viernes, 3 de marzo de 2023

Fanny y Alexander de Bergman

 Fanny y Alexander (1982) de Bergman, es una de mis películas preferidas. Me entusiasma el cine de este afamado director sueco, lo confieso, porque sus películas nos adentran en la condición humana, habida cuenta de que su cine es filosófico, psicológico, una ciencia humana, como diría el filósofo Pablo Huerga.

En sus obras fílmicas plantea cuestiones existenciales, esenciales, de gran calado: el amor, el sexo, la muerte (El séptimo sello), la enfermedad (Gritos y susurros), el autoengaño en el matrimonio (Secretos de un matrimonio), la angustia.

Estamos ante un director extraordinario, que nos ofrece un cine revelador, donde imágenes hablan por sí mismas (cine en estado puro), y las palabras proferidas por los personajes tienen un gran valor. Ver sus películas es como leer textos de gran enjundia. Un ejemplo portentoso de imágenes y palabras es por ejemplo Persona o bien Fresas salvajes.

Por su parte, Fanny y Alexander, concebida inicialmente para televisión, con una duración de cinco horas, se editó posteriormente una versión para proyectarse en cines con una duración aproximada de tres horas, que resultan no sólo entretenidas sino que son pura delicia, pues se trata de una obra de arte. No en vano en 1984 recibió premios Óscar a la mejor película extranjera (Bergman), la mejor fotografía (Nykvist), el mejor diseño de vestuario y la mejor dirección de arte. Un auténtico festival para los sentidos.

Lo tiene todo en cuanto a lo técnico y lo artístico. Y sobre todo nos muestra un microcosmos humano donde nos sentimos reflejados porque explora el consciente y subconsciente humanos a través de unos personajes inolvidables. Sublime.

Bergman nos ofrece una puesta en escena que nos adentra en el teatro y en la linterna mágica, o sea en el cine, dos de sus grandes pasiones vitales. Caber recordar que La linterna mágica es el libro de memorias de Bergman, quien, con elegancia y maestría, nos obsequia con esta memorable película desde la visión de dos niños: Alexander (el alter ego del director) y Fanny (la hermana de Alexander), que cautivan con su interpretación, además de todo un elenco actoral maravilloso: la abuela de los niños, la madre de los niños, el padre/fantasma de los niños, los tíos de los niños (estupendo Gustav Adolf), las tías de los niños (en especial Alma), el tendero judío Isak y sus sobrinos Aaron e Ismael, el diabólico obispo...

Fanny y Alexander es un homenaje al teatro -Hamlet, de Shakespeare y Un sueño, de Strindberg en concreto- y un homenaje al propio cine, aparte de un cuento dickensiano (Cuento de Navidad) que nos relata la historia de una familia burguesa de principios del siglo XX en Suecia (Upsala, el lugar de nacimiento del director), en realidad, es la historia autobiográfica del propio Bergman, donde lo real y lo fantástico se fusionan. "Era difícil distinguir entre lo que yo fantaseaba y lo que consideraba real. Haciendo un esfuerzo podía tal vez conseguir que la realidad fuera real, pero en ella, había por ejemplo, espectros y fantasmas" (Bergman, Imágenes). 

"Fanny y Alexander es una declaración de amor", según su director, para quien el cine es ritmo, es música, es sueño, que entronca directamente con el subconsciente. Por eso el cine tiene la capacidad de penetrar directamente en nuestro subconsciente y removernos las entrañas, lo más profundo del alma.

"A menudo siento una película, o una pieza teatral, musicalmente... Cuando el cine no es documento, es sueño".

Pues sigamos soñando con el cine de este director, que ha dejado huella en otros grandes cineastas como Woody Allen o Michael Haneke.

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