jueves, 12 de diciembre de 2013

Divisionarios

Os dejo mi segunda columna de opinión en la Nueva Crónica. Que la disfrutéis. 

El Alemán de Noceda del Bierzo
La Guerra Incivil, el franquismo, la posguerra son manchas que dejan huella en nuestra conciencia y nos siguen estremeciendo. Una guerra fratricida no se olvida nunca. “Antes de pegarle a un hermano, me dejaría cortar un brazo”, les gritó un vecino y paisano a otros vecinos-cabestros, briagos como cubetos, que le estaban atizando una paliza a un tercer hermano en discordia. Qué tristeza. Cuánto salvajismo anida en el subconsciente pútrido  de algunos seres inhumanos. En los montes y las cunetas de nuestra geografía siguen enterrados aún, por desgracia, muchos seres humanos. Por eso no podemos ni debemos olvidar, al menos mientras tengamos memoria y sangre en las venas. La Segunda Guerra Mundial y el holocausto siguen retumbando en nuestra memoria. Y quienes se enrolaron en su día en la División Azul nos devuelven imágenes en blanco y negro, que convendría esclarecer, porque hace apenas dos semanas saltó la voz de alarma cuando trascendió el hecho de que a algunos supervivientes divisionarios del Bierzo, entre ellos a El Alemán de Noceda, se les quería rendir homenaje en esta singular comarca leonesa. En tiempo de democracia hablar de divisionarios y franquistas suena a chamusquina, aunque convendría matizar que, si de veras somos y nos creemos democráticos, con pleno derecho a la libertad de expresión, no deberíamos obstaculizar un acto-homenaje a unos hombres que tal vez se alistaran en la División Azul a resultas de la estrechez y la necesidad, provocadas precisamente por quienes se alzaron en armas en el 36. Veo a El Alemán de Noceda y no me devuelve la imagen de un cabrón, sino de alguien ya ausente, desmemoriado, incluso de izquierdas, socialista convencido, que fue a parar a esta agrupación de soldados como quien podría haber ido a parar a otro bando. 


Qué terrible es la realidad. Las heridas siguen abiertas, supurando, y la Guerra Incivil, el franquismo, la posguerra, la Segunda Guerra Mundial y la División Azul nos persiguen como fantasmas, que nos acabaran removiendo las entrañas. Decía el filósofo Adorno que «escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Pero uno está convencido de que la crueldad humana requiere de una reflexión filosófica y por supuesto amerita de ser analizada con lucidez. La poesía y la filosofía como armas nobles para combatir la sinrazón que sigue y seguirá produciendo monstruos, porque vivimos en una sociedad caníbal, que gusta devorar a sus semejantes, a nuestros hermanos, paisanos y vecinos.  


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