viernes, 6 de enero de 2017

Magos y Magas de Oriente

¡Qué felices y dichosos éramos en la infancia! La infancia, esa genuina patria o matria (me gusta este término), que tan bien cantara el gran poeta Rilke, cuyas Cartas a un joven poeta me parecen magníficas. Por cierto, recuerdo que, estando en el metro de París (temporada en la que uno vivía y laboraba en el Reino de Mickey), dejé olvidada en el asiento aledaño (vaya cabecina la mía, como para darme con un canto en la sesera) una mochilita con este libro de Rilke (en su versión francesa) y una supercámara de fotos que había comprado un año antes (1995) en Nueva York. 
Sacré Coeur-París
Cuando quise darme cuenta, casi al instante de haber puesto los pies en el andén de la parada del metro de marras, esa es la verdad, este ya se había puesto en marcha de nuevo en busca de otra estación. Por más que lo intenté, di parte, hice el pino y demás trámites, nunca logré recuperar el macuto, que alguno, paranoico perdido, interpretaría como mochila-bomba, tal es y era la psicosis de atentado terrorista, incluso en aquellos años, que a saber adónde fueron a parar mis tesoros, a alguna ínsula barataria, quizá. 
En Disney

Rilke (también con sus cartas, que volví a conseguir en formato libro) me ha devuelto a la infancia, ese tiempo feliz y dichoso en el que jugaba día y noche, aun en sueños, con ser "gilante". Así decía y pronunciaba, como un chinito del Bierzo Alto, mientras me dejaba trotar a ritmo vertiginoso por una campiña en cuesta de árboles frutales que aún hoy la conocemos como 'El Gilante'. Como la conociera el Señor Felipe (su dueño), mi vecino, el marido de la señora Josefa, que en paz esté, que en paz estén ambos. Vecinos casi familiares con los que conviví toda mi vida. Bueno, el señor Felipe nos dejó ya en el 2000. Qué veloz pasa el tiempo. 
En realidad, mi deseo era volar, volar muy alto, como un gigante. Qué maravilloso deseo, volar, volar adonde "haiga calorsito nomás', cuando uno conserva intactas las ilusiones, cuando uno es niño, con todo el porvenir por delante. Entonces, éramos felices y dichosos. Y el mundo se abría ante nosotros como una inmensidad repleta de aguinaldos. Y veíamos a los Reyes Magos de Oriente como si talmente existieran (voy a abandonar este plural, acaso mayestático, que parece que me desdoblara en exceso). 
Belén de Folgoso

En mi creencia o alucinación infantil, veía a los Reyes Magos subidos en sus camellos (a lo mejor eran dromedarios) caminando, bajo un cielo siempre estrellado y protector, acariciador incluso, por la zona de Labaniego, que es una aldea berciana enclavada en un monte bajo el que aún hay mucho carbón. Es como si aquel pueblo, entonces remoto (hoy recuperado y al alcance) se me antojara vía de acceso para que los Magos arribaran a Noceda, mi pueblo, mi lugar en el mundo, desde donde yo contemplaba, atónito, los anocheceres escarchados, ansioso por descubrir lo que me dejarían, en el balcón o corredor (entonces mi casa, la de mis padres, tenía corredor), aquellos Magos, que en verdad lo eran, capaces, cual héroes, de dejar aguinaldos a todos los rapacines y rapacinas del universo (aguinaldos entre los que no sólo estaba el carbón, tan habitual en la zona, sino otro tipo de regalos y juguetes). Y llegar desde tan lejos a joroba de dromedario. Siempre eran Magos. No había Magas. No os resulta sorprendente, ¿verdad? Habida cuenta del mundo en que vivimos. No había Magas, qué pena. Como La Maga de Rayuela, de Cortázar, que descubriría siendo ya un adulto, en concreto en París, uno de los escenarios de la mágica novela o nivola del escritor argentino, que permanece enterrado en el cementerio de Montparnasse, junto a otros grandes de las letras, como el propio César Vallejo ("Todos saben... Y no saben/ que la Luz es tísica, /y la Sombra gorda... /Y no saben que el misterio sintetiza... /que él es la joroba / musical y triste que a distancia denuncia / el paso meridiano de las lindes a las Lindes. / Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo, / grave"). 
Pues las Magas, si las había, no pintaban nada en este sarao y contubernio reyero (ni siguen pintando, porque es cosa de hombretones, esto de los Reyes Magos de Oriente..., de este Oriente polvorín, que estalla literalmente por los aires, sin que nadie le ponga freno ni remedio, vaya vergüenza). 
A Las Magas, las hechiceras, las han relegado a la condición de bruxas, que también en Noceda se hablaba de algunas, que te echaban el mal de ojo. Y se subían encima de escobas (ni un burro les permitían como sostén) para emprender vuelo por encima de sus pueblos. Una estampa que el afamado cineasta Spielberg retoma en ET, aunque en este caso, en vez de brujas pirujas y escobas, vemos a niños con sus bicis en vuelo. 
En la infancia uno era feliz porque no era consciente de la maldad humana, ni de la finitud, en la infancia uno era feliz porque jugaba día y noche (soñando con mundos amables) y todo era vida y dulzura, esperanza nuestra. En la infancia uno era feliz porque se subía a la bici como quien emprendiera vuelo hacia territorios inexplorados. La curiosidad nutrió al niño. Y lo estimuló a seguir volando, descubriendo nuevos espacios. El vuelo como ideal de libertad. El vuelo como sueño recurrente en la infancia, mi matria, en la que sigo viendo a los Magos y Magas de Oriente. A Las Magas, ay, repartiendo ahora sonrisas. 

2 comentarios:

  1. Qué sueños y recuerdos (casi en vele esa noche de los Reyes Magos de Oriente) esperando los regalos que traían montados en sus camellos, y que como eran tan altos y llegaban a las ventanas, nos las abrían y allí nos los dejaban, en mi caso no dejaban muchos porque eramos seis hermanos. Una mágia e inocencia que debe seguir cabalgando en nuestros retoños. Un abrazo Manuel!

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  2. Qué felices éramos en aquellos tiempos de infancia. Un abrazo.

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