lunes, 15 de octubre de 2018

Lectura y escritura, esenciales

Muchas gracias, Mar Iglesias, por esta estupenda entrevista en La Nueva Crónica acerca de los cursos/talleres de escritura creativa que vengo impartiendo, como bien señalas, desde hace casi 20 años, en un principio en la Escuela de Cine de Ponferrada, como materia para el alumnado de la especialidad de Guion Cinematográfico. Y posteriormente como cursos/talleres de extensión universitaria en la ULE. 
Veinte años, ay, son muchos años en la vida de una persona, Y uno se da cuenta del paso del tiempo cuando ya ha alcanzado el medio siglo, incluso antes de llegar a esta etapa. La vida vuela. Pero esto daría para mucha reflexión, incluso para un ensayo. El tiempo es oro, la sangre de quien escribe, también.
En efecto, la escritura creativa, aparte de un arte, se aprende con la práctica, con entrenamiento, leyendo y escribiendo sin parar. Y escribir requiere de todo el tiempo del mundo, incluso cuando uno está paseando (cual filósofo peripatético), o cuando nos ponemos a fregar los cacharros. Aunque mejor sería que dijéramos: "lavando los cacharros", porque en México el término fregar es otra cosa.  
Qué rica es nuestra lengua en sus diversas modulaciones por el mundo adelante. 
Hispanoamérica como manantial lingüístico riquísimo, tierra fértil en la que poder cultivar no sólo frijoles y maíz, sino palabras a esgalla. Tal vez por eso Valle-Inclán, por ejemplo, quiso darle un repaso, en el buen sentido del término, a la lengua española, desde Norteamérica a Sudamérica, en esa obra titulada Tirano Banderas (Novela de tierra caliente)
La escritura creativa amerita de muchas lecturas. La lectura como algo esencial, insustituible. La lectura como algo activo, creativo (mejor dicho, constructivo). Algo así llegó a decirnos otro grande, un magnífico inventor de lenguaje, Umbral, a quien nunca llegaron a admitir en la Real Academia de la Lengua. Manda cullons. Cómo está el patio. Los beneficios de la lectura y la escritura (siempre interrelacionadas) son muchos y muy saludables. La escritura, como sabemos, también cumple una función terapéutica, curativa. Nos ayuda a mantenernos en activo. 
Quizá sea necesario un don, un talento, para escribir. Pero lo mejor es que la escritura nos pille trabajando, leyendo, porque unas palabras, unas frases nos llevan a otras. Y así, en este plan. El lenguaje es pensamiento. No lo olvidemos. En definitiva, que la escritura tiene que fluir, tal vez como un río que va a dar a la mar. Pero para que eso ocurra hay que dedicarle miles de horas, todas las que podamos. O sea, que, como todo lo valioso, la escritura cuesta. Y mucho. Cuesta y vale, aunque la literatura en estado puro no llegue a cotizar en el mercado (alguna como la que produjera Rulfo, Gabo o Cortázar, tres pesos pesados, sí llegó y ha llegado a cotizarse). Y sólo lo haga la mediática, la que fabrican las macro-editoriales con claros intereses de venta al por mayor. Porque una cosa es la literatura en mayúsculas y otra la literatura industrial. 
 Cualquiera podría atreverse a contar una historia. Todos tenemos historias que contar. Pero lo importante es cómo las vamos a contar para que interesen a los lectores/as. Lo esencial, aun antes que el contenido, es el continente, la forma, el estilo. Por eso hay que practicar. Hacer ejercicios de estilo. Narrar incluso la misma historia desde diferentes puntos de vista, con diversos narradores, con varios tonos y registros lingüísticos. 
Para que nuestros escritos tengan enganche, chispa (aparte de aderezarlos con humor, con fuerza, con fluidez, con sencillez incluso, no exenta de lirismo) deberíamos narrarlos como si volviéramos a contarlos de nuevo, como si fuera la primera vez que los contáramos a alguien. Que nuestros lectores/as tengan al menos esa impresión. Ahí reside parte de la magia. O del misterio. Eso creo. 
Escribir con lenguaje sencillo, como lo hiciera Delibes (léanse por ejemplo Las ratas, El Camino o Los santos inocentes), puntuando de un modo adecuado, correcto, para que no nos asfixiemos, ni ahoguemos a los lectores.  Por eso, deberíamos insistir en la corrección no sólo orto-tipográfica sino de estilo. Y para eso hay que leer y leer, escribir y escribir. Además de tener la inquietud por aprender, por mejorar, siempre. Sólo con humildad y mucha inquietud lograremos nuestro propósito. Pero hay que quererlo de veras.
Si bien en la época actual se lee más que nunca, también es cierto que se leen cosas harto insustanciales, o que ya están redichas, que no aportan nada, o poca cosa. Uno se pregunta a menudo para qué se escriben tochos de más de 500 páginas, cuando uno podría decir eso mismo (o mejor, qué pretencioso) en 50 o 60 páginas. Si escribes bien 50 páginas, recuerdo que llegó a decir Umbral (que escribió muchísimo y bueno), ya podrías consagrarte. Siempre que esas páginas tengan chica. Mortal y rosa, del genio Umbral, es sublime en 200 páginas. Y La lluvia amarilla (en 140 páginas)de Julio Llamazares, por poner otro ejemplo, es conmovedora, de principio a fin, pura poesía, pura literatura. 
El propio Rulfo no llegó a las 500 páginas publicadas en toda su vida. Y está considerado como uno de los más grandes escritores de la Historia de la Literatura. 
Ahora, desde hace unos años, se lee más que nunca y se escribe más que nunca. Pero eso no quiere decir que seamos más listos (hay evolución y también involución) y leamos y escribamos mejor que en otros tiempos. 
Resulta en todo caso harto complicado la proeza conseguida por Cervantes con su Quijote. O lo que lograra Shakespeare con sus obras teatrales. Y para finalizar me atrevería a decir (a riesgo de meter la pata donde no procede) que hoy interesa más escribir que nunca, acaso porque la escritura podría llegar a reportar beneficios económicos (la lectura, que sepa, no los reporta de momento). Beneficios económicos para las grandes editoriales. Y para quienes gozan del privilegio de estar enchufados el sistema, que conectan con el público ofreciéndole buenas raciones de dopaje escritural. Vivimos en un mundo hipercapitalizado. Mercantilista. Y todo se mide, se cuantifica en dinero.
El dinero como significante que pudre cualquier significado. 
Se tiene una idea equivocada de la inspiración, a mi juicio, porque para escribir, aparte de estar tocado por las musas y/o musos (muso se le dice al gato en mi pueblo, el gato, ay, que es guardián de libros), para escribir medianamente bien hay que quemarse las pestañas leyendo día y noche, escribiendo, también día y noche, revisando y corrigiendo lo que uno escribe, pulirlo, depurarlo (la economía narrativa y la precisión son fundamentales, de esto sabía mucho el maestro Antonio Pereira) hasta el punto de que la escritura funcione, se entienda. Y si emociona y ayuda a reflexionar, entonces estamos ante una escritura artística, una prosa tocada por lo poético.
Por otra parte, creo que deberíamos ser humildes, trabajadores, porque, con humildad, se puede aprender. Deberíamos dejarnos guiar, seguir modelos de escritura, descubrir diferentes escritores y escritoras, hasta encontrar nuestro modo de contar. Trabajar sin parar hasta lograr nuestros objetivos. Aunque los caminos de la lectura y la escritura creativas son inagotables, infinitos, como el propio universo. 

https://www.lanuevacronica.com/como-todo-lo-valioso-la-escritura-cuesta-y-mucho



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