Me alegra que la editora y poeta Marina Díez https://cuenya.blogspot.com/2017/03/la-fragua-literaria-leonesa-marina-diez.html haya incluido esta colaboración acerca de la escritora Anaïs Nin en el libro Las Sinsombrero. Un placer.
En esta época en la que se reivindica el papel de la mujer (al
menos en las sociedades occidentales, pues ya sabemos cómo se las gastan en
otras sociedades y/o culturas, donde la mujer sigue siendo una esclava del
patriarcado imperante, del machismo, sometida en todos los sentidos, el
islamismo es un ejemplo de lo que estoy diciendo, aparte de otras religiones
castradoras, que todas son en verdad un engañabobos), me apetece darle vida a
la colosal Anaïs Nin, que fue una escritora con mayúsculas, una mujer adelantada
a su tiempo, atrevida, capaz como lo fuera de desvelar sus secretos y de
abrirse al mundo y comulgar, amorosa y literariamente, con el universo, con el
azul celeste y el rojo fuego de los seísmos y los volcanes. Alto voltaje.
Desconocida y/o silenciada en el mundillo literario (eso me sigue
pareciendo), Anaïs Nin, oh, la, la, era de origen
cubano-español, aunque nacida en Francia a principios del siglo XX.
Su padre, Joaquín Nin, un pianista cubano, cubano-catalán, para
más señas. Y su madre una cantante cubana, Rosa Culmell.
Anaïs Nin tuvo la ocasión de vivir en el París de los años 20, los
dorados y felices años en los que la capital francesa se convirtió en un
hervidero de creatividad. El París festivo de Hemingway. El París de la
bohemia. La ciudad del arte. Y del amor. Del amor y del sexo, donde conociera,
entre otros, al escritor Henry Miller, el autor de los Trópicos. Y con quien
estableciera una relación amorosa/afectiva/sexual potente. Como queda reflejado
en sus diarios (ella no se cortaba ni un pelo) así como en su correspondencia
epistolar. Tesoros literarios/vitales son sus cartas.
Anaïs Nin creció abierta al mundo y entregada en cuerpo y espíritu
al Eros, que sigue moviendo el mundo. Eros y Tánatos dominando el mundo. Puro
psicoanálisis.
Lo cierto es que uno prefiere quedarse con el Eros disparando
flechas o instantáneas a la corporeidad fluida y rosa de este universo en
expansión. Tal vez agujereado y multidimensional.
La autora de Delta de Venus (un
volumen de relatos eróticos, algunos subidos de tono), entre otros libros
(magníficos son sus diarios), era una auténtica cosmopolita, una
librepensadora, que decidió emigrar a los Estados Unidos a finales de los años
30 del pasado siglo.
Una escritora tan a su aire que logró el reconocimiento a pesar de estar tal vez alejada de lo que en estos tiempos conocemos como círculos culturales, y aun de los círculos de la cuadratura política. Si es que nuestra cultura (el mito de la cultura) y nuestra política actual (hecha un asquito, o mejor dicho conducida por personajes que producen vómitos, que por otra parte no son más que un reflejo de nuestra sociedad/suciedad) no dan para más. Y así nos luce la calavera. Con el cacao maravillao que gastamos.
Aunque cabe recordar que Anaïs Nin comenzó a
escribir su diario o sus diarios siendo muy jovencita, como lo hiciera Ana
Frank, llegando a escribir -se estima- más de 30.000 páginas manuscritas. Y
tuvo la ocasión de codearse (un modo de hablar, que en nada tiene que ver con
el actual codeo) con artistas de la talla de Antonin Artaud (el inventor del
teatro de la crueldad, que tanta influencia ha tenido en grupos de teatro
vanguardistas como por ejemplo La Fura dels Baus, entre otros), Lawrence
Durrell (el autor de El cuarteto de Alejandría, quien también fuera
amigo de Henry Miller, como sabemos a través de la lectura de El coloso
de Marusi) o el propio Salvador Dalí.
Confieso que llegué a Anaïs Nin a través de la
literatura de Henry Miller, por quien siento devoción como escritor, pues, con
su voz poderosa, fue capaz de devolverle vida a la literatura.
Aparte de sus libros (de las obras de ambos), hay
una película, Henry y June, cuyo director es Philip Kaufman, que
recomiendo a quienes estén dispuestos a familiarizarse con estos dos
colosos del siglo XX, que mantuvieron una relación realmente adelantada a su
tiempo (eso que ahora se da en llamar el poliamor) porque Anaïs Nin tenía
relación amorosa/sexual no sólo con Henry Miller sino con June Mansfield, la
mujer de Henry, así como con su psicoanalista Otto Rank, uno de los discípulos
aventajados del doctor Freud.
Me apetece acercarme a Anaïs Nin porque es una de
mis escritoras preferidas. Escribió mucho y bien. Y sobre todo cultivó el
Diario, ese género mal llamado menor, que algunos críticos consideran que ni
siquiera es literatura, pero que en sus manos se convirtió en oro puro,
logrando con sus letras una suerte de alquimia para deleite e inspiración de
los humanos demasiado bestiales.
Me atrevería a decir que una forma de estrenarse
y entrenarse escribiendo, además de crónicas de actualidad o artículos
periodísticos, es escribir un diario o un blog. Me encantan los diarios de
algunos y de algunas escritoras. Como el caso que nos ocupa. Aunque escribir un
diario parezca ñoño, una cosa de adolescentes, también puede resultar revelador
para quienes se acerquen a su lectura, y sobre todo para quien tenga ganas de
escribirlo. Depende de quien lo haga. Por supuesto.
El Cuaderno gris del maestro Pla es un ejemplo sorprendente y extraordinario. Y no digamos el Diario de Ana Frank (la niña alemana con ascendencia judía que se ocultó durante más de dos años de los nazis en Ámsterdam durante la Segunda Guerra Mundial), El oficio de vivir de Cesare Pavese o bien La náusea de Sartre.
Casi toda la literatura de Umbral es un gran diario donde proyecta
su figura gigantesca. Incluso Mortal y rosa, su gran novela lírica,
está escrita como si fuera un diario. Y los diarios de Anaïs Nin son deliciosos
porque nos adentran en la belleza en estado de gloria, en esa belleza que engendra
amor y sexo.
Me encanta la naturalidad y soltura con que escribe Anaïs Nin. Se
entrega con tanta devoción a la literatura, que es como si el lector (o
lectora), en situación privilegiada de voyeur, estuviera viendo y
sintiendo cómo ama a la vez a Henry y a June, sus amigos del alma.
“Amo a ambos, a Henry y a June”, escribe en las primeras páginas
de Incesto: Diario amoroso.
“June es mi aventura y mi pasión, pero Henry es mi amor… Soy la
mujer que da ilusión y recibe a cambio la imaginación del hombre. Situación que
una puta envidiaría”, se confiesa esta autora, que se nos desvela y revela cual
heroína del marqués de Sade (otro de los grandes librepensadores de la
literatura/filosofía universal).
“No tengo ninguna moralidad. Sé que la gente se horroriza, pero no
yo”, apostilla Anaïs Nin.
Es probable que las feministas (sobre todo las llamadas feminazis)
y aun otras feministas radicales (la radicalidad mete miedo) sientan un rechazo
visceral por la escritura de Anaïs Nin. Del feminismo mal entendido. Porque, en
pleno siglo XXI, nadie debería poner en cuestionamiento que mujeres y hombres
somos seres humanos exactamente iguales (aunque la igualdad no exista para
nadie, y los condicionamientos religiosos, culturales, nos hagan parecer
distintos). Mujeres y hombres deberíamos ser iguales ante todo y por todo.
Dedico estas palabras, además de a Anaïs Nin, a todas aquellas
mujeres luchadoras y enamoradas del amor y de la libertad (celebrando por todo
lo alto el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y aun otros días de
Mujeres Trabajadoras, que deberían ser todos) capaces de pensar por sí mismas,
con las agallas suficientes (ahora se dice empoderamiento) de hacer
que el mundo siga girando.
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