jueves, 2 de septiembre de 2021

La costa cántabra

Fuerte de San Martín-Santoña


 Este verano, en concreto en el mes de julio, estuve por la costa cántabra. Ya escribí sobre Santander en este mismo blog. Os remito a la entrada. 

Cabe recordar que esta capital fue en los siglos XVIII y XIX el principal puerto de las exportaciones castellanas. Por lo demás, su bahía es muy hermosa. Me dispongo a escribir esto mientras escucho el concierto que diera Jean Michel Jarre en Santo Toribio de Liébana en 2017, que me hubiera encantado escuchar en vivo y en directo. Por fortuna, tuve la ocasión de estar en dos conciertos del genio Jarre, a saber, uno en Suiza (Lausanne) y otro en París, en el campo de Marte, en una época en la que este menda lerenda trabajaba en la factoría Disney: https://bembibredigital.com/mas-noticias/741-jean-michel-jarre

Santoña
La música como hilo conductor que me lleva literalmente a los recuerdos. Y por supuesto me hace viajar, sumergirme en el mar Cantábrico, o bien surfear al ritmo de las olas. 
El litoral cántabro es precioso, con sus playas y montañas, con sus acantilados, como el Bolao de Cóbreces, población que conozco desde que era un rapacín, pues allí está, en el monasterio de Viaceli, un familiar monje, que además es teólogo, el tío Leoncio, un hombre en verdad bueno, una persona entrañable. 
Bahía de Santoña
 
En realidad, los litorales son hermosos per se. 
Cantabria es tierra verde, con ese verde intenso como brotado con la textura de la miel. 
Cantabria es suavidad y también alta montaña. Los Picos de Europa asoman desde gran parte de su territorio. 
Cantabria es costa. Y en esta costa está Santoña, que no recordaba haber visitado en ninguna otra ocasión.

(Entrada en Facebook el 14 de julio)

Santoña, que tiene nombre de Santa, es un sitio que procura buenas vibraciones. Tranquilo y a la vez animado.
Conocido por sus anchoas, este es un buen lugar para yantar pescados. Anchoas, atún, incluso dorada, exquisita, que no recordaba comer desde mi último viaje a Túnez. El restaurante conocido como el despacho me parece magnífico. Y el tipo que lo regenta muy simpático. He notado hospitalidad en sus gentes, aunque a veces uno se haya quejado de la frialdad o sequedad del paisanaje cántabro. Si es que no se puede ni se debe generalizar, lo que resulta insostenible. Enfrente, desde su paseo marítimo, tengo a la vista a la población de Laredo, una bahía realmente hermosa.
Monumento al carnaval-Santoña

Santoña, con su gastronomía y su colorido, pero también con su bahía y su monumento al Carnaval, me pareció un buen lugar para quedarse a vivir durante una temporada. Pues se trata de un sitio tranquilo y agradable. Le prometí al responsable de El Despacho que haría referencia a su restaurante y la haré, porque se portó muy bien. Y la comida estaba riquísima. El marmitako y la dorada como platos excelentes. Si os pasáis por este sitio, no dejéis de tomaros algo. Todo un personaje resultó ser también el tipo de la Bilbaína, al que  parecía entusiasmarle el poteo (ya me salió, ay, el vasco). Si creía que estaba en Cantabria. 


Santoña ya está cerca de Castro Urdiales y aún más cercano al País Vasco. En una próxima entrada espero escribir sobre mi viaje en agosto a la costa vasca, con Castro como punto de partida, es un decir. 

De momento, continúo paseando por Santoña. Y de un modo inevitable, con mi querencia por el mar, por todo aquello que fluye, me dirijo en busca de un barquito que me haga cruzar hacia la otra orilla, enfrente está la villa marinera de Laredo, que también cuenta con un casco histórico.

Laredo

Aunque lo que más disfruté (vuelvo al tiempo pasado, que el viaje fue en julio, como había dicho) fue la travesía hasta El Puntal. Y luego la caminata a lo largo de algunos kilómetros por la enorme playa, que me llevó al interior de Laredo para darme un garbeo por la zona vieja y también por el puerto.  

Laredo

Santoña, aparte de sus anchoas y su bonito, cuenta con un fuerte, el de San Martín, que data del siglo XVII. Y es el pueblo natal de Carrero Blanco, al que volaron por los aires. 

Como es oriundo de esta tierra, los santoñeses quisieron rendirle culto con un monumento en el paseo marítimo de El Pasaje. Se dice que el monumento de marras tiene la altura a la que se trepó el almirante, o mejor dicho, a la altura a la que le hizo treparse la banda terrorista en 1973. 

Me sorprendió toparme con este monumento porque, a decir verdad, no recordaba que el falangista fuera de Santoña. 

En este viaje no visité ni Suances, ni Comillas ni San Vicente de la Barquera, aunque estas tres poblaciones costeras he podido visitarlas en otras ocasiones. 

Laredo

Comillas atrae no sólo por su costa sino por su cementerio, con su ángel exterminador y también por el edificio de su universidad, el palacio de Sobrellano y El Capricho de Gaudí...

Y, la verdad, me entusiasma San Vicente, con el resplandor de sus marismas y los picos de Europa al fondo. Una estampa ensoñadora. 


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