lunes, 6 de agosto de 2018

Roma capitolina


"Vivimos por un instante, sólo para caer en el completo olvido y el vacío infinito de tiempo de esta parte de nuestra existencia"
                                                        (Marco Aurelio)


Decíamos ayer... que hay muchas Romas, aunque todas ellas sean lobas o gatas, "¿qué será de Roma sin sus gatos?", escribe el poeta Alberti en La arboleda perdida, "dónde están  los gatos de los tejados y calles de mi barrio, dónde aquellos que siempre contemplé entre las ruinas ilustres de Roma". 
También el poeta gaditano escribió: "La vieja loba madre / ha sido derrotada por los gatos".  
¿Qué ocurre con mis gatos?, me digo yo, habida cuenta de que alguien se empeña en hacerlos desaparecer de mi vecindario de Noceda del Bierzo, el último recientemente, mientras viajo por Italia. Los gatos, guardianes de libros y ahuyentadores de ratas y ratones. Tan necesarios, al menos en los pueblos. 
El capitolio

Ahora recuerdo que en el cementerio protestante (acattolico), donde están los poetas románticos Keats ("Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua") y Piercy Shelley (el marido de Mary, la autora de Frankenstein) los gatos son dueños y señores del camposanto, por cierto un sitio de paz y tranquilidad, cual un huerto epicúreo, con vistas a la pirámide Cestia. Gatos que se echan siestas eternas sobre las tumbas de los finados. 
Me gusta esa Roma capitolina, el monumental Campidoglio (capitolio), con la escultura de la loba y en el centro de la plaza la estatua ecuestre del emperador y filósofo Marco Aurelio. Grandes sus Meditaciones.
Cementerio Acattolico

Decíamos ayer... que hay muchas Romas, y una es también la de Villa Borghese, que se me hace como un parque del Retiro a la romana, donde se funden en armonía arte y naturaleza. Un lugar estupendo para oxigenarse. Y es que Roma está llena de verdor y de agua, un paraíso. 
Existe otra Roma, la que se abre camino en la Via Appia Antica, una de las más importantes calzadas de la Roma antigua (en mi pueblo, en concreto en mi barrio, también hay una calzada). 
Después de darme un garbeo por las Termas de Caracalla (espectacular centro termal, que me hace recordar nuestras Médulas), me encamino hacia la Vía Appia Antica. 
Termas de Caracalla

Cabe señalar que las Termas de Caracalla son unas ruinas admirables, en las que por lo demás se organizan conciertos. Y sirvieron como lugar de rodaje, si mal no recuerdo, de una película impactante, La luna, de Bertolucci, que toca el tema del incesto entre una madre y un hijo adicto a las drogas. Con música de Verdi. Y acaso de Puccini (no estoy seguro de esto último, quizá es sólo mi deseo). Tendré que volver a verla. Y así disfrutar de nuevo de las Termas. 
Porta San Sebastiano

Camino durante algún tiempo por esta Vía legendaria, acaso con la esperanza de impregnarme del espíritu antiguo, de esa Roma esplendorosa, imperial, que tantas veces hemos visto en el cine (aunque a menudo los decorados sean de cartón). 
Cruzo la Porta San Sebastiano, también conocida como Porta Appia, y me adentro en la Vía Appia Antica, que recorro feliz, aunque con demasiado sol torrándome el cuerpo. Busco la sombra, cuasi inexistente. Lo malo, no lo recordaba así, es que el tráfico es intenso. Y no paran de circular autos en una y otra dirección. A lo largo de la Vía encuentro carteles indicativos de las diversas catacumbas: San Calixto, Santa Domitilla, San Sebastiano, y aun la tumba de Cecilia Metela.
Via Appia Antica
Pero llega un momento, asoleado y con ganas de echar un bocado, que me detengo en un bar, a orillas del camino. Tiene pinta de cantina de pueblo. Con su terraza. Y sus mesas cubiertas por manteles ajedrezados. Es hora de mangiare. Me siento. Y pido una lasaña a una muchacha que podría ser mismamente de mi pueblo. Aunque esta parla italiano. Sei italiana, davvero? Un rato más tarde, aparece un hombre con un plato de macarrones, aderezados con tomate. Pero esto no es una lasagna, señor, al menos en mi pueblo no las sirven así. Ah, disculpe, se excusa el hombre. He pedido una lasagna. Un tiempo después (no demasiado) aparece otra vez la mesera con el plato de la lasaña.
Bar en Via Appia Antica
Por fin. La verdad, está exquisita. O eso me parece. Será el apetito que tengo. 

Reposo la comida. Y me dispongo a regresar por la Porta San Sebastiano. A lo largo de la Vía encuentro alguna fontana, que me sacia la sed. Es una maravilla, que uno pueda hallar fuentes casi por doquier en Roma, en Roma centro. Y también en las afueras. El agua es la vida. 
Mis ganas por visitar las catacumbas son pocas. En una ocasión llegué a adentrarme en sus vericuetos. Pero esta vez perdono la visita. 
Regreso al centro de Roma, volviendo casi casi sobre mis pasos, descansando de vez en cuando en algún parque, Roma es un inmenso parque, o eso me parece. Hace un calor, una caló infernal. Como si a uno lo hubieran metido nomás en las calderas de Pedro Botero, el infierno que imaginara Dante. ¿El infierno es tan sólo una metáfora, verdad? ¿El infierno son los otros, como dijera el estrábico y lúcido existencialista Sartre o es también uno mismo? ¿Qué habré hecho para merecer esto?
Decíamos ayer... que hablaría acerca de la Roma cinematográfica.  Y en cierto modo ya lo he hecho, aunque sea de pasada. Roma es un gran plató de cine. Aparte de Cineccittà, que queda en las afueras (hay parada del metro o la metropolitana, aunque en esta ocasión no me allego hasta allí, la línea A roja, con final en Anagnina, la penúltima es Cinecittà). Cada sitio de Roma podría servir y ha servido para filmar. 
Trastevere

Roma es pura luz, con su luz anaranjada, "carne y sangre de Tiziano", con su gama de azules cielo, verdes naturaleza, rojos, blancos y dorados monumentales. Ahí están Vacaciones en Roma, de Wyler, la Roma de Fellini, además de La dolce vita, incluso Las noches de CabiriaOcho y medio... Y alguna más del maestro italiano de Rímini. O bien Roma, città aperta, de Rossellini, Mamma Roma Accattone, de Pasolini (aunque en este último film su director nos muestre una Roma barrial, periférica, que resulta irreconocible) o El ladrón de bicicletas (entrañable hasta hacerme saltar las lágrimas) y la propia Roma Termini, ambas del director y actor De Sica (a la que ya hiciera mención en otro post). 
Roma Termini

También Moretti nos lleva en vespa por las calles de Roma en su Caro Diario. Y Sorrentino, en La grande bellezza, revisita en cierto modo La dolce vita, de Fellini, que hace de la lujosa Vía Veneto un escenario inolvidable. Por cierto, en mi recorrido por esta Vía, con sus restaurantes glamurosos, me topo (aparte de la placa que homenajea al maestro) con dos chicas, amables, simpáticas, que están, al lado del restaurante Cadorin, recogiendo firmas contra la droga. Me invitan a firmar. Y es entonces cuando establezco conversa o plática con ellas. Me cuentan que están en el Proyecto Hombre (o en su equivalente en Italia). Una, jovencísima, está saliendo de la heroína. Qué palo. Ojalá logre abandonar ese mundo destructivo. La otra me dice que ya ha salido de un problema de alcoholismo que tuviera a raíz de que su novio la maltratara y acabara entrando en depresión (prefiero no mostrar foto, que conservo con afecto). 
Deborah, sonriente (24 años), chapurrea algo de español. Chiara, la mayor (tiene 42 años), dice que habla cosas básicas, al menos referentes a su trabajo, en varios idiomas. La comunicación con ellas es buena, en todo caso. Y el italiano es una lengua cercana, familiar, que me entusiasma, dicho sea de paso, una lengua lírica, musical, bellísima. Chiara me recomienda incluso que visite un bar cercano, Ludovisi, en la calle del mismo nombre, donde pueden verse fotos de La dolce vita. 

Por su parte, el británico Greenaway, en su estremecedora cinta El vientre de un arquitecto, con una emocionante banda sonora de Wim Mertens (que ahora estoy escuchando para ambientarme), nos muestra una Roma carnal, de carne y hueso, a través de la visión de un arquitecto americano que llega a la capital italiana para organizar una exposición dedicada al arquitecto francés Boullée. 

"Esto sucede ante la hora izquierda de mi vida, 
aquí donde Roma es una aldea de roja cal dormida bajo las rosas pútridas". 

                          (Juan Carlos Mestre, La tumba de Keats)

Y como colofón, está la Roma literaria: la Roma de Petronio y su Satiricón (que Fellini llevara al cine), la Roma de Ovidio... la Roma de tantos extranjeros que la han visitado. Y han dejado su impronta.
Legendario Café París en Vía Veneto
Como el propio Alberti, en
Roma, peligro para caminantes o en La arboleda perdida, incluso el berciano Juan Carlos Mestre, con su Tumba de Keats (que escribiera, durante su estancia a finales de los ochenta, como becario de la Academia de España en Roma),
Stendhal (Paseos por Roma), Gógol (Roma), Goethe (con casa en la Vía del Corso, 18; su hijo también figura enterrado en el cementerio protestante), o los ya mencionados Keats y Piercy Shelley, entre otros. Pre-figurativo, visionario se muestra el poeta romántico Piercy Shelley escribiendo lo siguiente: 
"El cementerio -se refiere al camposanto en que está enterrado- es un espacio abierto entre las ruinas, / y en invierno lo cubren violetas y margaritas. / Podría hacer que uno se enamorara de la muerte / al pensar en ser enterrado en un lugar tan grato".  
Roma, lugar para vivir. Lugar para morir. Por el momento, seguiremos disfrutando de su belleza, que engendra amor (Eros). Qué prevalezca el Eros sobre el Thánatos.  

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por compartir con nosotros tus vivencias y por hacerlo de una forma tan amena que no se puede dejar de leer ni de sentirse transportado ahí.

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  2. Qué placer leerte, qué gusto volver a recorrer Roma de tu mano! Qué maravilla, cuánta belleza en tu texto evocador... Gracias, Manuel!

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