un club de jazz llamado La zorra y el cuervo, que ya conocía, porque además está al lado del hotel Saint John, donde me alojé en mi primer viaje a La Habana. La zorra y el cuervo recibe al visitante desde su cabina telefónica de color rojo, como si de repente fuera alguna cabina de Londres.
Parece que no estuviera muy animada la Rampa del Vedado. Como sigue atizando el calor me dirijo al refrescante Malecón, que es un lugar de reunión de oriundos y foráneos, una especie de ágora habanera, donde siempre se encuentra ron y música, charla...
Me vuelvo, algo tarde ya al hotel, pero no importa porque ha merecido la pena, o mejor dicho, ha merecido la alegría. Y además con el desfase horario me siento absolutamente desvelado.Duermo unas tres, a lo sumo cuatro horas, porque la claridad habanera me despierta para ver amanecer desde una terracita del piso 18, donde está mi habitación. Y aquí comienza un nuevo día, con ganas de explorar la ciudad. He quedado, después de desayunar temprano, con el guía Gio y el resto de la tropa para dar un voltión por la Habana.
Gio en el centro, Leticia y Saúl a la izquierda, Ana Eva y Pilar, a la derecha |
Ana Eva y Pilar son dos chicas de la provincia de Toledo, creo recordar, con las que hago buenas migas, eso me pareció. Incluso les tomo una foto en la Plaza de la Revolución, delante de la silueta del Che, tan controvertido (sobre este personaje también espero contar algo en alguna otra entrada) y ellas, amables y simpáticas, me hacen una foto a mí con el fondo del Che Guevara.
Por su parte, Saúl y Leticia, de Valladolid, van más a su aire aunque son bien cordiales. A Saúl le gusta la comida, el ron, los habanos. Y Leticia parece disfrutar viendo a su novio Saúl disfrutar. Y ella también da la impresión de estar contenta con el viaje.
En una próxima entrada (supongo que escribiré al menos un par de entradas más, así podré dosificar la info) espero dar cuenta de este viaje por Cuba.
*Como aún no he podido descargar las fotos de la cámara, os dejo estas estampitas hechas con el móvil.