jueves, 18 de julio de 2019

Las dolomitas

Corvara, Val Badia
Un recorrido por el Trentino y Alto Adige (sur del Tirol) me adentra en la belleza de las grandes montañas, de las dolomitas [patrimonio de la Humanidad], esas rocosas que emergieran del océano hace muchos muchos años para la gloria contemplativa de los seres humanos, que hemos tenido la ocasión de quedarnos extasiados ante su inmensidad, ante su sublimidad: la belleza del abismo, paisajes que quitan el hipo o producen vértigo: puerto Pordoi, Val Badia, Canazei... Como un ensueño o una alucinación. 
Canazei

Siento una fusión con el paisaje, acaso como un romántico que sintiera la naturaleza como algo divino, que lo es. La Naturaleza es divina. Y uno es un romántico de la época actual o un pos-romántico. 
Un viaje al corazón calizo de las montañas, que encierran el misterio de la belleza, es una experiencia inolvidable. Un rito cuasi místico que entraña mucha emoción.
La Marmolada
Uno también parece elevarse ante la inmensidad de las cumbres. 

Desde el refugio de Castiglione Marmolada contemplo, bajo la lluvia, un glaciar de otrora con la perplejidad de un niño que mirara el mundo por primera vez, con asombro y devoción. 

El refugio de Castiglione, que Álida y Jordi conocen bien, se me antoja un sitio estupendo para reponer fuerzas tomando una pasta con corzo. Y un strudel de postre. De repente, el verano se transforma, a estas alturas, en una especie de invierno.
La Marmolada es, cabe señalarlo, el pico más alto de las dolomitas, superando los 3000 metros. 
Dolomitas de Brenta

En el fondo uno lleva su paisaje, la memoria de su paisaje, adonde quiera que va. Y hasta las dolomitas me hacen fantasear con las hoces de Vegace
rvera. 

Las dolomitas (lo digo en femenino, que es lo correcto, según me cuentan) configuran el paisaje del Trentino Alto Adige, una zona que también está salpicada de bellos lagos. Y castillos que nos hacen fantasear con el romanticismo, una vez más. 
Lagos y castillos en un entorno privilegiado, con nieve en invierno (habría que visitarlos en esta estación) y coloridos en verano. Uno quisiera algún lago para Noceda del Bierzo (se dice que, hace millones de años, Noceda puedo haber sido un lago), incluido un castillo, por ejemplo, en las Peñas de la Gualta, dominando el valle uterino. Pues eso, prosigamos soñando.
Lago Molveno, al fondo dolomitas de Brenta
Lo que resulta curioso es que, cuando vemos un paisaje alpino, rápido lo asociamos con Suiza, con Austria, con Alemania o incluso con Francia. Pero nunca o casi nunca con la bellísima Italia, que se nos hace, aun sin conocerla, mediterránea, terrosa, bronceada, del color de la carne, como vemos en El vientre del arquitecto de Greenaway, que es una película, conviene aclararlo, ambientada en Roma. Y la ciudad eterna es pura carnalidad, belleza comestible, porque la belleza será comestible o no será, como nos dijera el surrealista Dalí. 

El Oeste del Trentino resulta igualmente fascinante, atravesando el Val di Non o el valle de los manzanos (una sidrina vendría bien para combatir el calor de principios de julio) y visitando los lagos de Molveno y Toblino.
Lago Molveno

El azulado y turístico lago de Molveno, a los pies de las dolomitas de Brenta. Y el lago Toblino con su castillo, que me traslada, bajo su luz irreal, a una época romántica, tal vez a ese filandón que organizaran a orillas del lago suizo de Leman, en Ginebra, Polidori, Lord Byron y la propia Mary Shelley, entre algún otro como su amantísimo novio Percy B. Shelley (enterrado en el cementerio protestante de Roma), logrando Mary llevarse la gata al agua con esa obra extraordinaria que es Frankenstein (me enternecen los pasajes en que el monstruo toma la palabra, para decirnos, a grandes rasgos, que sólo necesita amor, una mujer a su imagen y semejanza, con quien compartir amor). 

Bueno, Polidori, el médico de Byron, también consiguió escribir El vampiro.
Pues sí, el lago de Toblino me hizo viajar a otra época, a otro tiempo impregnado de romanticismo y tal vez de literatura fantasmagórica.
No me extraña que los viajeros románticos sintieran una hipnótica fascinación por los Alpes, por las grandes montañas, por la belleza del abismo. Y también por esos lagos de los que brotan los monstruos y las leyendas
.

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