viernes, 4 de enero de 2019

Después del viaje

Después de viajar durante dos semanas por Al Magrib me he quedado literalmente desinflado. Y necesitaré días para asentarme de nuevo en la realidad, en esta realidad/irrealidad, digamos occidental, consumista, cuya modernidad se me antoja, como al bueno de Bauman, líquida, inasible. 
Después de viajar durante estas últimas semanas por el Morocco siento que me he quedado como hipnotizado, acaso arrullado por esas olas rítmicas, musicales que viera/escuchara en Essaouira, la antigua Mogador portuguesa, donde las puestas de sol resultan puro arte. 
El Atlas como útero gistredense

La auténtica poesía brota de la naturaleza, de la belleza, de la pureza. Pero de momento no adelantemos acontecimientos. Aunque, quienes habéis seguido más o menos mi periplo por tierras y mares marroquíes, sabéis de que os hablo. 
Varios días fuera de casa, del útero de Gistredo (ya van muchos, entre pitos y flautines, cerca de mes, pues aún no he regresado a la matria. Ya parezco todo un nómada. No sólo Marruecos, sino Madrid, a la ida y a la vuelta. Y ahora la ciudad de León, donde también tengo mis afectos familiares) hacen que no logre, aún, sostenerme pie firme en la realidad. A lo mejor es que me gusta volar. Como esas cigüeñas que asoman sus picos, con sus nidos bien armados, en las espadañas de las ermitas e iglesias de los pueblos leoneses. Definitivamente, me entusiasma volar, volar incluso muy alto. Y hacerme también golondrina, pajarito con grandes y poderosas alas, capaz de surcar los cielos como el labrador o campesino surca sus campos y sus tierras. De repente, me asaltan los campos de Castilla de Machado. 
Dadés

En algún momento tendré que aterrizar. Y volver el mundo real. ¿Acaso el otro no es real? Todo pasa tan rápido. Todo es tan efímero. 
El útero de Gistredo, Noceda del Bierzo, sigue de luto -y seguirá- por el fallecimiento reciente de Paco, Paco el pescadero, un hombre que trabajó duro, como tantos paisanos, tantas paisanas. Y que la parca se lo ha llevado con 82 años, que no es nada. Entonces, en tiempos de posguerra la vida era dura. Muy dura. La vida nunca ha sido fácil, al menos para quienes tienen que ganarse el pan con el sudor de su frente, que son la inmensa mayoría. 
Todrá

Ahora que lo pienso (no soy rico, ni nada que se le parezca, pero sí me siento afortunado. Y hasta un privilegiado por el hecho de poder viajar. Y reflexionar. Y haber tenido la posibilidad de formarme. De poder leer. De poder escribir. Cuánta gente en el mundo puede decir lo mismo. Cuánta gente está alfabetizada y es capaz de leer con criterio, de descifrar los códigos de la escritura, capaz de pensar por sí misma. Cuánta...). Por todo eso siento que soy un privilegiado. Y lo único que pido es salud, mucha salud (física y psíquica, que es toda una) para poder seguir viajando, sintiendo, leyendo, escribiendo, amando también. Amar y ser amado, lo mejor que te puede ocurrir. 
Hoy necesito reposar. Y reflexionar. En verdad, la reflexión va con uno. Imposible desprenderse de la misma. También la emoción va con uno. Soy un ser emocional, acaso antes que racional, aunque la razón también tenga peso en mi ser. Más de lo que quisiera, tal vez. El mundo en que vivimos, visto lo visto, no es nada racional. Ni allá ni acá. Ni de un lado ni de otro. 
Sáhara, Merzouga

Si en el fondo los seres humanos, salvando los condicionantes culturales, religiosos... (lo artificial, podríamos decir, que a veces son un montón, todo hay que decirlo) somos iguales en todo el orbe, iguales en emociones básicas: llorar, reír, sentir miedo..., no así en igualdad de condiciones... porque la desigualdad, las clases, las castas, las jerarquías, reinan en el planeta Tierra. Y seguirán reinando (empezando obvio es por los reinos, qué sentido tienen los reinos en el siglo XXI) porque nadie tiene interés en poner fin a tal farsa. Me refiero a quienes podrían hacer algo por cambiar esto. Porque el pueblo, que no manda nada, nunca podrá poner patas arriba lo que está bien arraigado en la sociedad, a menos que se produzca una revolución en toda regla (y aun así) como ocurriera, por ejemplo, con la Revolución Francesa, que en cierto modo también acabó sembrando el terror. Igualdad, libertad y fraternidad siguen siendo términos utópicos. 
En todo caso, viajar resulta, una vez más, terapéutico, como escribir. Por eso deberíamos viajar y escribir más, viajar y leer más. Sentir. Sentirlo todo. Viajar nos permite desenchufarnos de lo cotidiano, de lo rutinario (incluso desenchufarnos del televisor, de la caja tonta, del gallinero en que se convierten algunos programas, hace tiempo que no me paro a ver la tele, algo que me está sentando muy bien), salir de la zona de confort, exponernos, abrir nuestros sentidos, salir al exterior y a la vez, qué maravilla, religarnos con nuestro interior. 
Atlas, hacia Ouarzazate

Viajar debería ser una materia obligatoria, al igual que leer (leer a través de los paisajes y los paisanajes) y escribir. La escritura con fines balsámicos. El viaje como un encuentro con el Otro. Con otras culturas y formas de vida. Un encuentro con uno mismo, en definitiva.  Pero al sistema castrador, devorador, caníbal no le interesa que la gente piense por sí misma, que sea libre, que pueda expresarse como desea. Al sistema lo que le interesa es mantener a la población a raya, en el redil, sumisa, sometida, incluso esclavizada a su cadena de producción. 
Sigamos viajando mientras podamos. Y dejémonos guiar por los versos de Kavafis: 

Cuando emprendas tu viaje a Itaca 
pide que el camino sea largo, 
lleno de aventuras, lleno de experiencias. 
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes 
ni al colérico Poseidón, 
seres tales jamás hallarás en tu camino, 
si tu pensar es elevado, si selecta 
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. 
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes 
ni al salvaje Poseidón encontrarás, 
si no los llevas dentro de tu alma, 
si no los yergue tu alma ante ti.

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