martes, 6 de agosto de 2019

Barcelona, ciudad de los prodigios

He estado unas cinco veces en Barcelona, creo recordar. Aunque al menos unas dos veces fueron deprisa y corriendo. 

El tiempo es oro. El tiempo es esencial para poder medio conocer algo, aunque Barcelona, como toda gran ciudad, y ciudad grande, requiere de mucho tiempo. Toda una vida acaso sería poco. Por eso, me río/sonrío (permitidme que me ría/sonría cuando alguien visita un lugar durante unos pocos días y dice que lo conoce, como me dijeran unas turistas españolas en París, "llevamos tres días y ya lo hemos visto todo". Entonces, ni corto ni perezoso, les espeté: "¿Y conocéis la histórica rue de Saint-Denis?" (por decirles algo céntrico y muy animado). A cuya pregunta quedaron sin palabras. Como si les hubiera preguntado por algún rincón remoto de la Tierra. 
En cada visita uno acaba descubriendo y aun re-descubriendo múltiples cosas. 

Habría que volver a visitar de día aquello que se visitó de noche, en verano aquello que se visitó en primavera, etc., algo así nos dejó dicho el Nobel Saramago. 
Me gusta volver a los sitios, una y otra vez, en busca de aquello que no llegué a conocer. O simplemente regodearme en aquellos otros que sí pude visitar. 
He estado en cinco ocasiones (o seis) en Barcelona, creo recordar. Pero tengo la impresión (lo he comprobado en mi reciente visita) de haber puesto por primera vez los pies en esta ciudad Condal, como un ángel wendersiano que la sobrevolara, una ciudad "señorial", diríamos en la provincia de León, a la que fueran a parar, en otros tiempos, muchos nocedenses en busca de futuro. De hecho, siguen viviendo en Barcelona un montón de paisanos, vecinos del útero de Gistredo (como Ana, a quien tuve la ocasión de ver, y con quien compartí algún momento agradable), incluso familiares. Como mi sobrina Mery y mi sobrino Iván, con su hijo Nil (precioso nombre para un precioso niño), mi sobrino nietín. Que viven en el área metropolitana, en concreto en Sant Joan Despi, donde se halla la ciudad deportiva en la que entrena el Barça (en mi infancia era un devoto del fútbol).
Aún recuerdo a Reina, Rexach, Asensi, o a los holandeses Nesskens y Cruyff. Por cierto, el gran futbolista César Rodríguez era originario de Noceda del Bierzo, algo que poca gente sabe (mi vecino Avelino Cachelo, que ahora anda por 94 o 95 años, llegó a jugar con él), como mucho que era de León. 
En esta ciudad vivió Felisa, la madre de mi madre (no digo abuela, porque ni la conocí), en concreto en la calle Industria. Eso mi cuenta mi madre, que tuvo la ocasión de visitarla. Y allí sigue viviendo Ángel, el ahijado de mi madre, con quien quedé para tomar algo.
Pero el tiempo, siempre el tiempo, se echó encima. 
De estas cinco veces (o seis), me quedo por supuesto con la más reciente, que me ha resultado ciertamente sustanciosa. No porque viera muchas cosas, que también vi, sino por la experiencia en sí, toda una experiencia místico-psicodélica. Pues viajar, al menos para uno, no es ver. Y mucho menos ver por ver, sino sentir, sentirlo todo. Como quisiera el bueno de Pessoa, que viajó al interior de sí mismo desde esa Lisboa que mira a América con la saudade del fado. 

Uno de mis viajes a Barcelona, eso sí lo recuerdo bien, fue para visitar algunas escuelas de cine, como la famosa ESCAC, que dirigía (creo que la sigue dirigiendo) Sergi Casamitjana, que se mostró abierto y sincero en nuestra conversación acerca del funcionamiento de una Escuela de Cine (sobre este asunto podría ahondar, pero prefiero pasar página). Y también pude charlar con el director argentino Héctor Fáver, que dirigía el Centro de Estudios Cinematográficos de Cataluña. 
Aquel viaje resultó productivo e interesante. Y me permitió adentrarme en una Barcelona cinematográfica. 

Dicho sea de paso, esta ciudad ha sido escenario de múltiples películas, desde Vicky Cristina Barcelona (aparece por ejemplo el parque Güell y o La Pedrera de Gaudí), del genio neurotiquín neoyorkino Woody Allen, hasta Biutiful, de otro genio, como es el mexicano Iñárritu. Incluso una curiosa película francesa sobre un joven francés que aterriza en Barcelona para cursar un año como Erasmus, que me encantó, titulada L'aubergue espagnol (Una casa de locos, en castellano, que nada tiene que ver con el título original, qué manía de maltraducir o directamente poner otro título. Se identifica uno con esto de los Erasmus porque también lo viví). 
O la inolvidable En construcción (filmada en el barrio del Raval), de Guerín, este director también nos muestra una sensibilidad exquisita, en la línea de Víctor Erice. 
Cabe señalar que Mercedes Álvarez fue la montadora de esta peli. Y se reveló como una gran directora con El cielo gira. Mercedes Álvarez es amiga de Encarna, la mujer de Daniel Álvarez (buenos amigos, que viven en Salamanca, Daniel es berciano, Encarna es de Soria como su amiga Mercedes). Incluso se rodó en Barcelona parte de la película El perfume (en las callejuelas del barrio Gótico, y aun en otros lugares; algunas escenas se filmaron asimismo en Girona o Gerona, que luego alguna gente podría echarme el gato). La lista es grande. Lo que daría mucho juego. 
En esta ocasión he descubierto una Barcelona cosmopolita, abierta, tolerante, una ciudad hispanoamericana, de la mano de Mónica (buena anfitriona), a quien conociera en un viaje a Israel hace un par de años. 

Mónica, que tiene una vida de novela y de película, es boliviana. Rodó por todo el mundo hasta recalar en Barcelona gracias a su madrina, que era catalana. Y una santa, según ella. 
Mónica y Toni (su pareja) me han mostrado una Barcelona con sabor a comida boliviana (estupendo el Cochabambino, en el carrer Trafalgar, 9, regentado por Arminda) y peruana y catalana (también, los caracoles, que no comía desde mi época francesa, están de rechupete en un restaurante masía de Sant Quirze del Vallès). 
Me han enseñado a religarme con los gatos y los perros (el Roche y el Merlot, con nombres de vinos, me han robado el corazón). 
Pasear a estos animales con inteligencia y sensibilidad humanas (la etología sigue siendo una asignatura pendiente, bueno, uno tuvo la fortuna de cursarla en la universidad) por Barcelona es toda una aventura, un viaje al final de la noche. Y meterlos en el metro se me antoja el copón bendito. 

Vivir la noche en Barna, con Mónica, Ana y Toni,  me late divertido, haciendo un recorrido por La oveja negra (http://ovejanegra.es parece el título de un microrrelato de Monterroso), El bosque de las hadas (poético nombre) o el Cangrejo, con espectáculo incluido (antes echándonos unas tapitas en el bar Pulpería, que es galego, pero allí lo regentan marroquíes, qué curioso, Barna es ahora marroquí por todos sus costados, Raval incluido, of course). 
Mónica me ha procurado estar aún más cerca de nuestros hermanos/as de Hispanoamérica. Y me ha hecho rememorar el boom latinoamericano de los premio Nobel Gabo y Vargas Llosa (además de algunos otros), de una época en la que vivieran y escribieran sus libros en Barcelona. Y tuvieran gran éxito gracias a su agente literaria Carmen Balcells. También en Barcelona vivió el  periodista y escritor Eduardo Keudell (amigo argentino de San Pedro, provincia de Buenos Aires, o argentino-berciano de Viñales).  

Esa es Barcelona, la ciudad literaria, la de los premios Nobel, la de las grandes editoriales, la de los grandes escritores como Eduardo Mendoza (el de la ciudad de los prodigios), los Goytisolo (Juan, Luis y José Agustín), Gil de Biedma, Carlos Barral, Juan Marsé, Vázquez Montalbán (nacido en el Raval, que alguna vez llegó a visitar el Bierzo, en concreto Trémor de Arriba cuando su alcalde era el gran Laudino)... entre otros muchos (como Sergi Bellver). 
Toni me sugiere que lea la novela La plaza del diamante, de Mercè Rodoreda. Y a Quim Monzó. 

En sus últimos años, a mi admirado Juan Goytisolo, él que se fue escopetado de una Barcelona de postguerra represiva, le gustaba ramblear, callejear esta ciudad que hoy se ha convertido en un crisol de culturas, en una sociedad multiétnica como la París de Barbès o Belville, por ejemplo. No obstante, alguna gente como el amigo Javier R. Sotuela, que vive en Barna desde hace tiempo, está convencido de que esta no es la ciudad que fuera en los años 80. Que todo se ha encarecido ("Barcelona es bona si la bolsa sona", se decía ya en mi época infantil). Barcelona es una ciudad cara, cierto, aunque también se pueden encontrar cosas, comida... a precios razonables. Y curiosamente alguna gente sobrevive con ayudas, etc. O se buscan la vida como pueden. Como en cualquier lugar. Tampoco es tan insegura como me la habían pintado. En las Ramblas y algún que otro sitio conviene andarse al quite. Eso siempre. Sotuela dice que la Barcelona de los 80 nada tiene que ver con la de ahora, ni en lo social, ni en lo cultural, ni en lo educativo, ni en la sanidad. Que aquella ciudad era mucho mejor. Tendría que haberla conocido para poder valorarla en su justa medida.  

Tampoco quiero olvidarme del ilustre e ilustrado berciano Ramón Carnicer (autor del extraordinario Donde las Hurdes se llaman Cabrera), que viviera en la ciudad del Tibidabo. Y ahora que me da por rememorar, me viene a la cabeza Jean Genet, quien danzara por el barrio chino (el Raval), incluso tiene una plaza a su nombre. 
El parisino Genet, quien fuera abandonado por su madre prostituta, es autor del autobiográfico Diario de un ladrón (en este libro habla del Raval) y Querelle de Brest, que adaptara al cine el alemán Fassbinder (quien, al decir de las lenguas atrevidas, tuvo amoríos con un conocido poeta del Bierzo. Esto hasta puede que sea nomás una leyenda). 

Genet, con vida de novela y de película, fue gran amigo de Juan Goytisolo. Ambos están enterrados el cementerio de Larache, en Marruecos. En algún momento, me gustaría rendirles culto-visita. 
Los escritores franceses Cocteau, Sartre y el propio Picasso lograron su indulto. Y de este modo Genet logró salvarse de una posible cadena perpetua. A este respecto, cabe mencionar que la huella de Picasso (y aun la de Dalí) también está presente en Barcelona, museo incluido (que no llegué a visitar, lo lamento). 
Si es que hubiera necesitado muchos más días. 
Otra ocasión habrá, espero. 

La huella que sí pude seguir es la de Gaudí, otro colosal artista.
Barcelona, Barna (como le dicen para abreviar), con Colón redivivo, mira al mar (preciosa La Barceloneta, me entusiasman las ciudades con mar, o las ciudades que levitan sobre el mar como las holandesas o Venecia) y mira a la montaña, también desde la montaña de Montjuic (continuará).  


*Lástima que ahora no pueda descargar las fotos de mi cámara, porque no funciona el cable o porque no va bien la cámara (o ambos), que tendré que revisar o que me revisen. Y tenga que ilustrar el texto con estas fotinas de mi móvil. Como he venido haciendo a través de las entradas en el face. 

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