martes, 12 de febrero de 2019

El maestro Miguel Delibes

Leyendo y aun releyendo al maestro Delibes podemos aprender a escribir de un modo sencillo y a la vez con xeito (permitidme este término). No en vano, el escritor vallisoletano, que le dedica toda una novela a su ciudad natal, El hereje (con una ruta por la misma), manejaba no sólo el lenguaje periodístico (director de El Norte de Castilla, que llegó a ser, lo que le procuró problemas de censura) sino el literario. A veces uno se pregunta cuál es la diferencia entre un lenguaje periodístico trabajado (ay no, que el periodismo requiere premura) y uno literario. 


La clave, en todo caso, es escribir para que a uno lo entiendan. Ese es el primer punto. De lo contrario, si escribimos (y no se nos entiende, o se entiende otra cosa que la que queremos expresar), mal vamos. 
La escritura, como todo, requiere entrenamiento, oficio, aunque el talento no se consiga escribiendo y escribiendo. O puede que sí. 
El talento es algo que los románticos (y aun otros/as) han idealizado y elevado a la categoría divina. Pero esto daría para mucha tela que cortar. Así que centrémonos. 

A Delibes no sólo lo entendemos, sino que además nos introduce de lleno en la emoción, con esos personajes inolvidables, que percibimos y sentimos de carne y hueso, como el Azarías, de Los Santos inocentes, el Nini de Las ratas o Daniel el Mochuelo, de El camino, entre otros muchos. Y además nos ayuda a reflexionar, como buen escritor que es, acerca del mundo en que vivimos. 
Él conocía muy bien su tierra, la tierra castellana, no sólo el entorno urbano sino sobre todo el ámbito rural (era un excelente cazador, ahí está su Diario de un cazador). Y todas esas novelas, que ya he citado, entre ellas El disputado voto del señor Cayo, por poner algún ejemplo brillante, o algunos relatos como El pueblo en la cara, donde el campo y lo campestre están bien presentes. O bien relatos magníficos como La mortaja, donde se funde la infancia, la naturaleza y la muerte (temas, por lo demás, recurrentes en toda su obra). 

Un gran defensor de la naturaleza. Y por ende un buen conocedor de la flora y la fauna, algo que nos apasiona a quienes hemos nacido y nos hemos criado en un pueblo. Esos pueblos que, con el transcurrir de los años, se nos han ido muriendo. Y se nos siguen muriendo. 
Nadie pone remedio a esto, porque, en el fondo, a los políticos y gestores de turno les interesa tener recluida a la población en las grandes colmenas de una gran ciudad. Pongamos por caso en Madrid, que quieren convertir en una megalópolis. 
Por eso hay que releer a Delibes, para religarnos con nuestra naturaleza, con nuestra madre tierra,  que es la que podría darnos de comer. 
Vivir de un modo más natural. Sentir de un modo menos artificial. Y por supuesto deberíamos volver a los libros del maestro castellano (él que también puedo conocer otros mundos, gracias a sus viajes como profesor visitante, como a Estados Unidos) para aprender a escribir con tino, con precisión, con sencillez y a la vez con profundidad, con la profundidad con la que hablan los grandes actores y actrices en escena. No en vano, las una gran parte de las obras de este escritor han sido llevadas al cine. Y al teatro. Con versiones magníficas (casi) todas ellas.

Releo El camino y Los santos inocentes. Y me resultan apasionantes. Vuelvo sobre Cinco horas con Mario. Y me quedo maravillado. Con ese soliloquio o monólogo que le larga Carmen-Menchu a su marido Mario de cuerpo presente. Un recurso magnífico, que al parecer se le ocurriera a Delibes como un modo eficaz de sortear la censura imperante de la época. Pues se trata de una novela de los años 60, que por cierto refleja, a través de los pensamientos y sentires de Carmen, esa época. Con una Carmen espantosa en sus decires, que en verdad reflejan su modo de pensar, frente a un Mario muerto, que no puede hablarnos, que no puede contarnos nada. Aunque sabemos, a través de su esposa, cómo era (siempre desde su punto de vista, claro está). Me entusiasma Cinco horas con Mario. Y la interpretación que lograra Lola Herrera como Carmen Sotillo, la mujer de Mario. 

Leo en estos momentos Castilla habla, que dedica al pintor Vela Zanetti, que tanta relación tuviera con la capital leonesa (ahí está su museo fundación). 
Un volumen, Castilla habla, que recoge artículos varios, entre los que aparece incluso el Bierzo con Las oreanas del Sil (las buscadoras de oro). O bien el de Los galleros de Boñar, que se dedican a la cría de gallos de pluma fina. Merece la pena, asimismo, el que recuerda la figura de El capador, que ha desaparecido de la faz de la tierra, creo. Recuerdo al capador de Cabanillas de San Justo, que iba por los pueblos de la contorna del Bierzo Alto capando gochos. 
Pues eso, seguiremos leyendo y releyendo a Delibes con el fin de aprender a escribir. 

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