domingo, 24 de marzo de 2019

Roma, capital de plazas y fuentes


                       
           
                                                           Mi Vaticano es la tumba de John Keats.
Juan Carlos Mestre, La tumba de Keats.

                                El único verdadero viaje, el único baño de juventud sería el de no andar hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos.
                                  Marcel Proust, En busca del tiempo perdido.

Escribir sobre Roma es como echarse una carrera, montado en bicicleta, sobre la cuerda floja y malabar de un circo. El gran circo romano, Circo Máximo, escaparate antiguo y moderno donde nos hemos visto reflejados tantas veces.
(Texto incluido en mi libro Viajes sin mapa, de 2008)

            Tanto se ha escrito sobre esta ciudad, que a uno le entra como pánico al intentar contar algo original sobre ella, lo cual que es un ejercicio de titanes o gladiadores. Sin embargo, siempre puede resultar estimulante y atrevido adentrarse en la Ciudad Eterna, tal vez con la mirada inocente de un niño que se asombrara de cuanto ve, escucha y degusta. A uno, en todo caso, le gusta escribir sobre aquello con lo que está o cree estar familiarizado, y Roma es una de esas ciudades en las que uno se siente como si estuviera en casa. Roma es, incluso en la actualidad, una ciudad hecha a escala humana, pintada con los colores terrosos de la piel, y el naranja tostado de la carne humana. Hay ciudades, como es el caso de la capital italiana, en la que nada más poner los pies, te sientes cautivado. Hay un aroma especial, natural, impregnado por la pasta, las pizzas y el café, un clima extraordinario y un colorido que te invitan a quedarte. A uno, dicho sea de paso, le gustaría quedarse a vivir en Roma una temporada.


            Desde que visitara esta ciudad en 1988, en un viaje iniciático por Italia,  he estado en ella varias veces. A lo mejor es cierto eso de que, quien arroja una moneda a la Fontana de Trevi, vuelve a Roma. En realidad, esto no deja de ser una superstición. Pues uno sólo cumplió con este ritual la primera vez. Luego uno ha vuelto a Roma sin haber lanzado la moneda a la fuente porque lo que se quiere de verdad a menudo se suele conseguir. Hubo un tiempo en que sentía devoción por Italia, y acostumbraba a viajar a este país todos los años. ¿Quién no se siente a gusto en un país hermano? Un país tan próximo en cultura, lengua, forma de ser y entender la realidad.  Ahora he vuelto a recuperar el gusto por este país, y esta ciudad de ciudades. Roma es como la mamá que uno siempre lleva presente en el corazón. “Roma, cuerpo de diosa litográfica y fuerte, ruina y mitología, temperatura de oro”, según Umbral.
El capitolio


           A uno le gusta Roma, incluso sin haber estado nunca en ella, como diría el mago Fellini acerca de Viena. Y aunque esto parezca una tontería, no lo es tanto habida cuenta de que Roma está presente en el subconsciente, allí donde van a parar las imágenes,  desde que uno era un niño. La Roma de Fellini, Pasolini, Rossellini, De Sica, Vacaciones en Roma de Wyler, y aun la mirada poética de Greenaway acerca de la arquitectura romana han calado hondo. Roma forma parte de nuestro imaginario colectivo. Cuando uno visita su foro, el Coliseo, el Capitolio, sus monumentos milenarios, su Vía Appia Antica siente como escalofríos. 
Loba capitolina

Es una emoción tan intensa que te ayuda a repensar tu realidad y la historia al completo. Mas no es sólo la Roma antigua, monumental, la Roma Imperial y Papal, la que logra estremecerte, sino la Roma que tienes ante tus ojos, la Roma que saboreas, las diferentes Romas que han quedado en pie para regocijo de oriundos y viajeros: Aurelia, San Pietro, Trastevere,  Ostiense, Tuscolana, Tiburtina, Termini. Cuando uno llega a la capital Imperial en tren desde el norte del país va adentrándose poco a poco en cada una de esas Romas hasta llegar a la legendaria y cinematográfica Estación Termini. Y es que Roma llegó a ser, además de capital mundial,  cargada de historia, la ciudad del cine, la Cinecittà de Europa. Desde que Fellini nos dijo adiós, Cinecittà ya no es ni su sombra. Pero aún así merece una visita, sobre todo para aquellos amantes del séptimo arte.

            Cinecittà

            Roma es en sí misma un gran plató de cine. Es probable que sea una de las ciudades más filmadas del mundo. Fellini llegó a reinventar Roma en algunas de sus magistrales películas como La dolce vita y la propia Roma. Anita Ekberg surgida como una loba o matrona capitolina de la Fontana de Trevi es una escena que ha quedado grabada en la retina de la memoria de cualquier cinéfilo. Y es que Roma tiene mucho de Mamma. Por otra parte, está la propia ciudad del cine (Cinecittà) a las afueras de la capital, en el sureste, a la que se puede llegar en metro. En esta grandiosa ciudad del cine rodó Fellini gran parte de sus películas, incluso construyó en plató la famosa Vía Vittorio Veneto, que sigue siendo una de las vías más animadas y lujosas de la ciudad.
            Para acceder a Cinecittà se necesita un permiso previo, aunque uno siempre tiene la posibilidad de darse una vuelta por los alrededores y echar algún vistazo al interior. Enfrente de Cinecittà está el antiguo Centro Sperimentale di Cinematografía, hoy Escuela Nacional de cine, donde se han formado grandes directores del cine italiano, y algunos prestigiosos del cine Latinoamericano como es el caso de Julio García Espinosa o Gutiérrez Alea, alias Titón. Incluso García Márquez, el premio Nobel, llegó a estudiar en este centro, que fundara el Duce.

            Calles, callejuelas, fuentes y plazas


            Roma, aunque sea una ciudad grande, está hecha para pasearla y recorrerla a pie o en vespa. Como vemos a Moretti en Caro Diario. A medida que uno la recorre se va encontrando con calles, callejuelas, fuentes y plazas únicas, porque Roma es sobre todo una ciudad de fuentes y plazas o de plazas-fuente. 
Fontana de Trevi

Roma es la ciudad del agua, y por supuesto del agua potable. No en vano tuvieron la ingeniosa idea de construir esa ciudad en lugar tan privilegiado, y a tan pocos kilómetros de la Playa de Ostia. En cualquier esquina, calle o plaza te topas con una o varias fuentes, y eso se agradece mucho, más que nada en verano, que suele atizar el sol. Roma es sin duda la capital de las fuentes y las plazas, algunas realmente hermosas y pintorescas: la fuente de los Cuatro Ríos en la Piazza Navona, la del Tritón en la plaza Barberini y, al pie de la Escalinata de la Trinidad del Monte, la Fuente de la Barca, obras del maestro Bernini, la de las Náyades en la República, la mítica Fontana de Trevi, las Cuatro Fuentes, que representan al Nilo, al Tíber, a Juno y a Diana.  O una sencilla y retirada que hay en el Trastevere, en Vía della Cisterna, que es una cuba de la que brota el agua.
Campo dei Fiori


            Uno siente especial predilección por Campo dei Fiori, donde por cierto hay dos fuentes, además de la imponente estatua de Giordano Bruno. Campo dei Fiori, sin llegar a ser un lugar muy visitado por turistas y viajeros, es una plaza popular, en la que montan un mercado de frutas, y donde uno puede saborear un excelente cappuccino en el café Magnolia al precio increíble de 0,90 céntimos. Por supuesto, uno debe tomarlo en barra, si no quiere que le encasqueten tres euros en terraza. La picaresca italiana está a la orden del día. La clave, como todo en esta vida, consiste en andar despierto. Aquí y allá. Y al lado de Campo dei Fiori está la Bruschetteria de la Via dei Giubbonari, en la que se comen deliciosas pizzas al taglio. La caprese, en particular, está muy buena. Tan buena como la rubiecita que te las corta y calienta en el horno. 
Panteón

Otra calle mítica y chic es la Vittorio Veneto, donde están algunos de los mejores bares y restaurantes de la ciudad. Esta es la vía por excelencia de La dolce vita, el dolce far niente, la calle en la que Fellini rodara algunas de sus mejores secuencias, la calle del Café París, cuya entrada está repleta de fotos del gran cineasta italiano. Hay incluso una placa, al lado del Café París, dedicada al maestro: “A Federico Fellini che fece di Via Veneto il teatro della dolce vita” (20 Gennaio 1995). También al cineasta le han dedicado el Largo Fellini, que está al final de Vía Veneto, en el límite con Villa Borghese.


            Villa Borghese es como el gran pulmón de la ciudad, un parque agradable, al que los romanos y algunos turistas van a estirar las piernas y oxigenar sus neuronas, a pasear en bici o en cochecitos de alquiler. Desde Villa Borghese se tienen magníficas panorámicas de la ciudad, sobre todo al atardecer, cuando se pone el sol.
Termas de Caracalla
            Otra vía asociada al cine y los cineastas es Porta San Sebastiano, que está al lado de las Termas de Caracalla. En esta vía están las casas de Alberto Sordi, Mastroianni, Roberto Benigni y Anna Magnani. “En la Casa de Sordi vive su hermana porque él no estaba casado”, agrega un señor. “Y esta es la casa de Mastroianni, cuando vivía con Catherine Deneuve”, señala con entusiasmo. “Y esta es la casa de Benigni, y la otra de la Magnani”. La vía di Porta San Sebastiano es idílica para vivir. Es como si de repente uno entrara en un bosque encantado, donde cantan las chicharras y silba el ruiseñor. La Vía Porta San Sebastiano se prolonga con la Vía Appia Antica. Si uno dispone de tiempo merece la pena darse un paseo a lo largo de esta Vía, aunque sólo sea hasta la tumba de Cecilia Metella.


            Uno no debe dejar de visitar, además de la Navona, las plazas del Panteón, Spagna y el  Popolo.
piazza Navona
            Desde que viera la película El vientre de un arquitecto de Greenaway el Panteón es como el símbolo supremo de Roma. Uno visita este monumento como quien se adentrara en otra dimensión.       
A Piazza Spagna uno va sobre todo a sentarse, en compañía de otros muchos turistas e italianos, en las Escalinatas de la Trinidad, a fumarse un cigarrillo, mientras contempla el vaivén de la muchedumbre, al tiempo que disfruta de un cielo azul despejado, comestible y protector. A uno se le antoja que el cielo de Roma siempre es azul. A esta plaza van los italianos a ligar con las guirufas, que se tienden al sol con los muslos al aire y unos escotes que provocan vértigo. En esta plaza también está la casa-museo de los poetas románticos Shelley  y Keats, lo cual que es otro motivo para darse un garbeo por la misma. Devotos, y aun fetichistas, de los poetas ingleses están de enhorabuena porque en esta casa-museo se pueden ver manuscritos, cartas, incluso mechones de la cabellera de Keats. Sabemos que los románticos ingleses, por lo general, se sentían muy atraídos por la capital italiana. El extraordinario clima de Roma atrae mucho a los turistas de los países nórdicos. Shelley y Keats están enterrados en el cementerio protestante de la ciudad.

            El cementerio protestante

            A la entrada del cementerio hay una placa con una inscripción que reza así: “Cimitero Acattolico per gli stranieri al testaccio. Protestant Cemetery”. Está ubicado cerca del metro Pirámide, en Vía Caio Cestio, número 6, al lado de la Pirámide Cestia, en el sur de la ciudad. No resulta complicado llegar a pie, aunque uno tenga que caminar desde Estación Termini. 

El cementerio es pequeño y acogedor, y desde donde está la tumba de John Keats se tienen vistas hermosas sobre la Pirámide. Al lado de Keats están los restos de su amigo y poeta Joseph Severn (fallecido en 1879). No lejos de éstas se pueden ver las tumbas de Percy Bysse Shelley y su hijo William. P. B. Shelley, quien fuera amigo de Byron, huyó a Roma con la que luego sería su mujer,  Mary W. Shelley, autora de Frankenstein. En este cementerio,  "el lugar más santo de Roma”, según Oscar Wilde, también está la tumba del hijo de Goethe y de Antonio Gramsci. Aunque no hay guía que te indique las tumbas no resulta complicado encontrarlas, porque están bien señalizadas, salvo la de Gramsci. Roma, como París, es también un gran cementerio o catacumba donde están enterrados insignes artistas e ilustres difuntos.

            Roma Termini

            Roma es una ciudad donde el alojamiento, ya sean hoteles, hostales o pensiones, no resulta barato al viajero, mochilero o turista de pocos posibles. Sin embargo, en los últimos años se ha ampliado la oferta con los hostels y los bed and breakfast. En los aledaños de Estación Termini uno puede encontrar varios de estos alojamientos. En concreto, en la Vía Palestro, número 49, hay varios hostels y bed and breakfast. Entre ellos está el Much More, cuyo gerente es Americo, un tipo simpático y amable, con quien uno ha tenido el placer de charlar. Es el Much More un alojamiento más que recomendable, no sólo porque es un sitio con precios razonables, sino porque es quizá uno de los hostales más limpios de cuantos haya visto, y la atención de Americo y una señora, que es como la encargada, hacen de este pequeño y acogedor hostal un hotel de primera. Hasta tienen la deferencia de servirte el desayuno en la habitación y a la hora que les digas. Un desayuno, por lo demás, excelente. En los alrededores de Estación Termini hay mucha vida día y noche. Es una zona animada. Ya se sabe que en torno a las estaciones de tren se mueve mucho el personal, y Termini es una estación enorme.             Justo enfrente de Termini, en la Vía Marsala, número 68, hay una Tavola Calda en la que se come bien y a precios asequibles.

            Trastevere


            Este es uno de los barrios más pintorescos de Roma, donde hay multitud de pequeños restaurantes o tavolas caldas, que sirven comida típica. Hay un ristorante, Rugantino, en la piazza Sonnino, que sirve comida para rechuparse los dedos: lasagna al forno, saltimbocca, etc. La última vez me sirvió una chica llamada Kicca, siciliana de Catania, con un rostro de ángel. Y eso hizo que la comida fuera aún mejor.
Piazza de Santa María in Trastevere
  El Trastevere conserva ese aspecto decadente, que lo vuelve romántico, íntimo. Aquí, más que en ningún otro lugar de Roma, uno se siente como en su pueblo, en su hogar. Este es el barrio donde vive o vivió el cineasta Bertolucci, así como nuestro gran poeta Rafael Alberti, quien se convirtió “en vecino de este barrio para cantarlo humildemente, graciosamente, rehuyendo la Roma monumental, amando sólo la antioficial, la más antigoethiana que pueda imaginarse: la Roma trasteverina de los artesanos, los muros rotos, pintarrajeados de inscripciones políticas o amorosas, la secreta, estática, nocturna y, de improviso, muda y solitaria: (¡Ah!, quien no ha visto esta parte del mundo/ no sabrá nunca para qué ha nacido), escribió Giuseppe Gioachino Belli con orgullo” (La arboleda perdida, 2, Tercer y Cuarto libros (1931-1987).

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