A principios de septiembre de este año, coincidiendo con las fiestas de la Encina de Ponferrada, que en esta ocasión fueron poco menos que inexistentes a resultas de la pandemia, me encaminé a tierras cántabras, pues allí se encontraba una parte de mi familia.
Abadía de Viaceli |
Creo que fue una decisión acertada, a sabiendas de que allí hallé afecto y cierto sosiego, ya que en ese momento no estaba atravesando un gran momento, debido a una cuestión sobre la que hablé recientemente en una entrada dedicada a mi viaje al País Vasco.
San Vicente de la Barquera me enamora una y otra vez. Y cada visita a este lugar me deja extasiado. Una gran belleza marina. Una maravilla absoluta y una sensación de plenitud. Un enorme placer estar aquí.
Viajar a Cantabria siempre es una excelente manera de encontrarse con una belleza verde amorosa y el aroma a brisa marina.
La entrada en San Vicente de la Barquera, que me sigue cautivando como si fuera la primera vez, me recibió con una tormenta que me hizo recordar el verano que vivieran Mary Shelley y sus colegas literatos como su marido o el propio Byron y aun Polidori, el médico del lord, a orillas del lago Leman, en la villa Diodati, en Suiza.
Al parecer, hacía tanto frío que los poetas tuvieron que encender fuego en la sala principal de la casa. Y de este modo aquello debió de convertirse en todo un filandón, del que salió El vampiro de Polidori y Frankenstein de Mary Shelley.
De repente, me asaltan los monstruos, los fantasmas. Aunque cabe recordar que San Vicente de la Barquera es una localidad tranquila y amable. Con gente hospitalaria, como la chica que despacha en una panadería del casco histórico.
La idea originaria era acercarme a Cóbreces, donde se encuentra una abadía cisterciense, en la que estaban mis familiares, dos de mis hermanas y también mi madre. Y así lo hice.
Espacio de brisa marina y libertad, El Bolao de Cóbreces seduce con su belleza verde de acantilado arrullador. Me entusiasma este sitio en el que he estado en diversas ocasiones. Y me alegra haber vuelto a reencontrarme con su hechizo.
Cóbreces es un lugar al que iba siendo un rapacín, donde he estado en diversas ocasiones. Con lo cual me resulta cercano. Y su monasterio o abadía es como la casa de uno, porque allí está el tío Leoncio, así le llamamos, el tío de mi hermana Cini.
El padre y tío Leoncio |
El padre Leoncio, que es un hombre bueno de verdad, un ser entrañable, me acogió con los brazos abiertos, algo que le agradezco mucho. Siempre tan atento y hospitalario.
El tío o padre Leoncio, que es originario de la localidad de Losada (perteneciente al Ayuntamiento de Bembibre) ingresó con doce años en la abadía de Santa María de Viaceli, en Cóbreces. Un pueblo con sus acantilados fascinantes. Sobre todo el Bolao.
Cementerio de Comillas |
La abadía es asimismo un sitio estupendo para retirarse algún tiempo en busca de meditación y sosiego. Incluso para los no creyentes. Reconozco que me embargó algo espiritual asistiendo a los rezos de sus monjes, sobre todo a Laudes y Completas. Una delicia.
En esta abadía también estuvieron algunos mártires de Noceda del Bierzo, Álvaro González y Ángel de la Vega, o Eulogio Álvarez, de Quintana de Fuseros, y Amadeo García y Valeriano Rodríguez, de Villaviciosa de San Miguel.
Cabe recordar que el Hermano Ángel de la Vega entró en el monasterio después de quedarse viudo, siendo también martirizado como el resto de sus compañeros bercianos.
Ángel de la Vega era el bisabuelo por vía materna de Miguel Ángel García, periodista y Corresponsal de TVE en Berlín, el cual llegó a escribir un artículo titulado En loor de santidad, en homenaje a su bisabuelo y a su padre, Miguel García, quien ingresara con 19 años como estudiante novicio en aquel monasterio.
Relata el periodista que su padre conoció a su bisabuelo en Santa María de Viaceli, aunque no se imaginó que algún día, veinte años después, iba a casarse con una de sus nietas.
“Mi padre optó por volverse a casa. No tenía madera de mártir, ni siquiera de monje. Como muchos otros había llegado hasta allí porque era la única manera por aquel entonces de estudiar”, matiza el amigo Miguel Ángel García. Pero su bisabuelo, que “hoy tendría un smartphone y usaría Twitter y Facebook”, no corrió mejor suerte porque los milicianos lo metieron en una barcaza, junto a sus compañeros, y lo llevaron mar a dentro.
“Mi padre me contó, y lo he visto reflejado en algún que otro testimonio, que, como iban rezando en voz alta, les cosieron la boca con alambre. Después, les ataron las manos a la espalda, trozos de hierro en los pies y los lanzaron al fondo del mar”, rememora el Corresponsal de TVE en Berlín, consciente de que aquellos eran malos tiempos para meterse a monje. Malos tiempos los de nuestra guerra fratricida, de nuestra posguerra incivil, que ha sepultado miles de asesinados y asesinadas en fosas comunes, en cunetas, por doquier. Ojalá nunca se repita semejante barbarie. Y la abadía de Santa María de Viaceli siga acogiéndonos en su regazo espiritual. Pues se respira espiritualidad por todos sus poros. Y nos deje hallar esa templanza que nos permita continuar en equilibrio con nosotros mismos y aun en armonía con el resto de congéneres.
Santillana del Mar y Comillas quedan a tiro de piedra de Cóbreces. Así que alguna escapadita a estos sitios merece la pena.
Santillana del Mar es, en opinión de Sartre, el filósofo estrábico y existencialista, el pueblo más bonito de España, lo cual es mucho decir. Pues pueblos bonitos hay en abundancia en nuestro país de pasitos. El propio Bárcena Mayor, también en Cantabria, que pude visitar este mismo verano en agosto, es muy bonito. Y en el Bierzo, mi tierra, hay muchos y bellos pueblos.
Por cierto, Villar de los Barrios tiene como un aire con Santillana, que, al decir popular, ni es Santa ni llana ni tiene mar, aunque esté cerquita del mismo. Su arquitectura, con sus balconadas y sus calles empedradas, le dan un aspecto como de lugar detenido en el tiempo. Es un gran monumento al aire libre. Un magnifico decorado al aire libre. De vez en cuando conviene darse un garbeo por sus calles, acaso para respirar otro tiempo, otra época.
Lástima que, desde hace ya muchos años, no podamos visitar sus cuevas de Altamira.
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