La poeta ourensana Manuela Rodríguez Gallego, que publicara en 2019 su ópera prima Mujeres: Luces y sombras, nos obsequia ahora con este poemario tocado por el Eros como pulsión de vida y el Tánatos como pulsión de muerte, fuerzas o instintos contrapuestos, cara y cruz, en el fondo, de una misma moneda, los grandes temas universales, en definitiva. Si en su primera obra, Manuela, que vive en la ciudad de León desde hace años, se centraba a aquellas mujeres que sufren violencia machista, habida cuenta de que seguimos viviendo en una sociedad patriarcal, y además la maldad es intrínseca en el ser humano, o bien, como ella misma nos revela, los seres humanos tenemos una parte de luz y muchas sombras (léase por ejemplo Jekyll y Míster Hyde, de Stevenson, entre otras obras), en este libro la autora gallega, que es una ferviente devota de su paisana Rosalía de Castro (siempre presente la negra sombra), se adentra en el mundo del sexo, que sigue moviendo el mundo, en verdad en el universo del erotismo, que entronca a menudo con la muerte: “Absurdo andar por calles cadavéricas./ Al final de todas, siempre hay un cementerio/ donde enterrar miserias".
Hay en su poesía una búsqueda de la felicidad, incluso una búsqueda de salvación, a través de la corporeidad, de la sensorialidad, de lo terrenal, como cuando nos dice: “A ratos fui feliz,/ cuando te alimentabas/ de la miel de mi cuerpo./ Cuando mi alma se empapaba/ esperando la caricia más íntima”. O bien en estos otros sus versos: “Rómpeme, cual ánfora Griega!,/ donde Eros escanciaba sus orgías./ Azul embravecido que desmigaja rocas,/ deposítame en el descanso sereno de tu playa”. Esa playa escondida al norte, cuya arena es polvo de azúcar, al borde de un abismo de locura en un universo infinito. Como nos sugiere ella misma. Al borde de un abismo nos asoman los poemas de esta poeta, que, “como una humilde venus de carne y hueso”, nos invita a fantasear con un oasis en medio del desierto, un Edén o jardín de las delicias repleto de manzanas y cerezas, un espacio de intimidad y de sueños, con un perfumado aliento, acaso con las dunas de unos pechos y una piel color canela que nos colman de placer, tanto como la propia lectura de estos poemas que saben y huelen a sensualidad.
El amor podría ser un bálsamo para curar las heridas, sin embargo, en ocasiones el amor (quizá no sea un amor genuino) no sólo no es un alivio sino algo que procura dolor e insomnio: “Muere el amor cuando se acaba el beso,/ cuando tus ojos reflejan otros ojos/ inventando otra piel y otras caricias/… Muere el amor como muere la tarde/ en el último rayo del ocaso".Hay también en
sus poemas un anhelo de libertad, que simboliza a través del vuelo: “Puedo
volar, enhebrando las nubes/ si veo mis alas reflejadas/ en tus negras
pupilas/… Vuela, hoy es el día de los pájaros./ Esta mañana renací de mis
cenizas/ con alas nuevas, con sueños nuevos/… Ayer volaba libre por el orbe de
la mano de Bragi./ Hoy se mueren los poemas antes de llegar a mi pluma/… Vuelo,
no porque tenga alas, vuelo porque soy audaz como las águilas./ Surco las
corrientes cálidas que me elevan”.Foto de Marcelo Tettamanti
Después de leer y aun releer este poemario, al lector quizá le gustaría, como a la poeta, volar, desplegando las alas de los sueños, internándose en espacios siderales. Seguir volando como un pájaro libre. Pues eso, sigamos volando de la mano de esta poeta meiga llamada Manuela Rodríguez Gallego.
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