jueves, 15 de noviembre de 2012

En Veguellina de Órbigo


Mañana viernes toca cita en Veguellina de Órbigo, pueblo en el que he estado en muchas ocasiones, sobre todo en estos últimos años, con motivo de Poesía a orillas del Órbigo, y también a resultas de Narradores en Otoño

Allí he estado naturalmente como espectador, con el ánimo y las ganas de arropar a amigos y amigas, de escuchar a narradores y poetas como Mestre, López Costero, Pilar Blanco, Ester Folgueral, César Gavela, Tomás Sánchez Santiago, entre otros. 

Y mañana ha llegado mi hora -siempre hay una hora de la verdad o de la ficción-, la hora de intervenir como narrador. Me alegra que el ayuntamiento de Veguellina, a través de Helena José Fraile y Tomás Néstor, haya pensado en mí para participar como autor en este ciclo otoñal. 

Se agradece, sobre todo en esta estación, colorida y pictórica en nuestro Bierzo insular, pero "caída", falta de luminosidad y algo tristona en toda la provincia leonesa. 

Me hace ilusión (ay, qué ilu) estar en Veguellina, a orillas del Órbigo, dejándome fluir, sonriendo al clima, haciéndole carantoñas a las palabras. 

En mi infancia, Veguellina me parecía un lugar alejado pero a la vez familiar. Un paisaje que en cierto modo debía recordarme a Mansilla de las Mulas, la tierra de mi abuela paterna, Simona, a quien llegué a conocer al final de su vida. Es probable que en Veguellina estuviera sólo una o dos veces cuando era un rapaz. 

De allí era Antonio, un maestro barbirrojo y guasón, tocador de guitarra y cantor de iglesia, que impartiera docencia a mediados de los 80 y principios de los 90, creo recordar, en Noceda del Bierzo. Y con quien alguna vez me divertí jugando al ajedrez en el Mesón de Las Chanas, porque a mí no me tocó ya como profe. 

Desgraciadamente, hace unos meses falleció, en plena actividad. Para ese tiempo, Antonio ya vivía en su tierra, e imagino que estaría a punto de jubilarse. Qué terrible. 

Una vez más, la muerte me hace tomar conciencia de nuestra finitud mortal y rosa, de la brevedad de la vida, del absurdo que supone en ocasiones la vida, sobre todo la de algunos muertos y algunas muertas, como la muerte reciente de mi vecina y paisana Consuelo (a la que quiero dedicar con mucho cariño estas palabras) porque su vida no fue, precisamente, de color rosa, y sus últimos años se los pasó, demenciada, fuera de la realidad, y aun de su tierra, de su parada.

Cada vez que me da por reflexionar sobre esto, me entra gorrión, y se me caen los ánimos por los suelos, pero mañana estaré en Veguellina, a orillas del Órbigo, y la literatura (o lo que sea) me hará entrar en otros espacios, recordando con satisfacción que estuve en el Órbigo un día en que la felicidad me acarició la mirada y el tiempo fluyó por mis venas. 

El 21 de diciembre nos os perdáis a Noemí Sabugal. 

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