miércoles, 2 de agosto de 2017

Jerusalén, ciudad divina... de la muerte

Divina de la muerte, como se dice ahora en lenguaje coloquial, así se revela Jerusalén (Yerushlaim), o al menos así se me mostró a mí, a este peregrino por las tierras de Dios. ¿De qué dios hablamos? Hay tantos. ¿Y diosas? Pues también. Los seres humanos construimos los dioses a nuestra imagen y semejanza. Así es Cristo (un fenómeno, al parecer) y Mahoma (otro fenómeno, pero este de otra catadura, al decir de algunos). 
Jerusalén, con su muro de lamentaciones

En realidad, los dioses han existido siempre en la naturaleza: el sol, la luna, la lluvia... el peyote para los tarahumaras de México lindo y querido. Y así en este plan de planes y de divinidades. 
Una de las mejores maneras de acercarse a los dioses es a través de 'El animal divino', un estupendo libro del gran maestro Gustavo Bueno, que ahora seguirá reflexionado en algún más allá (situado siempre en este más acá) acerca de ésta y otras tantísimas cuestiones que atañen el género humano-animal, porque no debemos olvidar (que nadie se engañe), que somos animales, a veces bestiales, en ocasiones cariñosos (no demasiado, a mi entender), tal vez por eso el mundo, nuestra Tierra, funciona de este modo, tan canibalesco, en el que el ser humano enseña sus colmillos de lobo al vecino, al prójimo. Haz el bien y no mires a quien.
Mas esto me late utópico. Así somos los seres humanos, demasiado animales para ser divinos, divinos de la muerte... como la propia Jerusalén, ciudad tres veces santa, ciudad castigada por los conflictos humanos, que no divinos, puesto que todo dios y todo cristo quiere encarnarse en divinidad y quedarse con la tierra sagrada. 
Cementerio judío en Monte de los Olivos
Esa es Jerusalén, "una ciudad divina" frente a Damasco, que se revela "humana", como me contara el periodista y escritor Eugenio García Gascón, mi mentor en tierra santa, sobre todo en Jerusalén, donde él vive desde hace años, como corresponsal, ejerciendo un periodismo elegante, magnífico. 

Había quedado con él desde España, gracias a nuestra amiga común Álida Ares, que vive en Italia, aunque ahora ya está en España de vacaciones, en Cataluña, a buen seguro. A ver si quedamos cuando venga al Bierzo. Espero que sí, para contarle, entre otros asuntos, mi hazaña bélica en la tierra prometida (es un decir esto de la hazaña bélica), aunque sí es cierto que asistí, en calidad de mero espectador, a alguna trifulca entre palestinos e israelitas. El eterno cantar de los cantares. 
Desde Monte de los Olivos
La propia Álida me recomendó subirme a la terraza del Hospicio austriaco, que es un hotel que queda en la Vía Dolorosa, y fue una experiencia fantástica. Lástima que cierren tan temprano la terraza. Cinco shequels te demandan por recrearte en las panorámicas desde esta terraza, que bien valen una misa orquestada o bien un muecín redoblado. No sé si se podrán redoblar los almuédanos (es broma).
Desde terraza del hospicio austriaco

Después de mi estancia en la ciudad de Tel Aviv, que resultó tranquila, me dirigí a Jerusalén, que está a pocos kilómetros de Tel Aviv. Me fui derechito a la Tahaná Merkazit (Estación de buses) y para allá que me encaminé. El precio del billete (para tratarse de Israel, un país caro para un españolito) cuesta 13,5 shequels, como el trayecto en tren desde el aeropuerto Ben Gurión a la estación central de trenes de Tel Aviv. Además se puede sacar directamente en el bus, con lo cual resulta hasta más cómodo, que el hecho de tener que comprarlo con antelación. El asunto es que haya plaza, que suele haber. 
Desde el interior de la Dominus Flevit, en el monte de los olivos

La estación de bus, como todos los lugares públicos, cuenta con mucho control y seguridad. Y por ahí que se ven tipos y tipas (mujeres muy jóvenes) armados/as hasta los dientes. Lo cierto es que la población israelí es muy joven, en general. No es un país de viejos y viejas como el nuestro (con todos los respetos, por supuesto hacia ellos y ellas, todos vamos por el mismo sendero, si llegamos, claro está, que tampoco es moco de pavo o de pava). 
Uno, al final, acaba habituándose a ver armado al personal. Qué curioso. Me hace recordar, salvando las distancias, a la policía de la mega (mega, de megalópolis) Ciudad de México en las estaciones de metro. Lugares, las estaciones de metro del Distrito Federal, donde se producen grandes aglomeraciones, sobre todo en horas punta. Una ciudad que supera en la actualidad los 25 millones de habitantes. Una locura. A sabiendas, todo hay que decirlo, que mucha gente no debe figurar en ningún censo. 
Rabinos, al fondo la torre de David

El viaje hasta Jerusalén, desde Tel Aviv, dura aproximadamente una hora, con lo cual se pasa en un santiamén. Hay que comenzar a rezar, que uno está llegando a la ciudad más santa del mundo, más santa y más infernal, por aquello de los rencores y tirrias que se tienen los israelíes y los palestinos, que, como ya he señalado, no se entienden ni a tiros. Tiros se metieron durante mi estancia en Jerusalén, con la consiguiente muerte de algunos militares y policías y algún centenar de heridos entre la población civil. Por eso Jerusalén es una ciudad divina... de la muerte. 
Una vez que llegas a la estación de buses, lo mejor es coger el tranvía, que queda enfrente de la salida, nada más cruzar la calle. Por cinco y pico shequels, cuyo billete adquirirás en una maquinita (conviene ir provisto de monedas) te plantas rápido en la ciudad vieja. También, si estás en forma y eres deportivo, puedes darte un paseito de poco más de un cuarto de hora, mientras visitas la elegante y moderna ciudad, con sus tiendas de moda, sus restaurantes lujosos, y aun el zoco, que siempre atrae al extranjero en busca de exotismo envuelto en aromas y sabores especiados y colores vistosísimos.
Vista al monte de los olivos con la basílica de las naciones y la iglesia ortodoxa rusa

En cualquier caso, merece la pena y mucho darse un voltión por esta capital universal, por este centro del universo, cargado de tanta historia. Es como si uno regresara en el tiempo (y hasta en el espacio, sobre todo en la ciudad amurallada) a otra época, a otro mundo, el que viviera Jesucristo a su paso por la Vía Dolorosa, que se conserva en pie, no sé si tal cual que otrora, pero ahí sigue para regocijo de viandantes y devotos de la cristiandad. Una vía, cabe señalar, muy custodiada por lo militar, al menos coincidiendo con mi visita, porque esa legendaria Vía parte de la conflictiva Lions' Gate (digo conflictiva porque en este sitio se montó el gran cirio, habida cuenta de que está al ladito de la Explanada de las Mezquitas, y es lugar de salida hacia Monte de los Olivos) y se prolonga, cruzando todo el barrio árabe, hasta desembocar en el famoso Santo Sepulcro, ubicado en el barrio cristiano. 
He de confesar, como buen católico, pues llegué a ser en algún momento de mi intrahistoria (bautizo y comunión en el lote), que un día, al intentar cruzar la Bab de los leones, un militar me impidió el paso, bueno, al final me dejó, alertándome de que no hiciera ni una sola foto. Pero el siguiente en ristre, con cara de muy mala follá, me pidió el pasaporte, me preguntó qué de dónde era, y me volteó. Casi me saca a patadas de allí, el muy jijo de su sarnosa mamacita. "Go out", me gritó. Joder, cómo para echarse a mear y no largar ni una gota. 
Vía Dolorosa

En todo caso pude pasear largo y tendido por la Vía Dolorosa (aunque también esta senda estuviera atestada de militares), acaso en busca de alguna quintaesencia, el arca de la Alianza, el Santo Grial, quizá esperando encontrarme con el espíritu (aunque no fuera encarnado) de Cristo Dios resucitado de entre todos los muertos (y muertas), de entre los muertos, como el título de la peli vertiginosa y trepidante del mago Hitchcock, dedicada a Carlotta Valdés. 
Deambular por este Camino de la Cruz, por este Vía Crucis, donde Cristo sufriera un auténtico calvario, lo impregna a uno de historia y aliento para levitar sobre el bien y el mal, incluso más allá del maniqueísmo del bien y el mal, como quisiera el gran filósofo y visionario Nietzsche, quien dijera, entre otras cosas, que si dios existiera, lo asesinaríamos.
"¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar?", se expresa el filósofo alemán, que parece otro judío cargándose a Cristo (perdón por la broma), aunque Hitler, que era un cabronazo, un psicópata en toda regla, leyó e interpretó a Nietzsche como le dio la gana. Y se apropió lo del superhombre cual figura de raza aria, algo que no es así (uno al menos no lo ve de ese modo), porque superhombre (y supermujer, pongamos también) es aquel o aquella capaz de pensar por sí mismo o por sí misma, que no se atiene a lo que diga el rebaño, a lo gregario. Qué difícil resulta pensar por uno mismo, sin que los otros piensen y aún actúen por uno. Y menos aún en esta sociedad uniformada, globalizada, en la que predomina el pensamiento plano (todos y todas pensamos, aunque sea en los recibos de la luz y la basura...), el intelecto ramplón, debilucho. Vivimos la derrota del pensamiento, como nos contara hace años el filósofo francés Finkielkraut en su lúcido ensayo, pues vivimos en una sociedad, según él, en la que da igual ocho que ochenta, y lo mismo vale un cómic que una novela de Navokov, un videoclip que una ópera de Verdi... Ahora todo es cultural, aunque esté ausente el pensamiento, el pensamiento fuerte, crítico. La razón, el humanismo se caen en aras de un nacionalismo exacerbado, que mete miedo. Y la nueva derecha también nos mete el miedo en el cuerpo (el miedo funciona como dios de cara a someter y paralizar a la población mundial) con una Europa asediada por inmigrantes procedentes de tierras pobres. Pobres inmigrantes, tendrán que comer, digo yo, que la tierra es de todos y de todas. ¿Qué es eso de apropiarse de las cosas, de los terrenos...? ¿Qué mierdas es eso de apropiarse incluso de las personas? ¿Dónde está la tan cantada libertad? La libertad como fantasma, por decirlo al estilo Buñuel. Qué grande el cineasta de Calanda. 
Adorando la losa en el Santo Sepulcro

Existo, luego debería pensar, sentir, sentirlo todo de todas las maneras, como quisiera el poeta portugués Pessoa. Hasta de catorce estaciones se habla en el Vía Crucis, tal como figura por ejemplo en un folletín que cogiera en una de las tiendas de la Vía Dolorosa, que no será menester relatar aquí, en este espacio.  
El viaje como sentimiento y emoción. El viaje a Jerusalén como un aprendizaje, una gran enseñanza, en busca de las huellas de la historia, que nos conforma y nos configura, mal o bien que nos pese. Hay que conocer la historia, al menos para intentar no repetirla, para no caer en los mismos errores. Por desgracia, la humanidad tropieza varias veces en la misma piedra. Ay, si Cristo levantara en verdad la cabeza y viera que su paisanaje sigue a hostiazo sucio, que Jerusalén, a pesar de su divinidad, recae, como él mismo, una y otra vez en el Thánatos, en la muerte, en el asesinato. 
Sangre de Cristo en el Santo Sepulcro (eso dicen)

No sé si estoy dando una imagen adecuada de esta tierra, que tanto atrae a turistas y viajeros de todo el orbe. Aquí sí me topé con manadas de turistas, incluso con españoles. Y resulta pintoresco, cuando menos, ver por sus calles a musulmanes, judíos, cristianos (algunas monjitas llegué a ver). Y escuchar no sólo el almuédano, que a uno lo trasporta a otro universo, sino las campanas habituales de los cristianos. Un mundo de sonidos y colores, de olores y sabores, siempre especiados, en la la ciudad amurallada, que en verdad es una medina, como la medina de Fez el Bali (bueno, esta es aún más genuina, o eso me parece, pero tampoco es cuestión de andar comparando, que luego el personal se alebestra). 
Medinear por la ciudad vieja de Jerusalén (vieja sobre todo en su barrio musulmán, el que conserva, a mi entender, todo el sabor y aroma propio de una medina, porque el barrio judío es harto moderno y aseado) es una experiencia extraordinaria, que te ayuda a sumergirte en un mundo inspirador, como de cuento, que en realidad lo es.  
Acercarse al Muro de Las Lamentaciones (control al canto), donde resulta sorprendente y espectacular ver orar a los rabinos. Al parecer, este muro está abierto día y noche y conectado al mundo entero mediante una webcam en directo. Y la gente va a cualquier hora, porque, si bien hubo movida en Jerusalén (lo que me impidiera, a mí y a tanta gente, visitar la Explanada de las mezquitas), también hay mucho control y vigilancia, con lo cual, aunque resulte 'parajódico' podría decirse que uno está a salvo de los posibles rateros o maleantes, que al decir popular no existen, o pasan de largo sin hacer ruido. Qué ironía, verdad. Les sirve el muro a la judería andante para lamentarse de la destrucción de la ciudad y la diáspora del pueblo hebreo. Y resulta habitual verlos introducir pepelines (suponemos que con algún ruego o petición) en las muchas rendijas que el muro tiene.
Sólo el Jerusalén antiguo, donde por cierto estaba mi alojamiento, el Hebrón Hostel, da para pasarse varios días, con sus mil y una noches, en el mismo. Pero extramuros también está el Monte de los Olivos, donde, aparte de olivos centenarios, acaso milenarios, hay unas vistas fantásticas a la gran ciudad. Hasta un hombre, con su burro, se deja fotografiar, eso sí, a cambio de guita, que todo en este mundo parece que lo mandara el poderoso caballero don Dinero, el único dios verdadero entre los mortales (como a buen seguro seguiría diciendo hoy mi padre), tanto de acá como de allá, y aun del más allá, que hasta los muertitos y muertitas, que en el mundo son, reclaman su pecunio. También llegué a ver a otro tipo, que andaba por allí con su camello. 

Visita de rigor se me antoja treparse al monte de los olivos, aunque haga una calor del copón bendito. Ahí encontrarás a taxistas que te ofrecen ir a Belén. Y aun a Jericó... Se necesita mucho tiempo, la verdad, para poder conocer un poco cada sitio. Y no se puede estar en todo, como Dios. La próxima vez, espero que la haya, podré ir con tranquilidad a Belén (el lugar natal de Jesús, según los evangelios de Lucas y Mateo, situada a pocos kilómetros de Jerusalén, en tierra Cisjordana, palestina) y a Jericó (considerada la ciudad más antigua del mundo, casi nada), y otros tantos sitios, llenos a rebosar de historia religiosa, de historia, sin más. 
En este monte, además, existen varios monumentos de interés, entre ellos alguno de corte ruso, como su brillante iglesia ortodoxa, el Dominus Flevit (desde cuyo interior, a través de un gran ventanal sobre el altar mayor, se divisa la ciudad), la gruta de tumbas de los profetas Zacarías y Malaquías, y sobre todo un cementerio judío impresionante, donde están enterradas, entre otras, algunas personas ilustres. Y a los pies del monte está la basílica de las Naciones y el famoso huerto de Gethsemaní, cuyos olivos, éstos sí, son a buen seguro de la época de Cristo. 
Se cuenta que en este jardín o huerto epicúreo (esto gusta de decirlo un servidor) Jesús rezó la última noche antes de que lo arrestaran unos soldados guiados por el guey de Judas Iscariote. Mientras escribo, escucho la banda sonora de 'La última tentación de Cristo', que me ayuda a trasladarme a ese tiempo. 
Siente uno una emoción intensa, aunque no me confiese creyente de nada, al estar en lugares impregnados de sacralidad, con una historia milenaria. 
Puerta Damasco


Adentrarse por cada una de las puertas, en total ocho: Jaffa o Yafo, Zion o Sión (pues mira hacia al monte Sión, al sur, de ahí el sionismo), Dung (puerta de las inmundicias, que da paso al muro de las lamentaciones), Golden (puerta de oro o de la misericordia), Lions' (puerta de los leones, pues conserva dos leoncitos a cada lado) Herod's (Puerta de Herodes, así llamada porque fue por donde entró Jesús cuando los delatores lo llevaron en presencia del cabrón Herodes Agripa), Damasco  (tal vez la más bonita y una de las más concurridas, con su exótico mercado), y Nueva Puerta (que, como su propio nombre indica, es la más reciente de todas, y acaso la más alta), creo recordar. Rodear la muralla a pie (lleva un buen rato, también se puede hacer un recorrido por encima de la misma, desde la Bab Yafo), una muralla que al parecer data del siglo XVI, gracias a Solimán el Magnífico, con lo cual la ciudad está reconstruida en su gran parte. 
Monjitas cerca de la Bab Jaffa y la  ciudadela de David

Echar la vista al sur, a esos suburbios, que en ocasiones hemos visto en televisión, mientras el gallo de turno entona un mea culpa, pobrecito, quizá sólo trate de cantar por soleares, instantes que me invitan a meterme de lleno en otra realidad, a veces con el colorido brillante de un espejismo o una alucinación. Recorrer una y otra vez la medina, por todos los barrios, incluido el armenio, que es en sí mismo como una fortaleza laberíntica, situada en el sudoeste. 
Dejarse empapar por las voces de los tenderos (sobre todo en el barrio árabe), que hablan toda suerte de lenguas, al menos de un modo rudimentario, conversar con ellos (muy buen tipo, Said), disfrutar del Hebrón Hostel, de su ambiente distendido, jovial, familiar, cercano, con Mustafá (y su hijo) al frente, quienes procuran en todo momento ser hospitalarios con sus  huéspedes, con esas cenas tempraneras, inolvidables, en la terraza del mismo. Una terraza que en la noche nutre de amor a los enamorados y procura serenidad a los solitarios en busca de una media luna creciente en el firmamento. 
Jerusalén extramuros

Un alojamiento, enclavado en la medina o barrio árabe, al que volvería, sin dudarlo, donde conociera a gente como Meryland, una brasileña despierta, que decidiera viajar a Israel para quedarse en Jerusalén, en concreto en el Hebrón Hostel, como voluntaria, o bien a la boliviano-catalana Mónica, con quien acabaría haciendo buenas migas, tanto es así que me mostró ese Jerusalén moderno y nocturno (tan parecido al primer mundo, en realidad es el primer mundo, aunque también pueda conseguirse una birra por cinco shequels en una tienda específica, todo un lujo) que ella ya conocía, por haber visitado la ciudad divina en otras ocasiones, y que me invita a Herzliya, ciudad próxima a Tel Aviv, a casa de sus familiares Zulema y Estefi. Muy amables y hospitalarias personas. 
Jerusalén, la ciudad que custodia tres grandes símbolos religiosos: el muro de las lamentaciones de los judíos, la losa sepulcral de los cristianos y la piedra de Mahoma, queda en la retina de mi memoria, también olfativa, afectiva, como un lugar al que volver. 

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