La noticia de que a un caboberciano van a deportarlo de España, de Bembibre
en concreto, me ha sobrecogido, como imagino que les sorprenderá a quienes sientan cierta empatía por el otro. Pero como vivimos en un mundo afianzado en la infamia y la barbarie,
donde resulta harto complicado ponerse en el lugar del prójimo, al final acabamos
por aceptar la crueldad en todas sus variantes. Y así nos luce la pelambre a
los humanos, demasiado animalines, que juegan al gato y al ratón, a ver
si te pillo y te cepillo, mientras los peces gordos, impresentables en su
obscenidad mórbida, se quedan en el cuarto de la salud, impunes, siempre o casi
siempre, bajo el amparo del poder corrompido, que es el pan amargo de cada día.
No es necesario dar nombres y apellidos de éstos porque figuran en el
subconsciente colectivo. Por el momento el comandante
del vuelo, en el que iba a ser deportado, ha tenido la decencia de negarse a
llevarlo a bordo.
“En las cárceles no están quienes cometen delitos, sino los que han cogido”, dice mi gran amiga del alma, y no le falta razón en
este tiempo de sinrazones que generan monstruos, porque el mundo está poblado
por psicópatas que campan a sus anchas, incluso ejerciendo altos cargos, lo
cual nos produce terror. Pero como a éstos nadie les echa el guante, acaso por
ser muy espabilados, pues se pasean con tranquilidad por doquier. Es obvio que
no les remuerde la conciencia, porque tampoco la tienen. En cambio, al
caboberciano Conrado lo ‘entrullan’ por cometer un delito (lo cual entra o podría entrar en la lógica de la
justicia), pero ahora pretenden deportarlo a un país que no es el suyo, porque él es
originario de la capital del Bierzo Alto. Un chivo expiatorio que acabará
pagando las culpas judeocristianas de tantos y tan perversos que pululan por el mundo. Si esto, en vez de ocurrirle a un caboberciano,
le hubiera sucedido a otro tipo, enchufado y enganchado al sistema caníbal de
la farsa, entonces el cantar sería otro. El clasismo, aun antes que el racismo,
nos define, porque si Conrado perteneciera a otra clase social (y también a
otra raza), las cosas serían bien diferentes. Mala imagen damos con esta resolución
tan drástica, tratándose de un hombre nacido en Bembibre, que por cierto siempre ha sido una villa ejemplar en
cuanto a la buena integración de inmigrantes y caracterizada por la estupenda convivencia
de extranjeros de diferentes países, entre ellos, paquistaníes, portugueses,
vietnamitas o caboverdianos, como es el caso que nos ocupa, porque Conrado Semedo
es hijo del Bierzo.