lunes, 17 de septiembre de 2012

II Encuentro de cine documental en Quintanilla de Losada (La Cabrera)

Montañas cabreiresas

Confieso mi descubrimiento tardío de la obra de Carnicer, y por ende de su obra cumbre -al menos para mí- como es Donde Las Hurdes se llaman Cabrera. Pero nunca es tarde si la dicha es buena, dice el refrán. 
La lectura y aun relectura de este imprescindible libro de viajes, del gran Ramón Carnicer, me ha llevado a esa comarca límitrofe con el Bierzo en ya varias ocasiones. La penúltima el día de mi cumple. Y la última fue el pasado sábado -El Cristín en Bembibre-, con motivo del II Encuentro de cine documental en Quintanilla de Losada, Encinedo, donde se proyectaron algunos documentales etnográficos, entre ellos, La memoria de los pueblos del Bierzo (sobre el que hablaré en otro momento), y Donde las Hurdes se llaman Cabrera, 50 años después, realizado por Alonso Carnicer (el hijo de Ramón) y Sara Grimal, que inevitablemente nos hizo recordar aquel viaje a pie de Ramón Carnicer por La Cabrera Baja (Puente, Pombriego, Santalavilla, Llamas, Odollo, Castrillo, Noceda, Saceda, Nogar, Robledo, Quintanilla, La Baña), que relata con chispa y humor el autor villafranquino/universal. 

Casa en Corporales

Pombriego
Nogar
La Baña

Alonso y Sara nos ofrecieron una primera parte estupenda, pues este trabajo tendrá continuidad. Asimismo, tuvimos la ocasión de ver la proyección de las impresionistas y bellas imágenes de Cecilia Orueta, que al parecer no llegaron a convencer a algunos cabreireses porque, según ellos, La Cabrera actual no es tan vieja ni tan triste como la artista muestra, pero es que las miradas artísticas son eso, por fortuna, y por supuesto no tienen por qué ser un reflejo exacto de la realidad, sino una reinterpretación, acaso una reconstrucción, un modo más o menos original de abordar el tiempo y el espacio. Ahí reside la magia y el poder del arte. 


Alonso Carnicer y Sara Grimal
A menudo (casi siempre) el arte discurre por cauces que nada tienen que ver con la política (con lo políticamente correcto). 
A menudo (en muchas ocasiones) el arte acaba incomodando al poder imperante. Algo parecido le ocurrió a Ramón Carnicer cuando escribió Donde Las Hurdes se llaman Cabrera. Incluso, transcurridos los años, algunos y algunas (acaso por propio desconocimiento, ignorancia y aun estrechez de miras) siguen viendo este excelente libro como algo que fuera en contra del paisaje y paisanaje de La Cabrera, cuando lo que pretendía Carnicer era retratar lo que vio y sintió en una tierra que, como tantas otras, vivía anclada en el Medievo. Así era la España rural de hace no sólo 50 años sino incluso de hace menos de 40 años, pues en mi pueblo, sin ir más lejos, las condiciones de vida eran bastante precarias. Y así también en otros lugares del Bierzo, como nos llegó a recordar Jesús A. Courel, quien, además, hizo una brillante interpretación del controvertido libro de Ramón Carnicer. 


Ana Gaitero y Jesús A. Courel
Julio Llamazares

Después de las proyecciones, hubo una mesa redonda acerca de La Cabrera y el libro de Ramón Carnicer, moderada por la periodista Ana Gaitero, en la intervinieron, aparte de Jesús A. Courel, el aguerrido periodista Fulgencio Fernández, el colosal escritor (también periodista, según recordó Gaitero) Julio Llamazares, que escribió el prólogo de la hasta ahora última edición de Donde las Hurdes se llaman Cabrera y cuya intervención resultó extraordinaria, el ex alcalde de Encinedo, Ramiro Arredondas (que tuvo algún derrape), el actual alcalde de Encinedo, José Manuel Moro (que hizo una defensa férrea de la bondad de los cabreireses), y los realizadores Alonso Carnicer y Sara Grimal, quienes expresaron su agradecimiento a la población de La Cabrera por acogerlos con hospitalidad, a pesar de que algunos llegaron a regañarlos por lo que escribiera el padre de Alonso, Ramón Carnicer. 


Fulgencio y Arredondas
Me encantó volver, una vez más, a la Cabrera, trepando monte arriba por el Morredero hasta alcanzar la cumbre del Portilla (a casi 2000 metros de altitud) para enfilar bajada hacia Corporales, ya en la Cabrera, y continuar hasta el destino "cinematográfico" o "literario": Quintanilla de Losada, con la mirada siempre puesta en la llamada de las montañas. 
Antes de arribar a Quintanilla, Nogar se muestró al viajero como una alucinación magrebí. De repente, me pareció haber llegado a una aldea en medio del Atlas, tal vez al valle del Ourika. Y eso me trajo muchos y buenos recuerdos. 
La próxima vez, en lugar de trepar monte arriba, quizá podríamos hacer el viaje en helicóptero. Sería un paseito, nomás, desde Ponferrada hasta el meollo del cogollo cabreirés. 

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