martes, 10 de mayo de 2022

De Colinas del Campo al Campo de Santiago

 De Campo a campo y tiro porque me toca. Eso se decía en el juego de la oca, ¿verdad?

Colinas del Campo de Martín Moro Toledano como punto de partida para visitar el campo o la campa de Santiago. Me gusta el término campa. 

Campa de Santiago

Colinas como uno de los nombres más largos de un pueblo, en este caso de una singular aldea en España. Y también como uno de los pueblos más bonitos, declarado Conjunto Histórico-Artístico.

Sobre Colinas he escrito en diversas ocasiones pues es un espacio afectivo, un lugar como de otro tiempo, que he visitado varias veces. Y hasta es el escenario de uno de mis cuentos, Duende leonés, incluido en mi libro Trasmundo. 

Me fascina Colinas. 

 https://cuenya.blogspot.com/2020/11/colinas-del-campo-en-el-mapa-de-los.html

Recientemente, acabo de estar en esta aldea del Bierzo Alto para treparme a la campa o campo de Santiago, que aquí comienza la película El filandón, de Chema Sarmiento. Una obra maestra del cine leonés que ha calado hondo en nuestro subconsciente... fílmico. 



Tampoco es la primera vez que excursiono a la campa de Santiago desde Colinas, sino la tercera o cuarta vez. Y digo cuarta porque en una de las subidas al Catoute, por el lado de Colinas, descendimos hasta la campa o campo (como le dicen los lugareños), no sin antes visitar las lagunas de la Rebeza. Por cierto, la Rebeza era una señora de mi pueblo. Curioso nombre. 

Aquella subida al Catoute -tendría entonces unos veinte años-, se me antojó brutal bajo un sol de justicia en pleno verano. En compañía de amigos y paisanos del útero de Gistredo. ¿Te acuerdas, amigo Javi, de aquella caminata infinita? El propio Javi me recuerda que él tenía en aquel entonces dieciocho años, con lo cual yo tenía veinte. 

Colinas

Transcurridos unos años, encaré, esta vez en compañía de familiares, en concreto de dos de mis hermanas y un cuñado, el pico Catoute por la senda que parte de Salentinos, otra bella aldea berciana. 

Una experiencia inolvidable coronar ese pico emblemático con vistas al universo, al menos con vistas al Bierzo, el Alto Sil, Omaña, Babia...  Con panorámicas también a otros picos como el Valdeiglesias, el Tambarón y el Nevadín. Un mirador de lujo el Catoute, con sus más de dos mil cien metros de altitud. 

Aparte de esa bajada desde el Catoute a la campa de Santiago, la primera vez que recuerdo caminar desde Colinas a ese espacio donde se hallan los manantiales del río Boeza fue hace unos veinticinco años con una tropa de aguerridos y jóvenes caminantes, que subieron como un tiro, entre ellos mi sobrino Andrés (Andy), que estaba como un toro. Y los demás idem de lienzo. 

Mi segunda subida a la campa fue hace unos diez años, quizá algo más -la memoria ya me baila, tal vez un meneíto- en compañía de una antigua amigovia. 

Colinas

Y esta, digamos tercera vez, en compañía de una amiga, Raque, recientemente. 

Esto de escribir ordena en cierto sentido la memoria, con lo cual convendría escribirlo todo, con el fin de dar fe de lo que a uno le va sucediendo, aunque la vida no sea exactamente lo que te ocurre sino cómo se recuerda.  La memoria es selectiva. 

Uno tiende en todo caso, de un modo inevitable, a reconstruir aquello que se nos queda oscurecido por el paso del tiempo. Ay, el paso del tiempo. Tema poderoso. Pues el tiempo lo es todo, es la vida, es nuestra sangre. El tiempo y la memoria. El tiempo y el olvido. La dialéctica de la memoria y el olvido. En eso nos movemos los humanos, demasiados animales. 

Dicho lo cual, me dispongo a relatar cómo fue esta tercera subida a la campa de Santiago desde Colinas del Campo de Martín Moro Toledano (Colinas), que así le decimos para abreviar ese nombre, que se nos hace más largo que un día sin pan, aunque a la vez esa largura le dé glamur y cierto exotismo, porque lo de Moro nos lleva hacia la morería y las mil y una noches al sereno de un firmamento refulgente de estrellas.

No recordaba que la senda estuviera tan pedregosa, con lo cual se me hizo complicada, más que la subida, la bajada, el regreso a Colinas, porque este pueblo -enclavado en la Sierra de Gistredo, y perteneciente al Ayuntamiento de Igüeña, próximo a Los Montes de la Ermita, donde el cineasta Chema Sarmiento rodara el mediometraje Los Montes, a medio camino entre el documental y la ficción, impregnado de realismo mágico-, está a mil metros sobre el nivel del mar, y la campa se halla a unos mil quinientos metros, con lo cual existe un considerable desnivel de quinientos metros. 

Para un montañero, la ruta resulta fácil, pero quien no está habituado a estos trotes, hacer casi ocho kilómetros de subida y estos mismos de baja, la cosa no pinta tan guay, sobre todo si a uno le pilla la lluvia, incluso el granizo y encima no va preparado para combatir ni uno ni otra. Sí, a la montaña hay que ir preparado, que nunca se sabe. Pero si amanece un día radiante de sol, no se cree uno que luego  vaya a torcerse de tal modo. Más vale prevenir que lamentar, se dice. En realidad, tampoco fue tan mal, al contrario, pero cuando uno se moja, te quedas destemplado y eso te resta fuerzas. Por fortuna, ya en la campa, los buenos de Tino y María José les ofrecieron hospitalarios unos impermeables a los viajeros, algo que agradecimos mucho. La verdad es que no dejó de orvallar/orballar durante todo el recorrido de descenso a Colinas. Y uno llegó fundido. He de reconocerlo. Pero mereció la pena el esfuerzo y volver a visitar este lugar mágico, donde nace el río Boeza (Boeza como territorio legendario al estilo de Macondo o Región, de Benet, pongamos por caso. Volverás a Boeza). 

río Boeza

De repente, mi mente ha sobrevolado toda esta distancia como un pájaro ansioso de libertad. Aunque sé que he de retomar el punto de partida, cruzar el arco de la ermita de Colinas, y dirigirme hacia la senda que me llevará a la campa. Que al inicio es suavecita, con muchos manantiales en los que poder saciar la sed o bien hidratarse. 

Después de caminar durante unos pocos metros, me encuentro con un hombre -tras él vienen unas mujeres, familiares suyas-, que se muestra amable con el excursionista y por supuesto con la excursionista. Charlamos un rato. El hombre tiene un aspecto saludable, incluso juvenil, cara de buena gente. Me sorprendo cuando dice su edad. "Tengo ochenta años". Madre mía. ¿Pero qué pacto ha hecho este señor con el elixir o santo Grial de la vida? 

El buen hombre nació en Colinas, creo recordar, pero se fue pronto de su aldea para emigrar a Uruguay (el país del gran Pepe Mujica). Y en este país hispano ha transcurrido su vida. Lástima que su mujer no goce de buena salud. Cuando habla de ella, se emociona profundamente. Se nota muy sensibilizado. Las mujeres saludan al pasar a nuestra altura, con su característico acento sudamericano.

Comienzo el camino con buen tino. Eso creo. Y el cielo está despejado. Luce el sol. La naturaleza acaricia con su verdor al viajero, que se siente con ganas de caminar. Continuamos (ya había dicho que el viajero va en compañía de una amiga) por la senda del oso (es un decir). Aunque de regreso nos topamos con unos jóvenes que están avistando, con su aparataje, osos. Luego diré algo más acerca de ellos. 

No llevamos mucho tiempo caminando cuando nos encontramos con una chica en dirección a Colinas. Va con sus dos perros. En realidad, la primera noticia que tenemos de ella es a través del ladrido de sus perros. Estamos de enhorabuena. Ahora va a resultar que tendremos que plantarles cara a estos canes, si no queremos que se nos echen encima y acaben dándonos mordiscos. Es más habitual de lo que podría creerse que uno se encuentre con un perrazo suelto, que está guardando el ganado, y tenga que armarse de valor, echarle arrestos y encarar con energía al chucho que, agresivo, intenta abalanzarse sobre el caminante. 

Por fortuna, la dueña calma a sus perros. Y los caminantes se sienten a salvo, aunque la viajera ha quedado impresionada. En estos casos, lo mejor es ir provisto con un palo o cachava, que así suele hacer el paisanaje entrenado en andar por el monte. 

Curiosamente, la chica conoce a la excursionista. Y entablan charleta. Hace tiempo que no se veían. Muchos años. Desde la época de la universidad en Oviedo. "Hola, Camino". 

¡Camino!, me quedo pensando. Pero si a esta chavala la conozco yo. Entonces, ella me mira y me llama por el apellido. Claro, es Camino, la que estuviera en la casa leonesa de Madrid. Al final, resulta que el mundo es un pañuelo, en este caso sin mocos. Perdón. Que lo escatológico no me interesa. 

Camino subió temprano a la campa y ya está bastante cerca de Colinas. Es lo que tiene madrugar. A quien madruga, ya se sabe... Por cierto, ella es oriunda de esta hermosa aldea. Pero nosotros aún tenemos un largo trayecto por delante. Y la mañana avanza imparable. La senda parece cada vez más pedregosa, supongo que a resultas de los deshielos, que van arrastrando la tierra. Y también de la dejadez de la misma. No da la impresión de que sea una ruta muy transitada en los últimos tiempos. Nos encontramos algunos saltos de agua en el río Boeza. Y algún puentecito de madera. De pronto, tengo la impresión de estar haciendo la ruta de las fuentes medicinales en Noceda del Bierzo. ¡Es tal su parecido! O esa es al menos mi impresión. 

La senda se empina. No da mucha tregua. Y la subida cuesta cada vez más. Es hora de echar un bocado y un trago para reponer fuerzas. El cielo se encapota y comienza a orvallar. De repente cae granizo. Aunque por fortuna es solo un momento. 

Con humedad en la ropa, el viajero decide quitarse una camiseta y camisa, que están empapadas. Y quedarse sólo y por fortuna con una sudadera, que hasta ese momento llevaba atada a la cintura. 

A ver cómo aguantamos el tirón hasta coronar la campa. La excursionista se muestra ágil y desenvuelta como una experta montañera. Si es que hay que hacer más ejercicio de forma regular, que uno se la pasa de sentadito la mayor parte de la semana. 

A partir de ahora, que llegará el buen clima, habrá que hacer más salidas al campo, al monte, para ponerse algo en forma. Qué los años no pasan en balde y los quilos son más cada año. Si uno ya tiene sus mapas afectivos en el útero de Gistredo para recorrerlos a gusto y gana. Sólo es cuestión de lanzarse al camino. Todo es cuestión de ganas. De inquietud. Al fin, después de mucho caminar, los viajeros llegan a su destino, que se abre como una alucinación brumosa. 

A lo lejos se divisa la ermita de Santiago, donde otrora se reunieran los filandoneros Merino, Mateo Díez y Pereira, además del santero, a contar sus cuentos al santo. A la cita no puede acudir el gran Julio Llamazares, al que vemos también al inicio (aunque no en la campa de Santiago) y al final de la película, en el último capítulo, recitando su poema Retrato de bañistaEntre las truchas muertas y la herrumbre, fresas...

Como ya había adelantado, el viajero llega algo empapado a la campa. Y la viajera también. Y allí se encuentran con Tino y María José, que han viajado desde Bembibre a Fasgar (ya en Omaña) y desde aquí a la campa por un camino sin asfalto, que en tiempos hiciera andando el viajero. Son cerca de cien kilómetros desde Bembibre a la campa de Santiago. Casi nada. Eso nos cuenta Tino. Con quien coincidiera dos días antes en la presentación de Primavera extremeña de Llamazares en Santa Marina de Torre. Qué coincidencias. Aunque al principio no lo reconozco. Y él tampoco me reconoce, tal vez porque la lluvia nubla nuestras vistas. El tiempo, no sólo el meteorológico, se nos echa encima. Y aún queda una larga caminata hasta Colinas.


Aunque ahora la mayor parte será en bajada, algo que no consuela al viajero, habida cuenta de que bajar por esa senda llena de piedras será toda una odisea y un rompesuelas y rompepiernas. Emprendemos el regreso con la idea de descender en menos tiempo que el empleado en la subida. Pero a medida que transcurre la caminata, parece que el destino es cuasi inalcanzable. Pesa el cansancio y la lluvia continua cayendo. Está todo tan mojado que tampoco hay muchos recunchos en los que sentarse a tomar un respiro. Habrá que seguir caminando. De repente, como una aparición reveladora, se muestra un bichín en la senda, se trata de un tritón o una salamandra, con su vivaz colorido, indicativo de que estamos en un entorno de gran pureza. 

A lo largo de la trocha se encuentran piedras de cuarzo, o algo similar, lo que llama la atención a los viajeros. La vegetación, aun siendo primavera, no ha explosionado en todo su esplendor. 

Con tino y María Jose en la campa

El camino parece no tener fin. Aunque después de más de tres horas caminando quizá nos espere Colinas con los brazos abiertos y las puertas de sus casas de par en par. A nuestra izquierda, vemos a una chica y dos chicos con un potente teleobjetivo o telescopio. 

-Qué tal, avistando quizá osos? -les pregunto. 

-Eso mismo -contesta la chica con acento sureño. 

-No sois de por aquí, verdad? -Venimos de Granada -responden casi al unísono la chavala y el chaval que está a su lado. 

Qué mérito tiene que gente granadina venga al Bierzo a recrearse con los osos. Me ilusiona pensar que Granada y el Bierzo estén hermanados. Esa Granada que, como alguna vez llegué a escribir, es norte y sur de España. Dicho sea de corrido, se me antoja una de las ciudades que más me gustan de nuestro país. No sólo la ciudad de la Alhambra y el Albaicín sino la provincia entera, con sus Alpujarras. Con la ilusión de intercambiar unas palabras con los granadinos devotos de los osos, Colinas está ya a tiro de piedra. 

De campo a campo y tiro porque me toca. 

Ya toca llegar a esta aldea, que bien podría ser nuestro Macondo. 

Martín Moro Toledano nos da un abrazo mistérico como una diosa nutricia. 

Hasta la próxima. 

1 comentario:

  1. Sin duda, "escribir ordena la memoria". Bien dicho. Bellos recorridos.
    Un abrazo.

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